Calcular el costo de una guerra es una tarea compleja y puede ser incalculable. Existen ciertos datos que pueden ofrecer una perspectiva, aunque limitada. El gasto en vidas humanas, la destrucción de un país, la contaminación ambiental y la pérdida de patrimonio cultural son solo algunos de los factores a considerar.
Se ha reportado que Putin gastó una cantidad astronómica en una semana de ataques, según datos del Consejo de Seguridad de la ONU, lo que podría considerarse una fuente confiable. En la última semana, el costo ascendió a 1.300 millones dólares, una cifra que aumenta al multiplicarla por la duración de la invasión rusa a Ucrania.
Además, el lunes pasado, mil soldados rusos murieron o resultaron heridos, y desde el inicio del conflicto, 35.000 civiles ucranianos han sufrido el mismo destino. Frente a esta realidad, es difícil permanecer indiferente y no generar conciencia sobre la gravedad de la situación. Se cuestiona qué fuerza maligna inició este conflicto, ya que ninguna democracia en el mundo justificaría tal atrocidad.
Los líderes mundiales deben actuar con urgencia, más allá de proveer armamento a sus aliados, y buscar establecer los términos de la paz. La historia nos recuerda nuestra propia guerra civil, donde la victoria se firmó unilateralmente, pero la paz se declaró, según se decía con ironía, resultando aproximadamente medio millón de muertes más por fusilamientos en el periodo de paz.
En un mundo donde existen guerras, crímenes y muertes, con cementerios más grandes que nunca, el mar Mediterráneo, y quiénes arriesga su vida diariamente en busca de un futuro mejor cuál es el valor de una vida humana. No hay millones de dólares que puedan compensarla, porque el criterio de valor es distinto y ninguna compensación es posible. Ni los poderes infernales ni los celestiales pueden ofrecer consuelo alguno. Solo queda el dolor y la ira perpetua, acompañados de la sed de venganza real.
Las dificultades crecen constantemente. Iniciar una guerra es fácil, pero lo difícil es terminarla. Son dos enemigos que se odian a muerte, junto con sus pueblos. Solo la justicia y la equidad podrían poner fin al conflicto. ¿Quién puede convencer al invasor de que devuelva el terreno usurpado? Si es esencial restituirlo, uno podría preguntarse, ¿para qué se ha derramado tanta sangre?
La guerra es un sinsentido y un absurdo. Comenzarla es un acto irracional. Merece la pena trabajar por el florecimiento de los pueblos, la unidad entre ellos y sus relaciones diplomáticas.
Regular la inmigración es un objetivo deseado por todos, pero ¿cómo se logra eso sin mantener buenas relaciones con los líderes? Es necesario visitarse siempre que sea posible. Si están en guerra, poco se puede hacer. El liderazgo permanente se mantiene hasta que el pueblo decida cambiarlo. En situaciones extremas, las opciones son limitadas.
Si se enfrentan entre sí en cuánto se encuentran y los grupos huyen para sobrevivir, ¿cómo hacer para que regresen a sus regiones de origen? Allí ni siquiera son reconocidos. Además, los familiares están bajo estricta vigilancia. Si se desvían un milímetro de las normas establecidas, los que se queden sufrirán las consecuencias.
Las cosas no son tan sencillas y presentan una complejidad extraordinaria. Si fueran fáciles, ya se habrían solucionado. Todo pende de un hilo y, además, ni siquiera tienen qué comer. Todos deberíamos ser iguales, al menos en lo básico y fundamental, pero es bien sabido que no es así, debido a la mala distribución de la riqueza.
Con solo 1.300 millones de dólares, ¿cuántos problemas se podrían resolver? ¿Y qué hacemos en su lugar? Los utilizamos contra los demás para demostrar quién tiene el poder. Y esta enorme cantidad no es suficiente.
Cada año tenemos que aumentarla más, sabiendo que otros países hacen lo mismo. Nos jactamos de nuestros arsenales nucleares y cuidamos celosamente nuestro ejército, porque es quien tiene el control y debemos tenerlo de nuestro lado. ¿Cuántos millones necesitaremos para mantener bien equipado al ejército? Los presupuestos generales del Estado siempre se inclinan hacia este lado. El ejército es una institución fundamental en la defensa de una nación.
Aunque no lo pensáramos así, no importa, porque las altas instituciones del país lo hacen. Y las instituciones extranjeras, a las que pertenecemos nos lo exigirán. No se puede abandonar, porque al que no contribuye durante un periodo de tiempo, en el siguiente le pedirán el doble, si quiere contar con una defensa efectiva y precisa. De esta trampa no se libra nadie.
Solo un dios puede aún salvarnos [Nur noch ein Gott kann uns retten]. Se trata de la famosa frase de Heidegger en su entrevista a Der Spiegel el 23 de septiembre de 1966, que ha sido tan interpretada. Significa simplemente que o cambiamos de rumbo o nuestra civilización pone en peligro su futuro. Y así es, pero nadie hace caso y cada vez está más en peligro la civilización. Nosotros veremos.