Que el aborto reduce la mortalidad de las mujeres es un dato confirmado por las estadísticas de los servicios de salud de todos los países donde se practica. En algunos casos, el número de muertes descendió drásticamente tras la legalización. En Uruguay, un ejemplo paradigmático, los abortos ilegales o en secreto generaban el 37 por ciento de los fallecimientos de embarazadas entre los años 2001 y 2005. Después de la legalización, la mortalidad cayó al 8 por ciento entre los años 2011 y 2015. Además, en aquellos lugares donde el aborto es legal cada vez se practican menos intervenciones de este tipo. Es el caso de España, donde año tras año fluctúan las estadísticas e incluso, dependiendo del período, se aborta menos. Es decir, con la lógica en la mano los movimientos provida contrarios a esta práctica deberían promover la legalización, ya que cuando el aborto deja de ser clandestino disminuye el número de intervenciones y por consiguiente la mortalidad materna. Basta con viajar a cualquier país subdesarrollado para contrastar este dato. La cabaña como clínica improvisada y la partera sin titulación siguen causando estragos entre la población femenina. Así, en algunas zonas de América Latina y el Caribe (también en África y Asia) donde las legislaciones son más restrictivas por la influencia de la religión, el número de abortos se dispara. Desde este punto de vista, el aborto en condiciones de seguridad y salubridad es un factor más de una sociedad desarrollada. De hecho, la Organización Mundial de la Salud lleva décadas recomendando abortos seguros y legales disponibles para todas las mujeres en la red nacional de Sanidad pública.
Salud mental y aborto
En cuanto a la relación entre aborto y salud de la mujer, los movimientos provida advierten de que la interrupción voluntaria del embarazo conduce inevitablemente a la madre al “síndrome post-aborto”, que dañaría psicológicamente su emocionalidad. También nos encontramos ante un mito sin prueba científica alguna. En realidad, muchos médicos tachan de “invento de fanáticos religiosos” o pseudociencia engañosa ese supuesto síndrome y dan por hecho el carácter inocuo del aborto. Para la comunidad científica, el trastorno posoperatorio sencillamente no existe. Ni siquiera ha sido aceptado por la Asociación Americana de Psicología, tampoco por la Asociación Americana de Psiquiatría. Lo que sí suele ocurrir es que, cuando el prejuicio moral se instalada en un servicio de salud pública, el daño para la mujer suele ser importante. Así ocurre cuando ellas reciben información inexacta sobre los riesgos psicológicos del aborto y se las pone contra la espada y la pared presionándolas para que desistan. Es entonces cuando suele aparecer la tensión, la ansiedad, el conflicto emocional. En no pocas ocasiones se suele atribuir al aborto el problema de salud mental de una mujer cuando a la hora de la verdad hay otras causas endógenas, como la depresión, la pobreza o la violencia machista. Todos los estudios científicos realizados hasta la fecha concluyen que el aborto no es un factor significativo de depresión, estrés, trastornos alimentarios o conducta suicida.
Pero es que además el aborto contribuye a la salud de la mujer. Está comprobado que las mujeres mejor informadas y respaldadas por su entorno familiar y por el sistema sanitario mostraban resultados psicosociales favorables. En general, lo que afecta a la salud de una mujer es negarle un aborto que ella ha decidido asumir voluntariamente. En muchas ocasiones traer un bebé no deseado al mundo provoca sentimientos negativos como arrepentimiento, ira, frustración, infelicidad, falta de autoestima, depresión, culpabilidad y desazón ante el futuro. En algunos casos, esta situación conduce a un problema de salud mental más grave e incluso a síntomas físicos como migrañas y problemas en las articulaciones. Es más probable que negar un aborto pueda arruinar la vida de una mujer que si esta decide no dar a luz.
La cuestión religiosa
Finalmente, las creencias religiosas influyen en la embarazada que, tras meditarlo, llega a la conclusión de que debe interrumpir su gestación. A veces, el contexto social se convierte en un ambiente irrespirable para quien desea abortar.Mezclar ciencia con religión suele traer malas consecuencias y da lugar a mujeres victimizadas, autoculpabilizadas y con remordimientos ante la trascendente decisión que han tomado. Frases como “pienso que Dios me ha castigado por lo que he hecho” suelen escucharse a menudo en las clínicas y hospitales. “Fui a una escuela católica y básicamente dicen que el aborto es como la cosa más horrible que podrías hacer, que estás quitando las vidas de Dios y bla, bla, bla… En sí, realmente, no me afectó, pero esas cosas siempre están en tu cabeza, a pesar de que dices: No creo en eso. Esa pequeña voz sigue apareciendo y me dice: Has matado a tu hijo”, asegura una mujer que prefiere mantener su nombre en el anonimato.
“Hablé con mi madre al respecto y le dije que quería abortar. Ella me odia. No me habla. Me echó de casa. Ahora mismo me quedo aquí y allá, donde sea que pueda, con mi hijo, y ella dice que soy una mala madre, que soy la peor persona del mundo, que Dios nunca debería haberme dado el regalo de ser madre. Eso es muy difícil, porque toda mi familia me odia. No entienden lo que es estar en mis zapatos o por qué no quiero estar embarazada”, asegura otra víctima de un entorno hostil. La conclusión que queda después de esos testimonios desgarradores es que los proabortistas están respaldados por evidencias científicas, mientras los detractores se dejan llevar por una ideología política determinada y una serie de prejuicios irracionales.
Médicos contra obispos y la extrema derecha
Así las cosas, no extraña que en 2023 los ginecólogos españoles carguen contra el protocolo antiabortista de Vox en Castilla y León. En un comunicado de prensa, la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO) aseguró “no tener constancia de este nuevo procedimiento más que por las informaciones de los medios de comunicación” y recordó que la medida es discriminatoria y no se encuentra exenta de riesgos. “El derecho de la mujer a acogerse a la ley de la interrupción legal del embarazo (ILE) y los requerimientos al respecto están regulados legalmente. Nuestro máximo respeto a la legislación vigente y nuestro máximo respeto a las mujeres que se encuentran en esa situación”, alegan los especialistas. Además, la SEGO recuerda que “ni existe ni puede existir ninguna diferencia en la atención médica que reciben las mujeres embarazadas, independientemente de que estén pensando o hayan decidido acogerse a la ILE, porque supondría una diferenciación éticamente inaceptable”. Sobre las medidas concretas que García-Gallardo pretendía introducir en el sistema de Seguridad Social, los ginecólogos alertan de que las ecografías 4D “no forman parte de la sistemática asistencial, ni puede encontrarse recomendación alguna para su práctica rutinaria, ni en protocolos-guías nacionales ni internacionales”. Y respecto al latido fetal, alertan de que las guías clínicas establecen que “en fase embrionaria [hasta la semana diez y seis días] se recomienda que la evaluación ecográfica del latido sea preferiblemente de manera visual” y que las ecografías Doppler “no deben ser utilizadas rutinariamente”. En período fetal, hasta la semana 13 y seis días, este instrumental sí puede ser utilizado de forma algo más habitual, pero siempre que esté justificado “para ciertas indicaciones clínicas, como el cribado de trisomías y anomalías cardíacas”.
La ciencia, una vez más, va de la mano de la lógica, pero la sinrazón y el fanatismo se empeñan en seguir propagando bulos e inexactitudes. Leyendo este manifiesto de Vox se llega a comprender el grado de intento de manipulación de mentes al que puede llegar la extrema derecha. “El aborto es el peor atentado contra los derechos humanos que tiene lugar en la sociedad actual. Cada año son destruidos en el seno materno 55 millones de pequeños humanos en todo el mundo. En España fueron 95.917 en 2018. La cifra supone un récord histórico en proporción al número de nacimientos. Uno de cada cinco concebidos termina en la trituradora. Desde 1985 han sido abortados en España dos millones y medio de bebés. Es uno de los factores que explican nuestra natalidad raquítica, que pone en peligro la sostenibilidad del país”. No se pueden decir más falsedades en tan poco texto. Ni se están matando personas, ni el aborto es el culpable de que no nazcan niños en nuestro país. El problema del descenso de la curva de la natalidad y el envejecimiento de la población viene marcado por factores mucho más complejos que se relacionan con los problemas de las nuevas sociedades hiperindustrializadas, con la falta de expectativas de una población que ya no puede plantearse formar una familia ante la incertidumbre y la crisis económica y con un cambio de paradigma cultural. La mujer del siglo XXI, liberada y con plenos derechos para decidir su futuro, ya no es aquella abnegada ama de casa que sacrificaba su vida por el bien de su marido y sus hijos.
La ofensiva contra el aborto en España viene impulsada, lógicamente, por los obispos de la Iglesia católica, cuyos discursos son calcados al ideario político de la extrema derecha representada por Vox. Tras conocerse la sentencia del Tribunal Constitucional y la aprobación en el Parlamento de la nueva ley, el presidente de la Conferencia Episcopal Española y cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, salió al paso con unas polémicas afirmaciones al calificar de “incongruencia” que se permita el aborto al tiempo que se “prohíbe romper un huevo de águila”. Días antes, los obispos habían cargado contra el Gobierno de coalición al redactar un documento en “defensa de la vida humana” junto con el resto de religiones. En el escrito, que llevaron al Congreso de los Diputados, a la Moncloa y al Consejo General del Poder Judicial, los líderes de las confesiones católica, protestante, musulmana, ortodoxa y anglicana en España expresaban su “preocupación” por las leyes aprobadas por el Gobierno y pedían a los políticos que “reflexionen” y tomen medidas para proteger la vida. En su cruzada contra el aborto, todas las religiones van de la mano. Curioso fenómeno que da que pensar.
Es preciso remontarse al pronunciamiento que hizo el Papa Sixto V para encontrar los antecedentes de esta batalla religiosa y cultural. Fue aquel Sumo Pontífice quien en 1588 declaró que el aborto era un homicidio independientemente de la etapa del embarazo que cursara la mujer. Sin embargo, durante la mayor parte de su historia, la Iglesia católica estuvo dividida entre los que opinaban que el aborto temprano era un asesinato y los que no. De hecho, la jerarquía eclesiástica no comenzó a oponerse de forma unánime y férrea a la interrupción voluntaria del embarazo hasta bien entrado el siglo XVIII. A partir de 1750, la excomunión se convirtió en el castigo para las mujeres que decidían no dar a luz. En etapas anteriores, teólogos católicos no consideraban el aborto como un pecado mortal. Hoy, la curia romana vuelve a sus postulados más antiguos y trasnochados. Y los grupos sociales y políticos más reaccionarios recogen esa bandera y la enarbolan para afrontar su última cruzada.