Vox logra su propósito de pintar a Feijóo como un progre abortista

20 de Enero de 2023
Actualizado el 02 de julio de 2024
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La crisis en el Gobierno de Castilla y León ha terminado por contagiar al partido de Feijóo. Es bien sabido que el líder del PP y su barón regional Mañueco no se llevan. Entre ellos no hay química personal ni ideológica. Feijóo trata de pasar por un liberal moderado a la europea (aunque luego la realidad se imponga y le aflore la dureza que todo hombre de derechas lleva dentro), mientras que el presidente castellanoleonés no le hace ascos al mundo ultra de Abascal (no se lo pensó dos veces para coaligar con él y seguir en la poltrona cuatro años más). El choque se escenificó durante la toma de posesión de Mañueco, a la que Feijóo decidió no acudir probablemente para no verse salpicado por el enjuague tramado entre ambas fuerzas políticas. De alguna manera, con esa ausencia el aspirante a la Moncloa quiso marcar distancias con los trumpistas españoles. Fue su particular cordón sanitario, un cordón algo débil y barato, es cierto, pero para Feijóo fue suficiente en aquel momento.

Hoy, cuando el vicepresidente voxista de CyL, Gallardo Frings, promueve una agresiva caza de brujas contra las mujeres que deciden abortar, las relaciones entre el presidente nacional del PP y el mandatario castellanoleonés vuelven a enfriarse. A Feijóo no le ha gustado nada el espectáculo que ha dado un gobierno autonómico con el que ya mantuvo sus más y sus menos cuando era máximo dirigente de la Xunta de Galicia. “No va a haber ningún cambio en el protocolo de las mujeres embarazadas, ningún cambio. Punto”, sentenció Feijóo tratando de pasar página a un asunto incómodo, el del protocolo obligatorio para la interrupción voluntaria del embarazo, que no estaba en su agenda prioritaria y que ha venido a estropearle al PP las buenas expectativas de voto de cara a las próximas elecciones generales. Al jefe de la oposición todo el jaleo que ha montado Vox en Castilla y León en el peor momento le ha olido a cuerno quemado, una puñalada trapera, de ahí que decidiera dar un puñetazo en la mesa para poner pie en pared, apaciguar el gallinero castellanoleonés que se había desmandado y zanjar la crisis antes de que empezara a pasar factura al Partido Popular. 

Feijóo está harto de la incompetencia de Mañueco. Gallardo Frings y Abascal habían planeado este golpe contra Génova desde hacía tiempo. Ambos sabían que poniendo encima de la mesa un asunto tan sensible como el del aborto el PP tendría que retratarse, tomar partido, fijar posiciones. Hasta ahora los populares siempre se han movido en una ambigüedad calculada en ese tema. Han aceptado las diferentes leyes reguladoras que se han ido promulgando a lo largo de la democracia para no parecer demasiado retrógrados y no perder el voto femenino, pero en el fondo, como son meapilas y tienen hipotecas con la Iglesia católica y las asociaciones provida que secundan sus manifestaciones contra gobiernos socialistas, no les gusta el aborto. En su día, Alberto Ruiz-Gallardón ya dio el paso decisivo para restringir al máximo este derecho cuando derogó la ley de plazos e impulsó una ley de supuestos que introducía múltiples trabas, requisitos y obstáculos clínicos y legales para disuadir a la mujer que decidía poner fin a un embarazo no deseado. Por eso el protocolo antiabortista de Gallardo Frings no va contra Pedro Sánchez, sino contra Alberto Núñez Feijóo, a quien en Vox ya le han colgado el sambenito de progre, blandengue y derechita cobarde. Se lo dijo muy claramente Rocío Monasterio a Jiménez Losantos en una reciente entrevista radiofónica: “Tiene miedo [el PP] a desterrar las políticas de izquierda bajo las órdenes de la SER y de Prisa (…) El PP de Sémper agacha las orejas y se pliega a todo lo que le dicen los medios de izquierda”.

No es gratuito que la líder ultraderechista haya lanzado un ataque directo y despiadado contra el hombre elegido por Feijóo para organizar y dirigir las campañas electorales que se avecinan. Borja Sémper siempre ha tratado de dar una imagen de moderación que al presidente gallego del PP le agrada. Y Vox ha visto en esa grieta, en ese flanco que Abascal considera un punto débil, una oportunidad para colocar ahí mismo sus cargas explosivas detonantes contra el Partido Popular.

La emboscada que Gallardo Frings ha tendido a Mañueco a cuenta del aborto ha sido un jaque, quizá no mate, pero sí crucial. A Génova no le ha quedado más remedio que mojarse, desautorizar el protocolo antiabortista de Vox y marcar distancias. Mientras tanto, el partido ultraderechista ha logrado lo que quería: obligar al PP a salir de esa especie de hipocresía histórica o doble cara que ha mantenido siempre que se ha puesto encima de la mesa la polémica del aborto.

A partir de ahora se caen las caretas. Cada cual ha tenido que decir públicamente si está con la caza de brujas del inquisidor Gallardo o con la defensa de los derechos humanos y de las mujeres. La rectificación del Gobierno de Castilla y León, negando que se vaya a incluir el macabro protocolo clínico en los hospitales, ha tranquilizado al Gobierno central, que de momento retira su seria advertencia de intervenir aquella autonomía en aplicación del artículo 155 de la Constitución. Pero el roto, el daño para el PP, puede ser ya irreparable. Aquí el que queda como un mentiroso no es Sánchez, tal como proclama un sobreexcitado e hiperventilado Mañueco en el último canutazo ante los periodistas. Aquí el que sale mal parado y queda como un sospechoso ambiguo es el Partido Popular, que ha defraudado al votante más cafetero y ultra con todo este embrollo del aborto.

De entrada, en este mismo momento más de un militante de las reaccionarias asociaciones provida habrán roto el carné de la gaviota. Y no son pocas las organizaciones que hasta el día de hoy habían secundado, en comandita, las multitudinarias y domingueras manifestaciones ultracatólicas convocadas por los populares en la Plaza de Colón. Todo eso se ha acabado con la batalla de CyL, que gana Vox de una forma apabullante. A partir de ahora, cuando el PP convoque uno de esos autos de fe teológicos propios de la Edad Media, no va a ir ni el Tato, salvo que Abascal lo autorice, claro está. Mucho nos tememos que toda esta historia truculenta del latido fetal ha servido para que Vox llene el granero de votos arañando por la derecha. Feijóo empieza a constatar con estupor lo que con la lógica en la mano era de esperar: que acercarse a los extremistas e intimar con ellos puede ser más contaminante que la propia radiactividad.

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