A Froilán lo han pillado paseando por las calles de Madrid sin mascarilla, fumándose un cigarro y sin guardar las mínimas distancias de seguridad contra el coronavirus, según se desprende de las fotografías difundidas por Europa Press que ya han incendiado las redes sociales. Al parecer, el polémico garbeo juvenil ocurrió el pasado 28 de octubre y al hijo de la infanta Elena se le vio tranquilo y relajado en compañía de su pandilla. Ahora que la mascarilla se ha convertido casi en un símbolo, en una ideología política (a quienes la llevan se les etiqueta como socialcomunistas y a los que se la quitan y se la dejan en casa como conservadores, ultraliberales o “trumpistas”) la actitud de rebeldía sanitaria de Froilán lo coloca directamente entre el grupo de los cayetanos negacionistas que protestan airadamente porque el Gobierno recorta sus derechos y libertades. Esa es una mala noticia para la Familia Real.
Quizá Froilán no sea consciente de su trascendente decisión (por lo visto es como uno de esos jóvenes impetuosos e irreflexivos de los botellones clandestinos que no calibran las consecuencias de sus actos) pero su paseo desenmascarado por Madrid es mucho más que una simple provocación para salir en Hola, en el Lecturas o en el Sálvame, supone toda una declaración política que degrada la imagen, una vez más, de la maltrecha Monarquía española. Mientras la inmensa mayoría de los españoles cumplen a rajatabla con las normas sanitarias, mientras el pueblo se resigna, traga y aprieta los dientes frente a la terrible pandemia, enfundándose el bozal, el mal ejemplo de Froilán se convierte en un problema añadido para la Casa Real, una institución en horas bajas acosada por los constantes escándalos del rey emérito. Esta semana que concluye, sin ir más lejos, está siendo especialmente horribilis para Zarzuela después de que se haya sabido que la Fiscalía Anticorrupción lleva un año investigando si el rey emérito Juan Carlos I, la reina Sofía y familiares directos −entre otros, algunos de sus nietos−, pudieron tirar de tarjeta black para cubrir gastos personales, según una exclusiva del diario.es. El asunto no es baladí, ya que se habla de testaferros del Ejército y hasta de un millonario mexicano, y viene a sumarse al turbio caso Corinna y a las comisiones por el AVE a la Meca, que persiguen al anciano monarca hoy afincado en una especie de retiro o exilio dorado en Abu Dabi.
La situación que vive la Jefatura del Estado es muy delicada, por no decir dramática, aunque no sepamos exactamente el alcance de la crisis, ya que el CIS ha censurado las encuestas sobre monarquía o república. Por eso llama la atención que nadie en Zarzuela ate en corto a Froilán, que a este paso se está convirtiendo en el mejor agente de la causa republicana en nuestro país. Felipe Juan Froilán de Todos los Santos de Marichalar y Borbón se ha convertido en un inconveniente añadido para Felipe VI, ya que por alguna razón el joven empieza a recordar demasiado a otros integrantes de esa realeza europea gamberra y decadente que se mueven entre el escándalo y la polémica permanente. Casos los hay a porrillo y no es necesario dar nombres, eso lo dejamos para Jorge Javier Vázquez. La cuestión es que desde aquel día en que Froilán, siendo niño, soltó una patada o coz a su prima Victoria López de Quesada y Borbón Dos-Sicilias en plena boda de Felipe y Letizia ya se veía venir que el muchacho apuntaba maneras. Luego llegaron las peinetas a los paparazzi, el disparo de escopeta en el pie, las malas calificaciones (pasó de tripitir curso a aprobar a la primera en una high school de Estados Unidos), su aventura como relaciones públicas en la Joy Eslava, las fiestas locas de graduación con puros y baños juveniles en los lagos de Virginia (previo pago de 43.000 euros de vellón por matrícula), las peleas e incidentes con otros chicos, los rumores de faldas y en ese plan. A Froilán lo llevaron al colegio mayor de USA para que se centrara y no se metiera en líos pero la educación con las élites yanquis no debió servir de mucho, ya que sigue siendo el rebelde sin causa de la Familia Real, el James Dean de la monarquía española. El problema es que si alguien no lo para a tiempo, si no lo meten en vereda (quizá ya sea demasiado tarde) algún día la liará parda y será llamado a capítulo por Felipe VI, que podría enviarlo a los desiertos árabes con el abuelo (no en vano es el nieto favorito del emérito).
Lo de no llevar mascarilla en plena pandemia es un gesto muy feo por lo que tiene de irresponsable e insolidario con un pueblo que sufre un inmenso drama nacional de muertos y contagiados y porque, más tarde o más temprano, lo relacionarán con los bravucones “trumpistas” de Vox. Ya se sabe que el presidente norteamericano, que estos días anda detrás de darle el pucherazo letal a Joe Biden, rechaza por norma el uso de la mascarilla porque es cosa de comunistas y antipatriotas y va propagando el coronavirus por toda América. Se dice que los mítines de campaña del gran Supercontagiador de la Casa Blanca han podido matar a más de 700 personas, insensatos que acudían a los eventos en una especie de incomprensible y extraño patriotismo suicida. Froilán debe tener cuidado con la mascarilla porque es algo muy serio, porque el patio no está para bromas y porque enseguida le cuelgan a uno el cartel de voxista, cayetano y ultra. Un sobrino negacionista: lo que le faltaba a Felipe VI.