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Sin Andalucía no es posible

Cualquier aprendiz de la historia diría que “esta no se repite, pero parece como si la realidad quisiera llevarnos la contraria”

Juan Ruiz Valle
Juan Ruiz Valle
Ha escrito diversos artículos sobre Didáctica de la Historia en la UNED y en la publicación Hespérides, así como sobre andalucismo histórico y actual en los Diarios Córdoba, El Día y Diario 16. Sus investigaciones se desarrollan en la temática de la tierra en el siglo XVIII, campo en el que ha publicado trabajos en el II Congreso de Historia de Andalucía y en las revistas de investigación y culturales Ariadna, Saxoferreo y Cazarreyes. También ha prologado obras sobre historia local y la prensa conservadora en la II
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análisis

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Existen ideas a las que se recurre con mucha frecuencia y en determinadas circunstancias  para aseverar que en Andalucía no es posible, cuando es lo contrario, que SIN ANDALUCÍA NO ES POSIBLE. 

Se afirma que Andalucía es tierra de gente mayor, y sin embargo, los censos de población (2011) no lo confirman: la población envejecida es igual que la de otras comunidades de España o de Europa.

También  se dice que el mundo rural, y en el que hay que asentar población, es inmóvil y es un factor retardatario que nos lleva al pasado cuando, por el contrario, la población rural es menor si atendemos a poblaciones de menos de 10.000 habitantes; 

y mayor si atendemos a poblaciones de más de 20000 habitantes. Evidentemente, se parte de que hay un componente de población rural importante.  

Además, se escribe que las movilizaciones sociales han sido siempre violentas, cuando aquí en Andalucía, en muchos momentos de nuestro pasado se “ha `conquistado´ la democracia, en tanto que esta como concepto, no se concede, se construye”.

Basta poner unos ejemplos: Las “agitaciones campesinas” no fueron siempre premodernas y los movimientos sociales  andaluces en el siglo XIX se diferenciaron poco de los de Europa de aquellas fechas.

Asimismo,  en el siglo XX la participación del mundo rural  en las elecciones con  su voto, en otra etapa  de democracia formal durante la II República, fue decisivo. No se decía esto cuando se hablaba en  historiografía pretérita de la potencialidad del voto urbano. Y lo que comentamos ocurría en el periodo de entreguerras, es decir, entre 1918 y 1939, cuando en Europa  dominaban movimientos políticos autoritarios y dictatoriales. 

“Se desmiente, pues,  la idea de una Andalucía rural de población envejecida, desmovilizada y apática, y en la  que los conflictos laborales se resolvían todos con la violencia y no con la concertación  entre propietarios, obreros y jornaleros”. Por tanto, los episodios históricos de institucionalización del conflicto laboral, mediante la negociación y el acuerdo pactado, fueron un logro modernizador del mundo rural andaluz, frente al enfrentamiento y la movilización violenta.

Y, si nos remontamos al pasado más reciente, al 4-D de 1977, que en fechas recientes se ha querido recuperar, habría  que afirmar que no fue solo un movimiento  de las élites, sino que fue un movimiento popular, muy simbólico por cierto; y en el que masivamente los andaluces se manifestaron, pacíficamente, como otras veces en la historia, para “reivindicar  solución a sus problemas sociales y económicos, democracia y autogobierno”. Y se  demostró que sin Andalucía no era posible construir, por proporcionar un último ejemplo, el nuevo Estado de las Autonomías. 

Sería de desear, pues, que estas constataciones territoriales, políticas e identitarias del pasado andaluz  estuvieran presente en los más de sesenta diputados y senadores que Andalucía aporta a las Cortes de  Madrid en las Elecciones Generales del 23 de julio, que nos hace recordar aquellas primeras elecciones  democráticas celebradas un 15 de junio de 1977 y los avances- y también algunos retrocesos- en Andalucía,  después de doce elecciones municipales y  una docena de autonómicas,  desde abril de 1979 o mayo de 1982, respectivamente. 

Y también que estos representantes andaluces podrían  llegar a la conclusión de que el fenómeno nacional andaluz en la etapa contemporánea, y en un ámbito estatal y un mundo globalizado, se define en una triple dimensión: territorial, política-gubernativa, e  identitaria-cultural,  que nos cohesiona. 

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