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¿Quién decide cuáles son las malas hierbas?

25 de Octubre de 2016
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Hace unos días vi una película extraña, sin pretensiones, para pasar el rato, que sin embargo, contenía algún pensamiento interesante. Uno, expresado por un niño, es el que da título a este escrito. Estaba limpiando un jardín, pero dejaba un cerro de malas hierbas en flor y la dueña le preguntó por qué no las arrancaba a lo que él, reflexivo, le contestó que aquellas flores a él le parecían muy hermosas y como ella insistiera en que eran malas hierbas él hizo esa pregunta interesante ¿quién decide eso?Estoy segura, querido lector, que si usted y yo nos pusiéramos a decidir esta cuestión no nos pondríamos de acuerdo. Porque hay malas hierbas en las que podría haber unanimidad, como las ortigas, molestas a rabiar, que pican si uno se las acerca, no sé algo así como Bárcenas, o Correas. Y tantos otros que, sin duda, usted está pensando, querido lector, y yo también. Hala a arrancarlas de raíz y a pasar el rastrillo y a labrar luego bien la tierra con varias labores para que no quede rastro y no vuelvan a salir en cuanto la coyuntura les sea favorable. Pero en otras la cosa ya no estaría tan clara.Yo, por ejemplo, tengo especial predilección por las aliagas, que pinchan una barbaridad, pero tienen un color amarillo intenso y un aroma penetrante. Y porque aparecen cuando la primavera está aún amaneciendo. Solas, las primeras. Macizos hermosos en las cunetas de mi tierra. Y, sin embargo, casi nadie se atreve a cogerlas para hacer un ramo y llevarlas a casa. Y no sé por qué, las asocio a Hillary Clinton, que mira que pincha a Trump, el impresentable machista que la llamó asquerosa en el último debate. Es rotunda, como el aroma de las aliagas, dura como sus ramas. Pero igual usted, querido lector, la colocaría entre las hierbas desechables porque se le antoja intrigante y vendida a los grupos de presión más rancios y conservadores de Los Estados Unidos de América. Sin ir más lejos tengo yo un amigo entrañable que prefiere a Trump y a mí me parece una mala hierba a la que hay que arrancar sin piedad, algo así como el gramen, odioso.Igual usted, querido lector, incluiría en el catálogo de malas hierbas a Bob Dylan el último novel de Literatura, tan controvertido. Se dice que lleva una vida desordenada y muchas voces autorizadas abominan de él porque ni es poeta ni es nada. Se le abronca un día sí y otro también con saña, incluso desde algunos medios. Pero a mí, aunque respeto profundamente la poesía culta y la leo y la releo y soy crítica y dura en mis juicios, este autor, músico-poeta o como se le quiera denominar, se me antoja como una amapola solitaria, de esas que crecen en medio de los trigales, y ha podido soportar los fitosanitarios más abrasivos. Y sigue ahí, bailando al son de la brisa. Sola, roja, valiente. Yo, si pudiera, me la llevaría a casa. La colocaría en un jarroncito de boca estrecha. Pero a las amapolas, en cuanto se las arranca de la tierra, se les cae algún pétalo, o todos. Hay que dejarlas. Ahí en su hábitat. No quieren acabar en la civilización, encerradas, rotas sus raíces. Ya ve, querido lector, qué pensamiento más poco ortodoxo. Casi irreverente.Mejor será dejarlas crecer a todas porque los jardines más hermosos son los que nacen libres, sin ayuda de nadie, sin manipulación de nadie. Salvo a las ortigas, claro.
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