Tucker Carlson es el gran gurú de la prensa ultraderechista internacional. Lo que él dice (en realidad lo que dice el amo Trump, ya que es un simple muñeco en manos del ventrílocuo republicano) va a misa. El bueno de Tucker representa lo peor del nuevo periodismo demagógico que triunfa en todo el mundo. Un personaje pintoresco que va de gran comunicador de nuestro tiempo cuando en realidad no es más que un charlatán de feria, un cateto, un cuñado. Hay muchos Carlsons repartidos por ahí, también en España (todos tenemos en mente algún que otro nombre) ya que, como digo, abunda el perfil de estómago agradecido vendido al movimiento ultra internacional.
Cada vez que a un trumpista corrupto, negacionista o imbécil se le ocurre ofrecerse para un monólogo publicitario a mayor gloria suya, ahí está el lacayo dispuesto a cumplir fielmente, a ponerle una alfombra roja y a decirle aquello de “a los pies de su señora”, la frase para la historia que inmortalizó nuestro gran José Luis López Vázquez. El tipo, que ya debe estar acostumbrado a todo, no tiene pudor a la hora de ejecutar la felación dialéctica correspondiente. Hace unos días, este personaje, este oprobio para el periodismo mundial, tuvo a bien hacerle una entrevista (por llamarlo de alguna manera, en realidad fue un masaje con cremita de dos horas) al dictador por antonomasia, al autócrata con mayúsculas, al sátrapa de sátrapas de nuestro tiempo: a Vladímir Vladímirovich Putin.
Entre risas y bromas, entre compadreos y chanzas, el líder del Kremlin le dijo al periodista (al que trató con el paternalismo que dispensaría a su querido ahijado) que no tiene interés alguno en invadir Europa (claro, por eso Suecia y Polonia se arman hasta los dientes ante el temor a un ataque ruso inminente), al tiempo que exigió a Estados Unidos que ponga fin al envío de armas a Ucrania. Fue todo un ejemplo de la eficacia con la que funciona la aplastante propaganda goebbelsiana de la extrema derecha que encandila a las masas desnortadas de nuestros días. Con unas elecciones en USA a la vuelta de la esquina, con un Trump llamando otra vez a las puertas de la Casa Blanca, qué mejor que enviar al burocrático y siempre diligente Carlson a hacerle un trabajito o publirreportaje al asesino en serie del KGB.
Entrevistar a un depredador de la historia como Putin es un sueño para cualquier periodista que se precie. ¿Qué reportero no hubiese dado lo más querido por poder mantener una conversación de quince minutos con Hitler, en los años treinta del pasado siglo, para interrogarle sobre la locura del antisemitismo del Tercer Reich, sobre su proyecto expansionista y totalitario en el viejo continente y sobre su Solución Final para el problema judío? Cuentan que, cierto día, Josep Pla, en sus tiempos de corresponsal en Alemania del diario La Publicitat, y Eugeni Xammar, otro nombre ilustre del reporterismo español de la época, fueron convocados en la redacción del Volkischer Beobachter, el rotativo de cabecera del partido nazi. Allí, ante ellos, se presentó un hombre no demasiado alto y más bien desgarbado, un tipo con un bigote ridículo, gabardina de patético agente secreto y una cruz teutónica cosida en la manga. Pla calificó a su entrevistado, como no podía ser de otra manera, como un “histérico del nacionalismo”, tratando de reflejar la realidad de un personaje demoníaco predestinado a llevar el infierno sobre la Tierra.
Al igual que Pla y Xammar, el tal Tucker Carlson, vocero a sueldo de la Fox, o sea, de Trump, también ha tenido la oportunidad de firmar un documento para la historia, pero la ha malgastado miserablemente convirtiendo la entrevista en un colegueo o charla de amigos. Putin no suele conceder entrevistas, y menos a medios extranjeros. Ya se sabe que el líder ruso está en busca y captura por graves crímenes contra la humanidad, y si pone el pie en un país que no sea Rusia, puede terminar ante un nuevo tribunal de Núremberg. Así que el tirano se anda con sumo cuidado y solo acepta invitaciones de amigos de la prensa afín, a los que puede abrumar con mentiras y bulos sin que el complaciente interlocutor le ponga en un solo aprieto, le rebata o replique, ni le conteste a nada.
Pero, por lo visto, en este caso no solo mintió Putin. Al comienzo de la entrevista, el ínclito Carlson afirmó cosas como que ha sido el único profesional del periodismo de todo Occidente que ha intentado ponerse en contacto con el dirigente ruso desde que comenzó la sangrienta invasión de Ucrania. Una mentira como el Kremlin de grande. Son muchos los que han enviado solicitudes al buró putinesco, todas ellas convenientemente rechazadas, tal como ha reconocido el régimen de Moscú. Además, y tratando de dárselas de aguerrido reportero capaz de poner en riesgo su vida en defensa del periodismo y la libertad de prensa, Carlson llegó a asegurar que tras su exclusiva sensacional (que en realidad no tiene ningún mérito, ya que papá Trump levanta el teléfono y consigue la charla con su amigote Putin en menos que canta un gallo) ha sido incluido en la lista negra de Zelenski con los enemigos de la patria ucraniana a liquidar cuanto antes. En realidad, ese cuento no hay quien se lo trague, es más, cualquier idiota sabe que si Kiev elimina a un periodista norteamericano, sea republicano, demócrata o mediopensionista, de inmediato Washington habrá suspendido el apoyo armamentístico, financiero y diplomático vital para que Ucrania siga librando una guerra tan injusta como cruel. Por último, y por si no había dado muestras de suficiente ignominia, Tucker Carlson lanzó una de sus puyitas habituales contra la Unión Europea, a la que odia tanto como su tío Trump, al denunciar públicamente que Bruselas está sopesando sancionarle por su cara a cara con el gran dictador. Otro bulo, otra fake news como las que suele propagar en serie este heraldo del trumpismo, ya que nadie en la UE perdería ni cinco minutos con un fatuo indolente como él que no supone ningún riesgo para la estabilidad y seguridad de nadie.
Carlson lo tiene todo, como su adinerado mentor. Es arrogante, políticamente incorrecto, manipulador, conspiracionista de la línea dura Qanon, negacionista del cambio climático y de la pandemia y antiabortista. Como ácrata libertario, está en contra del cinturón de seguridad al volante y de la prohibición de fumar en lugares públicos. No tiene ni pajolera idea de nuestra historia pasada y reciente (“entender España es complicado”, dice), pero ahí estaba, en primera línea de combate, codo con codo con Abascal, en el asedio ultra contra Ferraz. O sea, un subproducto típico de la factoría Fox, gran think tank del nuevo fascismo posmoderno que nos ha tocado sufrir.
Hace un año tuvo que salir de la Fox por la puerta de atrás después de que la cadena tuviera que pagar sus estropicios y delirios profesionales: una demanda de 700 millones de dólares por difundir teorías sobre fraude electoral. Es, en definitiva, ese perfil de provocador, showman o clown con traje carísimo que suele llamarse a sí mismo periodista cuando no es más que un gacetillero de la peor ideología que ha alumbrado la posverdad del siglo XXI.