Abogada, escritora, directora de una revista literaria, orientadora en creación literaria, Ana Schein es una mujer de mirada global. Nacida en Uruguay, emigrante en Argentina y ahora en Estados Unidos, recurre a la suma de sus vivencias para contar sus historias. Amira (Booket, Planeta, 2024) es su nueva novela, en la que presenta la historia de dos hermanas que conviven en un barrio de Beirut, entre noticias de secuestros, toque de queda, explosiones y cartas de amor. Ana Schein se encuentra en la capital española para ofrecer dos presentaciones: el miércoles 18 en la librería Los Pequeños Seres y el viernes 20 en la Escuela de Escritores de Madrid, ambos a las 19 horas.
¿Quién era Ana Schein y quién es ahora?
Ana era una niñita risueña, que escribía historias en sus cuadernos y se atrevía a ilustrarlas. Una niña criada en un mundo de adultos. Una mujer que se casó joven, a los 23, temprano para los parámetros que manejamos hoy en día, y emigró desde Montevideo a Buenos Aires. Alguien que viene de un país muy pequeño y que no ha dejado de fascinarse con todo lo nuevo que descubre cada día. Ana hoy es una mujer que ha vivido en tres países, que lee mucho, que ama lo que hace: escribir y trabajar en el mundo de las letras. Me gusta mucho viajar, cocinar, estar con amigos, y también tener momentos de soledad, ya sea para escribir, reflexionar o leer. Cuando una novela me atrapa, me olvido de que hay un mundo más allá de esas páginas. Me pasa lo mismo cuando estoy en la etapa final de cierre de una novela propia: no puedo salir de la historia paralela. Retomando la tercera persona: Ana es una mujer feliz y agradecida con la vida.
¿Emigrar ha cambiado tu mirada a la hora de escribir, te ha hecho otra persona?
Absolutamente. El mundo que me rodea creció, las temáticas, dolores, intereses de las personas con las que me cruzo día a día son otras muy distintas a las que pude conocer en Montevideo. Mis abuelos fueron inmigrantes, de un lado rusos y polacos; del otro, italianos; en su momento, siendo una niña, si bien oía relatos de cuán difícil había sido dejar la casa, la familia y empezar una nueva vida en otro continente, creo que no lo llegaba a entender. Me llamaba la atención la idea de la aventura.
Una vez que me mudé a Buenos Aires, por primera vez reparé en esa idea de grandeza, de mezcla de distintas colectividades. Y de diferencias. Uruguay tiene un décimo de la población de Argentina. A mi marido lo trasladaron para Buenos Aires. Llegamos en el momento del llamado “uno a uno”, el peso argentino equivalía al dólar. Emigraba muchísima gente desde todo Sudamérica. De por sí, Argentina, al ser un país tan grande, tiene muchísimas diferencias culturales entre las distintas provincias, y a eso se le sumaba la migración. Creo que fue la primera vez que presencié situaciones que rayaban en la xenofobia, debido al acento, color de piel, costumbres o forma de vestir. Algo que no notaba en Uruguay, quizá porque era más joven y mi mundo se limitaba al colegio o la universidad. Quisiera aclarar, que siempre me sentí parte de Argentina, de hecho, mis hijos nacieron allí, también es cierto que uruguayos y argentinos somos muy parecidos. Advertí por primera vez las diferencias y las actitudes de quienes no quieren inmigrantes en su tierra. Situaciones que quizá vivieron mis ancestros, pero que yo no las podía llegar a entender. Y ahora, en Estados Unidos, el universo se amplió enormemente. Esto es un collage cultural que disfruto mucho, que me nutre. Al poco tiempo de llegar a Miami, me hice amiga de varias mujeres que emigraban de lugares muy remotos, mamás de los compañeritos de colegio de mis hijos. Y pude confirmar que esa diversidad nos unía, pues todas transitábamos más o menos por las mismas situaciones: la angustia por lo que queda atrás, la fascinación con lo nuevo, la lucha por integrarse a la nueva sociedad. La necesidad de estar bien para dar seguridad a nuestra familia. Mirar hacia adelante y pensar en las generaciones futuras. De ahí que en mis novelas siempre haya referencia a estos temas: los desafíos de empezar una nueva vida. Y de ahí también mi serie de mujeres que emigran a Estados Unidos, donde intento mostrar, a través de la ficción, lo bueno y lo malo de estas experiencias.
“En mis novelas siempre hay referencia al tema de los desafíos de empezar una nueva vida”
¿Qué historia cuentas en ‘Amira’?
‘Amira’ cuenta la historia de dos hermanas: Amira y Rayzel. Y cito la sinopsis de Amira, que encontrarán en la contratapa de la edición de Booket, editorial Planeta. “En un humilde barrio de Beirut, Amira convive a diario con noticias de secuestros y un riguroso toque de queda, explosiones y coches bomba; pero ella no tiene miedo, recorre las calles polvorientas de su ciudad, observando el verde de las moreras, los carros de frutas y las cúpulas de las mezquitas. Por las noches, en el dormitorio que comparte con su hermana Rayzel, escribe cartas para su novio, enlistado en el ejército. Una mañana, accediendo a los pedidos de su madre, Amira se convierte en cómplice de algo que nunca se perdonará: haber empujado a Rayzel a casarse con un médico extranjero al que no ama. Tiempo después, llegará también su momento de emigrar. Una hermana en París; la otra en Connecticut. Amira es la historia de dos mujeres que debieron abandonar el mundo pequeño que conocían y en el que, a pesar de todo, se sentían seguras. Aterrizar en un horizonte lejano y transformarlo poco a poco, hasta convencerse de que lo han hecho suyo”.
¿Hay algo de tus vivencias en la vida de las dos hermanas que protagonizan tu novela?
Estoy convencida de que los escritores siempre recurrimos a situaciones que nos han marcado. La anécdota —aquello que viven nuestros personajes— o el entorno donde suceden las historias puede variar con respecto a nuestras propias vivencias de escritores. Pero la repercusión de los hechos —qué sentimientos generó determinada situación en nosotros: aquello que permanece en nuestra memoria— eso es lo que trasladamos al papel para armar el personaje, conectar con sus sentimientos. Y es lo que hace que los personajes cobren vida y se sientan de carne y hueso. No importa si quien viaja en un avión es una joven que se despide del Líbano o es una escritora que deja Uruguay, creo que el dolor, la congoja es la misma en ese momento: abandonar a tu familia, dejar a los amigos, lugares conocidos, fisonomías que te son familiares. Y para que no todo sea melodrama y no se trate solo de situaciones tristes, las herramientas de las que echamos mano son similares, por ejemplo, a la hora de recrear una escena de amor: sentir el cosquilleo en el pecho, el roce de una barba a medio crecer en la mejilla; eso también ayuda para hacer escenas más redondas. Creo que dotamos a los personajes con todo lo malo, lo bueno y lo maravilloso que nos ha tocado vivir.
¿Te sientes cómoda escribiendo sobre mujeres o es una necesidad?
Me siento muy cómoda. Lo disfruto y me ayuda a conocerme un poco más. También me gusta leer historias donde los protagonistas son hombres. Busco una forma de conocer más sus psiquis y pensamientos a través de esas lecturas, entrar en lo más profundo de su alma. No hay como la honestidad de Paul Auster para ingresar en la mente de un hombre. He aprendido mucho con esas lecturas. Ya verán la luz otras de mis novelas donde hay protagonistas hombres con un peso importante, con un narrador muy cercano. Pero la gran heroína siempre es la mujer. La verdad es que me siento muy cómoda hablando de nuestros sentimientos, temores y forma de ver el mundo. Es, a la vez, una manera de denunciar la situación de las más desfavorecidas.
Fuiste una gran lectora a temprana edad. ¿Qué obras determinaron tus influencias?
Sonrío al recordar las primeras novelas que leí. Me gustaba mucho Louisa May Alcott. Recuerdo “Bajo las lilas”, “Mujercitas”, “Los muchachos de Jo”. Llegué a tener toda la colección. Siempre le agradezco a mi tía Graciela, que era quien me nutría con estos volúmenes. Luego llegaron las sagas de Enid Blyton, “Los cinco”. Esos libros eran muy populares en el colegio. Hubo una época en que intercambiábamos los volúmenes todo el tiempo. Recuerdo a “Heidi”, de Johanna Spyri. Me doy cuenta de que consumíamos muchos autores sajones. Desde luego, no puedo dejar de nombrar a Jane Austen. Y mucha poesía, Machado, Bécquer, Emily Dickinson, Juan Ramón Jiménez. Es buen momento también para agradecer a tantos profesores de Literatura, y todo lo que me han nutrido con los programas en el colegio. Leo mucho y muy variado. Mi género predilecto es la novela contemporánea, pero siempre agrego algo de ensayo, cuento y poesía. Leo mucho Pulitzer, no quiero dejar de mencionar a Elizabeth Strout y Jhumpa Lahiri, dos escritoras a las que admiro profundamente.
Abogada, escritora, directora de una revista literaria, orientadora en creación literaria. ¿Existe una línea que vincule todas tus facetas?
Sí, absolutamente. Creo que soy muy afortunada al poder vincular estas tres áreas del mundo literario: la escritura, la edición y el acompañamiento en la concreción de proyectos narrativos. Uno crece, se nutre, desarrolla un ojo con una mirada más aguda, y cada una de estas áreas retroalimenta a la otra, ya sea en lo personal, para volcarlo en el papel, así como en aquellas creaciones donde tengo la oportunidad de colaborar, como profesora o editora. Siempre tuve mucha empatía con los textos ajenos, ofreciendo sugerencias con respeto, buscando hacer crecer las historias. Y es muy satisfactorio notar que la retroalimentación sucede como por arte de magia. En esta profesión, cuanto uno más da a sus alumnos, más crece. Se aprende mucho de ellos, de sus escritos, de su forma de ver el mundo. La abogacía hace tiempo —mucho— que no la practico. Años. Creo que de ese título: “Doctor en Derecho y Ciencias Sociales”, a lo que más recurro a la hora de escribir es a la Sociología. Tengo una necesidad importante por mostrar las diversas sociedades, el esfuerzo del individuo por integrarse, el valor de las personas, en especial de las mujeres, a la hora de hacer crecer una nación. Focalizarme en una historia, mostrar a los personajes, hacer pensar al lector y conmover.