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Retirarse a tiempo

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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En la vida hay que saber comportarse y en política más. No queda otro remedio. Es duro, sí, nadie puede negarlo. Equivocarse será también el reconocimiento de un fracaso. Y más cosas todavía, pero hay que hacerlo cuando corresponde, no después.

Luego se podrá analizar quien tenía razón, pero en perspectiva de partido y para no perjudicarlo hay que tomar una firme decisión. Alguien ha cometido un delito, estando en un cargo. Quien lo haya nombrado pagará las consecuencias. No hay que pensar más. A partir de aquí, uno se dedica a trabajar en la profesión que tenga y esto se da por cerrado.

¿Qué ocurre si no se hiciera así? ¿Y si el acta es personal y así la considera? ¿Y si acaba en otro partido o en otro grupo? En cualquier caso, creo que esto es indigno, desprestigia al partido y el responsable puede que no levante cabeza. Es decir, que solo queda dimitir. De lo contrario, el partido tiene que actuar con rotundidad y mostrándose inflexible. Quien ha hecho algo no debido, tiene que pagarlo.

La vida no acaba necesariamente en la política. Sigue habiendo vida después. La marca es difícil de borrar, pero todo se supera menos la muerte. Aunque uno se desplome, hay que salir adelante y para esto lo primero es reconocer la correspondiente responsabilidad, aunque puede que sea muy indirecta, pero también tiene que parecerlo y aquí no es así.

Ciertamente, no debemos confundir la apariencia con la realidad y esta es la que hay ya averiguar. En mi opinión, tampoco cabe escudarse aquí en que también lo hacen muchos otros. Allá cada uno. Mientras tanto, tendrá que dejar caer el aforamiento. Si una persona no tiene consciencia de haber cometido un error, entonces mejor para que le investiguen, estando limpio. Así quedará salvaguardado su honor y dignidad por su buen hacer y quedará limpio su apellido. No se trata de ganar alguna batalla, sino la guerra total.

Antes no le han convencido, por eso nadie sabe lo que va a hacer todavía el interesado. Dejarle veinticuatro horas para tomar la decisión me parece un plazo razonable. Espero que no lo agote el exministro Ábalos. En política hay que ser tan frío como el mármol, aunque se puedan perderse los mejores amigos. Estas cosas no son nada personales, sino deberes para un dirigente, que afectan a su prestigio, que nunca ha de perder.

Concibo la política como realizar todo lo que sea posible para el pueblo y los ciudadanos, que anteriormente confiaron en una persona. La pérdida de confianza será su destrucción, cuando llegue el momento de pedirles su voto. Esto se hace siempre desde una plataforma en la que se encuentra un partido. Y no es algo personal, sino social y colectivo. Esto es lo que caracteriza la política. Exige hacer los cambios posibles. Y esto implica riesgos y crearse enemigos, por querer conservar los privilegios en vigor.

Tales privilegios nadie los quiere soltar, pero no se puede gobernar a un pueblo sin establecer la equidad. Esto implica que unos cedan un poco para que otros puedan vivir mejor. Esta tierra nos la dieron para todos. No fue solo para unos pocos que se apoderaron de ella por la fuerza y luego alegan el derecho de propiedad, para no perderla nunca y dejarla a sus herederos en lugar de distribuirla bien.

Para esto hay que alcanzar el poder, con el fin de establecer las reformas necesarias que se hacen imprescindibles. La esencia de la gran política no tendría que ser el poder, sino la organización de las sociedades para poder vivir mejor en ellas. Para esto se necesita disponer de un poder fuerte, claro, pero un poder para el pueblo o un poder popular, ¿por qué no decirlo claro?

Ya se estableció hace un tiempo que “todo el poder a los soviets”. Era necesario para acabar con los privilegios de los zares y, suponiendo que no los quisieran dejar voluntariamente, obligarles a ello. Esto es una revolución, necesaria para hacer los cambios imprescindibles.

También se puede decir de otra manera: “establecer la justicia, la libertad y la seguridad”, promoviendo el bien de los integrantes en esa sociedad “mediante leyes que establezcan un orden económico y social justo”. Esto se hace con el imperio de la ley, que asegure una calidad de vida. Actualmente esto no lo puede hacer una nación sola, sino mediante la “cooperación entre todos los pueblos de la tierra”.

Por querer cambiar las estructuras establecidas y las mentalidades, Sócrates de Atenas encontró la muerte por envenenamiento, no convenció a sus paisanos los ciudadanos griegos. También mataron a Jesús de Nazaret, cuando el pueblo de Israel se convenció que no quería liberarles de los mandatarios romanos, sino respetar lo que les pertenecía (Recordemos aquello: al César hay que darle lo que es suyo, así como a Dios lo que es de Dios). Quería cambiar al pueblo judío y a sus dirigentes para que abandonaran el injusto orden vigente y se convirtieran a Dios. Y ante su extrañeza, proclamaba que su reino no era de este mundo. Les parecía un loco, que pretendía despojarles de sus privilegios para que los necesitados, los pobres, pasarán de ser los últimos a los primeros.

Esta debe ser igualmente la esencia de la gran política y suele traer mucho odio para el que la proponga y, cuando pueda, la imponga por convicción o por obligación. No se trata de dar la vuelta total para que los que están abajo se coloque encima, sino de aplicar la ley para que sea la justicia la que reine por encima de las desigualdades sociales, origen de la falta de equidad.

Este proceder político tiene muchos riesgos. A veces habrá que ser un héroe para conseguirlo, pero aquí está también su grandeza. Por eso nos atrae a todos sin partidismos.

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