Sus certeras y contundentes reflexiones encaminadas a la búsqueda de la igualdad real entre hombres y mujeres poseen tal carga de profundidad que raro es que admitan alguna discusión. En el iluminador y didáctico a un tiempo John Wayne que estás en los cielos (La Moderna) presenta la recopilación de un puñado de reseñas cinematográficas en las que, con la valentía, formación y compromiso a raudales que lo caracterizan, desmonta sin tapujos muchos de los innumerables roles masculinos tóxicos y patriarcales que la gran pantalla nos ha inoculado a generaciones enteras durante más de un siglo de existencia. Después de su lectura, qué duda cabe que la presbicia no nos la quitará de encima, pero nos habrá ayudado decisivamente a apreciar este bello arte con otra mirada más limpia y honesta, la que facilita las gafas violetas. Y a partir de ahí, ya no hay vuelta atrás.
Cine y patriarcado, cine y masculinidades tóxicas. Este binomio parece que no tiene fin, incluso ahora en pleno boom del #MeToo y otros fenómenos en busca de la igualdad real. ¿Por qué?
Porque el machismo es cultura y todavía seguimos en gran medida habitados por él. Aunque es cierto que cada vez con más frecuencia encontramos otro tipo de representaciones de lo masculino y de lo femenino en el cine, sobre todo gracias a la incorporación de miradas de mujeres (guionistas, directoras, productoras), el cine, como cualquier otro producto cultural, reproduce unos modelos que continúan siendo hegemónicos y que se ajustan a lo que hemos normalizado. El cine es cultura, claro, pero también es una industria, y responde a unas exigencias del mercado, y en este contexto es más complicado que se planteen lecturas alternativas o disidentes. Desde esa dimensión en el que somos contemplados más como espectadores/consumidores que como espectadores/ciudadanos, las películas no buscan incomodar, sino más bien que de alguna manera veamos confirmadas en ellas nuestras expectativas y creencias. Y estamos en un momento en el que el imaginario audiovisual, no solo el cinematográfico, se está convirtiendo en un espacio ideal para la cobertura de discursos reaccionarios y hasta misóginos.
¿Ha hecho más daño el cine al feminismo en poco más de cien años de existencia que el propio patriarcado en milenios de dominación?
No me atrevería a realizar una afirmación tan rotunda. El cine, como cualquier otra obra creativa del ser humano, no ha hecho sino reflejar el contexto social del que ha formado parte, y en ese sentido, claro, ha reflejado durante décadas las jerarquías y a las asimetrías propias del patriarcado. Entre otras cosas, y yo diría que fundamentalmente, porque era un club privado de hombres que contaban historias en función de sus intereses y de su concepción del mundo, y en el que las mujeres estaban marcadas por unos roles y estereotipos que casi podríamos resumir en dos leyes, la del sometimiento y la del agrado. A través de las imágenes, también los hombres hemos insistido en dejar claro que era lo importante – lo masculino, claro– y cómo las mujeres y lo femenino representaban lo accesorio y lo devaluado. Nosotros como seres para nosotros mismos, y ellas siempre como seres para otros.
“Afortunadamente, los hombres cada vez encontramos más relatos audiovisuales que nos cuestionan desde el punto de vista del género”
En el capítulo primero de su libro, titulado ‘Masculinidades omnipotentes’, realiza una amplia batería de preguntas en torno a esta realidad, que prácticamente llevan implícitas todas las respuestas. Sin ir más lejos, respóndame a la última de ellas, por ejemplo: “¿Por qué la desigualdad entre mujeres y hombres es una cuestión de estatus y, por tanto, de ciudadanía?
Porque tiene que ver con el lugar que ocupamos en la sociedad, en el pacto social, con las potencias que se nos reconocen, con las diferentes oportunidades y con el reconocimiento de poder y autoridad. Tiene que ver con las condiciones en virtud de las cuales ejercemos la ciudadanía y, por tanto, con cómo nos situamos en los espacios público y privado, con cómo seguimos marcados por una división sexual del trabajo y con de qué manera en definitiva podemos ejercer nuestros derechos y libertades. Estamos hablando de una cuestión de poder y, por tanto, que nos remite a las estructuras que definen nuestras sociedades.
¿De qué manera es el cine el mejor escaparate posible para palpar de primera mano cómo avanza, o retrocede, la lucha por la igualdad real en la sociedad actual en general?
Para mí el cine siempre ha sido una parte esencial en lo que podríamos llamar mi educación sentimental. Ha sido un espejo en el que yo me he ido mirando y que, entre otras cosas, me ha servido para cuestionar mi lugar como hombre en la sociedad, en el amor, en el sexo. Desde esta perspectiva, yo creo que una película, una serie, en definitiva cualquier producto audiovisual, tiene la gran capacidad de generar una corriente emocional con quien la está viendo y esa conexión, que acaba siendo ética, es una herramienta poderosísima para generar conciencia y también, por qué no, hasta activismo. En este sentido, yo creo que afortunadamente cada vez encontramos más relatos audiovisuales que nos cuestionan desde el punto de vista del género y que pueden ser por tanto un punto de inflexión hacia esa transformación que la masculinidad requiere. De la misma manera que las políticas públicas, los medios de comunicación o las redes sociales han contribuido, sin ir más lejos, a que le pongamos nombre a realidades hasta hace poco invisibles, yo creo que el cine también está jugando un papel importante en esa visibilidad. Insisto en lo que apuntaba antes. En esta evolución está siendo clave que haya cada vez más mujeres cineastas que nos ofrezcan otra mirada sobre la realidad, y también por tanto sobre nosotros mismos. Que nos muestren, por ejemplo, una parte de la memoria en la que nunca estuvieron presentes ellas, o que nos cuestionen los roles tradicionales en la familia, o que reivindiquen su autonomía sexual y sus deseos.
¿Y qué conclusiones extrae usted de ello?
Yo creo que está habiendo una evolución positiva, en el sentido de que cada vez tenemos miradas más plurales y diversas, en general, no solo con respecto al género. Me da un poco de miedo que el momento crítico de las salas y la explosión de las plataformas puedan condicionar de alguna manera esa diversidad. En todo caso, como ha pasado siempre, las mujeres nos llevan también en esto ventaja y son justamente ellas las que desde la pantalla están ofreciéndonos otros relatos y haciéndose preguntas cruciales. Nosotros, como es habitual, vamos por detrás y en gran medida empujados por ellas.
¿Siente que estamos en una etapa histórica trascendental para lograr el definitivo impulso que necesita el camino hacia un feminismo pleno y con garantías?
Estamos en un momento complejo, porque el mundo lo es cada vez más y porque, sobre todo, entiendo, no hemos desarrollado instrumentos –políticos, jurídicos, culturales– para abordar la complejidad y para atender a una realidad en la que yo diría que confluyen dos factores: la vulnerabilidad creciente y el entrecruzamiento de situaciones críticas. En esta coyuntura, donde yo creo que la crisis no es una fase sino más bien un estado de tensión permanente, el feminismo constituye la única apuesta filosófica y política que nos ofrece un proyecto de emancipación. Que tiene toda una serie de propuestas alternativas, sobre las que en algunos casos se llevan siglos trabajando, y que además tiene la gran virtud de incorporar la riqueza de la diversidad. Ante los retos que hoy tiene planteados el planeta, empezando por el climático y continuando con la creciente desigualdad, no hay otra salida que rediseñar nuestro pacto de convivencia de acuerdo con la revisión del modelo de subjetividades, de derechos humanos y de marcos relacionales que plantea el feminismo. No hay ninguna otra propuesta tan omnicomprensiva y que además se nutra de una larga tradición intelectual, de una lucha pacífica y de un permanente aliento del pensamiento crítico.
¿Es por ello probablemente que se hayan reforzado tanto las corrientes negacionistas y reaccionarias en este sentido?
El momento crítico que estamos viviendo, por muchas razones, es el contexto ideal para que florezcan actitudes reaccionarias y negacionistas. Y muy especialmente con respecto a las vindicaciones feministas, ya que éstas remueven los púlpitos, cuestionan el estatus de poder y comodidad que siempre hemos tenidos los hombres, obligan a replantear derechos y obligaciones. Además de que, por supuesto, en su sentido más radical, que yo entiendo que es el único que merece la pena, cuestionan las bases de un modelo económico que beneficia a unos pocos a costa de la servidumbre de muchos. Es normal que ante una puerta tan revolucionaria como la que abre el feminismo, muchos se echen a temblar y reinventen las corazas en las que siempre se basó la masculinidad. Ojalá sean los últimos estertores de ese monstruo.
“El imaginario audiovisual, no solo el cinematográfico, se está convirtiendo en un espacio ideal para la cobertura de discursos reaccionarios y hasta misóginos”
¿Puede decirme, a bote pronto, tres grandes clásicos del cine que sean obras maestras y al mismo tiempo grandes propaladoras del heteropatriarcado tóxico imperante?
Yo creo que películas como “Ciudadano Kane”, “Gilda” o “El padrino” son un perfecto manual de cómo el patriarcado ha entendido a hombres y a mujeres, y de cómo a nosotros nos ha situado en el espacio de la importancia, del dominio, de la normalización de la violencia, mientras que a ellas las ha entendido como seres subalternos y siempre disponibles para satisfacer nuestros deseos y necesidades. Nosotros como los dueños del relato y ellas como las compañeras fieles o las mujeres fatales. En este sentido, hay una evidente conexión con la mitología clásica y hasta con la lógica patriarcal de la cultura judeo-cristiana. Yo creo que la literatura y el cine no hacen otra cosa que volver a contar, de distintas maneras, esos relatos míticos, tan misóginos por cierto.
¿Cómo cree que debería el cine recoger el guante para impulsar la imagen del nuevo hombre a imitar por los más jóvenes, ese “hombre blandengue” que denigraba el ‘torito bravo’ El Fary?
Yo no creo que el cine deba convertirse en una especie de escenario discursivo desde el que lanzar proclamas. Entiendo que cualquier película es política no tanto porque lance unas determinadas vindicaciones, sino porque supone por parte de sus creadores una selección de personajes, de temas y de perspectivas. Y cuando hablamos de situaciones de dominio, evidentemente siempre hay obras que amparan o incluso justifican la cultura del dominador, mientras que otras las cuestionan. A mí me gustaría que las películas reflejaran, de la misma manera que ya están haciéndolo con relación al nuevo estatus de las mujeres, este momento de desubicación de muchos hombres, de cuestionamiento de roles tradicionales, de inseguridades y fragilidades. Ojalá nos fuéramos desprendiendo, también a través de los relatos que vemos en la pantalla, de la capa de superhéroes. Estoy seguro que habrá muchos más hombres que se identifiquen con un tipo que anda perdido y redefiniendo sus roles que con un sujeto heroico que no es más que una realidad imposible.
“En el cine, como cualquier otra obra creativa del ser humano, las mujeres estaban marcadas por unos roles y estereotipos que casi podríamos resumir en dos leyes, la del sometimiento y la del agrado”
¿Cree que sólo es una cuestión de educación desde las primeras etapas de la vida el poder desterrar para siempre las masculinades tóxicas de nuestra sociedad?
Es una cuestión nada más y nada menos que de educación, si entendemos ésta como un proceso complejo en el que participan muchos agentes, no solo quienes se dedican profesionalmente a ella. Yo creo que, de alguna manera, la sociedad ha ido haciendo dejación de sus responsabilidades educativas, empezando por los mismos padres y madres, y continuando con otras instancias como los medios de comunicación o cualquier otra que incida en la vida social (los sindicatos, los partidos, los colectivos ciudadanos). Solo la educación y la cultura, que son primas hermanas, puede cambiar las estructuras de pensamiento y nuestras conciencias. A lo que habría que sumar la acción política que contribuya a superar un pacto patriarcal que es el marco, también jurídico, que sigue obstaculizando que mujeres y hombres alcancemos la equivalencia.