Vuelven a cometer el mismo error de dar por muerto a Sánchez

01 de Febrero de 2024
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Tras el revés de Junts a la ley de amnistía, la gran pregunta que se hace todo el mundo es: ¿está acabado PedroSánchez? Nadie tiene la bola de cristal, y aunque en principio pueda parecer que el presidente está liquidado, finito, caput, ya se sabe que a este hombre nunca se le puede dar por muerto. El martes, tras el agitado Pleno en el Congreso de los Diputados, abandonó el hemiciclo visiblemente afectado. Cabizbajo, encogiendo los hombros, en silencio. Era la viva imagen de la derrota. Sus enemigos de la derecha se mostraban satisfechos en sus escaños (aunque contenidos por orden de Feijóo, ya que todavía queda la segunda parte del partido) y la prensa de la caverna publicó titulares hirientes, haciendo toda la sangre posible. “Puigdemont noquea a Sánchez y acerca la legislatura al colapso”, publicaba El Mundo. “Puigdemont derrota a Sánchez”, escribía el ABC, la misma idéntica apertura de primera página elegida por La Razón. Se conoce que la “fachosfera” le tiene ganas. Pero piano piano, camaradas de la press cavernícola, no os vaya a pasar como el 23J, cuando encargasteis la caja y el muerto estaba de parranda.

¿Es tan crítico el momento que vive el inquilino de Moncloa? Feijóo ha dicho que el Consejo de Ministros está en la UCI con respiración asistida, aunque cuidado, que de todo se sale. El periodista Ignacio Escolar cree que la legislatura no está en riesgo, la complica, pero no está acabada. “Este discurso permanente que hace el PP tiene mucho que ver con la no aceptación de la derrota de julio y la expectativa de una futura revancha electoral”, asegura. Y no le falta razón. El PP va para seis años en permanente y cruenta campaña electoral, justo el tiempo que lleva Pedro Sánchez en la Moncloa. Los populares no han digerido aún aquella moción de censura tan higiénica como necesaria que puso a Mariano Rajoy de patitas en la calle. Nunca aceptaron el cartel de “organización criminal” que le colgó la Justicia y en lugar de depurar la corrupción que corría por las cloacas de Génova se dedicaron a lanzar una campaña de desprestigio y deslegitimación del Ejecutivo de coalición (más todavía después de que el PSOE pactara con Podemos, el Anticristo comunista). Y así andan todavía, con la cantinela de que este Gobierno está de prestado porque su líder es un okupa.

La derecha no ha propuesto ni una sola idea o proyecto para España (ni siquiera en medio de una pandemia, que se la pasaron poniendo palos en las ruedas en lugar de arrimar el hombro, ni tampoco en la crisis por la guerra en Ucrania), de modo que se han limitado a propalar bulos, montajes y propaganda antisanchista. La última gallofa que están vendiendo a los españoles es que Sánchez ha claudicado ante los soberanistas de Junts. “Puigdemont es quien manda en España, el verdadero presidente del Gobierno”, insisten una y otra vez los prebostes del Partido Popular. Qué estupidez. Si mandara Puigdemont ya estaría paseando tranquilamente por su pueblo y no es el caso. Es cierto que el Ejecutivo ha cedido a la hora de aceptar la polémica amnistía para los encausados por el procés, una medida que para muchos prestigiosos juristas es inconstitucional (aunque otros tan prestigiosos como los anteriores dicen todo lo contrario, que el texto está limpio de polvo y paja y es impecable). Como también es verdad que desde que PSOE y Junts firmaron el pacto de Bruselas, el equipo negociador de Santos Cerdán no ha hecho más que tragar y tragar. Tragó cuando aceptó el uso de las lenguas cooficiales en el Parlamento; tragó cuando Junts reclamó comisiones parlamentarias para investigar el supuesto lawfare o guerra sucia judicial de los magistrados españoles; y tragó cuando Puigdemont pidió las competencias en materia de inmigración para Cataluña, algo que es imposible porque la Constitución adjudica la política migratoria en exclusiva al Estado central. Así que sí: Moncloa se ha comido demasiados calçots envenenados del expresident.

Desde la firma del acuerdo a dos bandas, la voracidad del exhonorable no ha hecho más que aumentar en cada fase de la negociación mientras que Sánchez, siempre a remolque, siempre flexible y con anchas tragaderas, parecía estar dispuesto a bajarse los pantalones en un estriptis integral. Hasta el pasado martes, cuando el premier se plantó al fin y dijo basta ya a la exigencia del hombre de Waterloo, que exigía la inclusión de los condenados por terrorismo y traición en la futura amnistía. El órdago o farol fue demasiado hasta para un experimentado tahúr como él. Fue justo ahí donde se escenificó que el Gobierno no se lo está dando todo a Junts, como dicen los enemigos antisanchistas. Le ha dado mucho, seguramente demasiado, pero no todo. Así que el discurso retórico del PP y Vox quedó desmontado por la vía de los hechos. Si Sánchez es un vendepatrias, tal como dice Abascal, ¿por qué no le entregó España a Puigdemont con un lazo rojo en el Pleno de la discordia del martes? La estrategia del Gobierno quedó bien escenificada cuando el ministro Félix Bolaños se plantó ante los periodistas, al término de la sesión, para garantizar que “la ley entró constitucional y saldrá constitucional”. Esta afirmación vino a ser un claro mensaje para el prófugo de Bélgica: hasta aquí hemos llegado, se acabó el mercadeo, fin del chantaje.

Lo que pase hasta el final del plazo para la negociación, que es de treinta días, no lo sabe ni el propio Sánchez. La cuerda está muy tensa y puede romperse en cualquier momento. Jordi Turull ha advertido de que si no hay amnistía no habrá presupuestos ni habrá Gobierno. Pero lo único cierto es que si no hay amnistía más de mil catalanes las pasarán canutas en la cárcel. Y eso no es bueno para Junts. Aunque parezca mentira, de alguna manera el escenario es menos dramático y diabólico para Sánchez que para Puigdemont. Si la negociación se rompe, aún le queda la alternativa de gobernar por decreto. No es fácil, pero la pasada legislatura se mostró habilidoso en esa práctica. Los siete diputados de Junts tendrán que retratarse votando junto a la extrema derecha en contra de medidas sociales que mejorarán la vida de los catalanes, como la subida de salarios, el plan de salud mental, el decreto contra la sequía, un suculento paquete de transferencias y no pocas medidas anticrisis que aún quedan en el tintero. Roto el acuerdo de legislatura, a Puigdemont (que sin la amnistía seguirá siendo un prófugo para siempre, sin poder regresar jamás a su amada Girona) solo le quedará ver los toros desde la barrera belga, ya sin ningún poder de influencia.

Es obvio que siempre puede darse el supuesto de que el Gobierno caiga finalmente y vayamos a elecciones, pero ahí las perspectivas electorales del expresident no son nada halagüeñas. En las generales, Sánchez podrá hacer campaña en clave positiva. Siempre podrá decir: lo intentamos, pero ellos no quisieron. Y volver a apelar al que vienen los nazis, que tan buenos resultados da en este país aún escaldado del franquismo. En las autonómicas, a Puigdemont solo le quedará el discurso en negativo del resentimiento, que puede ser muy contraproducente, sobre todo porque Junqueras ha mostrado bastante más cabeza, pragmatismo y sentido de Estado que él. Muchos catalanes votarán cabreados por una amnistía que pudo ser y no fue por culpa de la tozudez y la falta de visión política de un líder que hace tiempo está más que amortizado. Así que la pelota está en el tejado del señor Carles. Él sabrá lo que hace.

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