A lo largo de la historia, la mujer ha asumido el trabajo de los cuidados dentro y fuera del hogar sin apenas o ningún reconocimiento ni retribución a cambio. En muchos casos se ha entendido como una cuestión inherente o un deber a cumplir por el mero hecho de ser mujeres. Una herencia de trabajo reproductivo durante siglos que sumada al contexto actual, donde la esperanza de vida va en aumento y la emancipación de la juventud es cada vez más tardía, colocan a muchas mujeres de edades comprendidas entre los 40 y 60 años, nacidas en las décadas de los 50, 60 y 70, en la llamada ‘Generación Sandwich’: la que cuida o se ocupa de sus padres y madres de avanzada edad y de sus hijos e hijas, todavía dependientes de la unidad familiar. Un término que acuñó la trabajadora social, Dorothy Miller, en un artículo publicado en 1981 para describir a las mujeres, de entre 30 y 40, que se dedicaban a estos cuidados. Las edades han variado, pero los roles siguen siendo similares.
María tiene 58 años, vive con su marido y dos de sus tres hijos, ambos mayores de edad y activos laboralmente. La precariedad les obliga a residir en el domicilio familiar para así ahorrarse el alquiler y los gastos básicos de comida y suministros. María y su marido tienen trabajo, y su hija menor se encuentra fuera de España trabajando mientras aprende idiomas. Durante la semana, esta mujer se coordina con sus hermanas y un hermano para atender, no a tiempo completo, a su madre de 85 años. Los fines de semana saca tiempo para ella, pero su familia y su madre siempre están en el centro.
“Lo hago de una forma natural. Mis hijos porque son mis hijos, mis mayores porque son mis mayores. No es una cosa que yo la piense, sino que me sale espontánea, porque veo que es una necesidad de mis ascendentes y descendentes”, explica María a Diario16. En casa cuenta con la colaboración de todos los miembros de su familia, pero tener de vuelta a dos de sus hijos hace que nunca desconecte y quiera cubrir, “sin pensarlo”, algunas de sus necesidades. En cuanto a su madre, siempre está pendiente de que llegue bien a su casa, de llevarle comida, llevarla de paseo, así como de que se tome correctamente las medicinas o acompañarla al médico cuando lo necesita. “Se que si yo no estuviera también saldrían adelante. No siento que sea un deber, tampoco una carga, me sale de una forma natural porque soy una cuidadora nata, es una cuestión de personalidad”, señala.
La situación de María es el reflejo de tantas otras que ocurren especialmente en la vida de las mujeres, de ahí a que el trabajo doméstico, reproductivo y de los cuidados esté fuertemente feminizado. Esta carga de trabajo adquirida, a pesar de que muchas mujeres lo vean recompensado con el cariño de su familia, afecta en muchos planos personales porque “implica una serie de tareas y conlleva una serie de costes”, afirma la psicóloga, Candela Gorostiza a Diario16. En este sentido, Gorostiza explica que “cuidar tiene una dimensión física, relacional y emocional, pero al mismo tiempo ética y política”. Con la incorporación de la mujer al mercado laboral la situación ha cambiado muy poco, advierte la psicóloga, que defiende que “esta responsabilidad debería compartirse entre las madres, los padres, la tribu de cada familia (amigos y familiares), la sociedad, el Estado y las empresas”. Sin embargo, “sigue recayendo normalmente en ellas y no existe corresponsabilidad.
“Las bajas de maternidad demasiado cortas, las ayudas a la dependencia insuficientes, la falta de corresponsabilidad de los cuidados en los hogares entre hombres y mujeres y la dificultad para conciliar, ponen a las mujeres entre la espada y la pared”, aclara Gorostiza, que denuncia que esta situación “lleva a las mujeres a renunciar a cosas tan importantes como son el autocuidado y el tiempo libre”. Al hilo de la reflexión alude al mito de la mujer perfecta: “Este mito engloba una serie de creencias sobre un ideal de mujer que la sociedad nos dice a las mujeres que debemos perseguir desde que nacemos”. El lugar donde la sociedad coloca a la mujer puede traducirse en niveles de estrés muy elevados y un enorme sentimiento de culpa, observa la psicóloga, quien sostiene que para resolver esta problemática “tenemos que poner los cuidados en el centro y concederles la importancia social y ética que realmente tienen”.
Gorostiza propone posibles actuaciones de los diferentes agentes sociales que podrían mejorar la situación de las mujeres dedicadas a los cuidados y que forman gran parte de la “generación sándwich”. En el plano gubernamental incide en “una urgente ampliación de las bajas de maternidad y paternidad, la creación de prestaciones sociales para garantizar los cuidados de la infancia y la mejora de las existentes para la atención de personas mayores y dependientes”. Asimismo repara en “la introducción de más programas de educación para la igualdad de género en centros educativos, pues nos ayudaría a inculcar a la infancia y adolescencia valores basados en la corresponsabilidad y el respeto”, además de la creación de proyectos más respetuosos con la infancia y la tercera edad facilitaría a las mujeres tomar la decisión de delegar los cuidados en terceras personas”. En al ámbito empresarial destaca la importancia de que las empresas “reflexionen y cambien sus modelos de trabajo por otros donde la conciliación familiar y laboral sea real, como el teletrabajo y la flexibilidad laboral, por ejemplo”.
La psicóloga también repara en la esfera familiar, donde considera “crucial” que se eduque “la corresponsabilidad de los cuidados por parte de mujeres y hombres para que podamos alcanzar una sociedad más igualitaria entre hombres y mujeres”. Sobre la infancia recalca la importancia de que “las adultas y los adultos potenciemos su autonomía, además de por los beneficios que les traerá a esas niñas y niños en el futuro, porque así también ellas y ellos serán corresponsables de los cuidados y las tareas del hogar”. Y subraya una apreciación relativa a las parejas heterosexuales: “Es importante que, por un lado, los hombres reflexionen y se cuestionen los roles tradicionales de género, y por otro lado, que las mujeres se trabajen la autoexigencia, el sentimiento de culpa, aprendan a priorizar y a delegar e intenten sacar momentos para el autocuidado”.
Cuando estas situaciones sobrepasan la capacidad de las personas aparecen altos niveles de estrés que la psicóloga, Ángela Rodríguez, afirma que “pueden cronificarse, afectando a diferentes áreas de la vida como la salud, el trabajo, las relaciones y la concentración o atención”. En relación a esto, Rodríguez señala a Diario16 algunas opciones para poder afrontar esta situación: “ favorecer la máxima autonomía de padres y niños (buscar que la persona no acabe haciéndole todo a los demás), buscar espacios de autocuidado (grupos de apoyo, descanso, actividades placenteras, mindfulness, movimiento), poner límites y, si es necesario y posible, buscar ayuda profesional para tener un espacio privado donde poder liberar, soltar carga emocional y de forma acompañada encontrar recursos o nuevas formas más saludables para hacerle frente a la situación”.
La psicóloga pone el acento en “no culpabilizar a estas personas, ya que es una consecuencia de un problema estructural, en el que cada uno lo hace como sabe y puede”. A su parecer, “como sociedad necesitamos buscar nuevas formas para hacer frente a esta realidad”. Y va más allá: “Sería de relevancia incluir más educación para ir cuestionando y derribando ciertas creencias culturales (muchas de ellas asociadas al género), ya que frecuentemente encontramos que hay otras personas que también podrían hacerse cargo, pero es la mujer la que asume ese rol por un estereotipo de género”. Por otro lado, el autocuidado vuelve a estar presente y concluye que “para cuidar a otros, hemos de cuidarnos a nosotros mismos. Culturalmente se nos ha hecho creer que es al revés, pero está mas que demostrado que si no le damos la vuelta acabamos agotados, con altos niveles de ansiedad y depresión, y sin poder cuidar a nadie”.