Putin tiene un doble (o dos)

31 de Enero de 2023
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Vladímir Putin

Casi un año después de la invasión rusa de Ucrania vuelve a circular el intenso runrún de que Vladímir Putin tiene un doble. Sobre el sátrapa de Moscú han circulado todo tipo de rumores en los últimos tiempos: que si es un enfermo terminal, que si tiene un séquito de catadores de comida para evitar que lo envenenen con un plato de setas como a un emperador romano, que si le dijo a Boris Johnson que se andara con cuidado o lo enviaría al otro barrio de un misilazo… La última es que el exagente del KGB tiene al menos un doble, probablemente dos o tres, que lo suplantan allá donde va por si a alguien se le ocurre quitarlo de en medio.

El sosias o persona que guarda un gran parecido o similitud con otra ha sido un personaje que siempre ha acompañado a los grandes dictadores de la historia. Se cuenta que el mejor doble de Hitler fue Ferdinand Beisel, un tipo de lo más normal pero con un gran sentido del humor y habilidad para la imitación (no le resultaría difícil sustituir al Führer, le bastaría con un bigote tipo cepillo de dientes, el flequillo repeinado, un traje de nazi bien planchado y algo de espuma en la boca). Durante décadas, a Joseph Stalin lo suplantó Felix Dadaev, un bailarín y malabarista del que no se puede decir otra cosa más que fue un hombre con suerte, ya que pudo salir airoso de un trabajo tan peligroso y estresante y llegó a los cien años. Y se cuenta que a Franco lo reemplazaba Isidro García Collado, otro doble al que Paco Lobatón buscó intensamente en sus programas de televisión sobre desaparecidos (la familia del Caudillo siempre dijo que aquello era una “mamarrachada”).

Un genocida sin un doble es como una monja sin hábito, un torero sin capote o un carnaval sin pelucas. Todos los tiranos sangrientos conviven con el miedo en el cuerpo a que le dispare un francotirador desde una terraza, como hicieron con Kennedy, a que le pongan una bomba en el coche como a Carrero Blanco o le claven un piolet como a Trotski. Putin tiene muchos enemigos –desde los ucranianos de Zelenski que lo odian a muerte hasta los espías de la CIA, pasando por algunos disidentes internos que creen que Rusia estaría mejor con él fuera de combate– y ha decidido ponerse un doble como quien le pone un piso a una querida en Moscú. Desde el Anfitrión de Plauto, donde Mercurio se hace pasar por Sosias para ayudar a Júpiter a seducir a Alcmena, el del doble siempre ha sido un tema político recurrente, un trabajo como otro cualquiera y un funcionariado fundamental para sostener a toda dictadura que se precie. Ahora que el mundo retrocede en el tiempo hasta los años de la Segunda Guerra Mundial, la figura del misterioso doble vuelve con fuerza para sostener a las tiranías, autocracias y fascismos de todo el mundo. Putin convive con la paranoia constante, rodeado de fuertes medidas de seguridad y entre las tinieblas de su oscurantismo ortodoxo, el que se fomenta en las iglesias del patriarca Cirilo, donde se difunde una buena dosis de nacionalismo, fanatismo y patraña religiosa.

Valdímir Solovyov, ese presentador exaltado de la televisión rusa con dos vodkas de más, ha invitado a Putin a que arrase sin complejos las “grandes ciudades europeas nazis” como Madrid, París o Berlín en respuesta a Occidente por el envío de tanques Leopard para defender Ucrania. ¿Es la capital de España una ciudad fascista? Si lo era no habíamos caído en la cuenta. Vale que a Isabel Díaz Ayuso le va la marcha nostálgica y alterna con Vox más de lo que sería deseable, pero no vemos nosotros a la lideresa castiza subida a un atril y anunciando un exterminio masivo de comunistas y minorías étnicas. Es evidente que en Rusia aún no se han enterado de que esto del populismo de extrema derecha ha cambiado mucho desde 1945, tanto es así que la antigua URSS se ha convertido en el nuevo Tercer Reich. Ahora los fascistas no van rompiendo cabezas y escaparates por ahí: son modernos, civilizados, viven en yates como grandes oligarcas y no se ensucian las manos con hornos crematorios. Fagocitan la democracia putinescamente, se apoderan de ella desde dentro, controlan las instituciones (políticas, financieras y judiciales) y viven tan tranquilos como buenos demócratas. ¿Tiene Ayuso una doble? Pues no lo sabemos, aunque es poco probable: le gustan tanto los focos que no dejaría que una melliza chupe cámara por ella robándole minutos de gloria. Desde luego, si tiene una replicante tampoco la lleva a las reuniones con los médicos y enfermeras de la Sanidad pública en huelga, que están hartos de que no les hagan ni puñetero caso.

Dicen que todos tenemos un doble, aunque no lo sepamos. Jung nos habla del “otro yo” como síntoma de un trastorno psicológico. Y en El hombre duplicado, Saramago aborda el problema del gemelo desconocido que nos perturba a todos. No sabemos si Putin, acosado por el remordimiento de sus crímenes en el KGB y sus genocidios de hoy en Ucrania, ha caído en esa especie de trastorno de personalidad que le lleva a refugiarse en un idéntico para que no le hagan daño. Quizá no tenga un sosias clavadito a él, pero en lo espiritual y en lo político a quien más se parece es a Donald Trump, un alma gemela con la que se entiende a las mil maravillas. Ambos hablan el mismo lenguaje ultra, racista y totalitario. ¿Serán el mismo tipo?

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