Ya se marchó la ministra Montero, y su mandato nos dejó ‘perlas’ que todavía la sociedad no ha descubierto. Los que venían a asaltar los cielos, hoy –afortunadamente– pintan más bien poco. Y no les quito méritos, que alguno han tenido, aunque su gestión, pueda resumirse en el postureo de la ‘izquierda de las tontás’. Un término que acuñamos en casa y que no puede definir mejor la política de la formación morada.
La ya exministra, a la que le deseo tanta paz como la que deja con su marcha, se llenó la boca de “feminismo”, llevándolo a un extremo totalitario, pueril, absurdo y que, como un bumerán, se giró para darnos a todas las mujeres en los morros y terminar saltándonos los dientes. Metafóricamente, claro.
No le niego mérito a Montero. Ni capacidad para defender sus ideas. O mejor dicho, defender su discurso, pues tengo bastante claro que sus postulados autoetiquetados como “feministas” vinieron impuestos por una agenda, que ahora se denomina ‘woke’, que presume de lo que carece, esto es: de feminismo. Se creyó que nos teníamos que tragar que una mujer moderna lo que ansía es “llegar sola y borracha a casa”. Considerándonos mentes simples que necesitan de mensajes ramplones como este para generar debate. Sin pensar, tan sólo un segundo, que pudiera resultarnos un ‘logro’ humillante, zafio y rancio que, desde luego, es difícilmente encajable entre las que creemos que se deberían abordar nuestros problemas con otro tipo de estrategias: inteligentes, respetuosas y, sobre todo, útiles. Como madre de una niña, deseo que mi hija no tenga como objetivo de su libertad, precisamente ese, ni tantos otros que la señora Montero y sus ‘palmeres’ han impuesto a golpe de ley.
Y como madre, me he sentido no pocas veces incómoda, por decirlo suavemente, ante las decisiones que el anterior gobierno tomó. Lo que han impuesto como “feminismo” se ha arrogado el derecho a meterse en mi casa, a través de la educación, para pretender explicarle a mis hijos cuestiones que, planteadas desde el respeto, deberían quedar para el ámbito de lo estrictamente íntimo y personal. Me refiero aquí a la nueva práctica de adoctrinar a los menores, haciéndoles creer que puede haber mamás con pene y papás con vagina. Me van a disculpar, pero esto, que puede estar amparado en una ley –gracias a Montero y a ‘su’ feminismo– no está amparado por el criterio de muchas personas que tienen la responsabilidad de educar a sus hijos, o a los de los demás. Es lo que tiene legislar ‘por cojones’ (‘por ovarios’, perdón).
La ley trans ha sido un atropello atroz, que ha pasado demasiado rápido como para que la sociedad sea consciente de las decisiones que en ella se tomaron. Y no tengo duda de que, o bien mediante el fruto de lo que suceda en los tribunales, o bien porque salte por los aires por vía parlamentaria, durará más bien poco, tal y como está ahora mismo escrita.
Defender los derechos de las personas trans no sólo puede, sino que, en mi opinión, debe hacerse de otro modo. Partiendo del contexto, de la necesidad existente, de la casuística, y de los intereses que pueda haber detrás. De lo contrario, como en mi opinión ha terminado sucediendo, se está generando un efecto negativo que, precisamente, se supone que era lo que se quería evitar.
“La ya exministra, a la que le deseo tanta paz como la que deja con su marcha, se llenó la boca de “feminismo”, llevándolo a un extremo totalitario, pueril, absurdo y que, como un bumerán, se giró para darnos a todas las mujeres en los morros”
Ciertamente, no he visto más ataques y odio contra las personas trans que, precisamente, a propósito de la imposición a la sociedad de la ley rubricada por Montero. Acabar con la desigualdad, con la intolerancia, con la vulneración de derechos fundamentales y humanos, bien podría haberse abordado sin atacar a las mujeres, y también a los hombres, que, como padres, parejas y seres pensantes, se han sentido agraviados.
En el momento en que la ley trans salió adelante, escuché a Carmen Calvo preguntarse por qué había tenido que meterse en el saco del feminismo la lucha de las personas trans. Y me pareció una reflexión brillante. Hacerlo como se ha hecho, ha sido, sin duda, un caballo de Troya para las mujeres. Porque si de lo que hablamos es de derechos, de dignidad, de libertad e igualdad, los derechos de las personas trans merecen tener un espacio propio.
Como las mujeres.
Ahora bien, es que también tenemos que agradecerle a este ‘nuevo feminismo’ que no baste con la afirmación que acabo de hacer, puesto que han conseguido generar debate hasta del propio concepto de ‘ser mujer’. Y claro, si no tenemos ya siquiera el punto de partida, dígame usted de qué feminismo estamos hablando.
¿Por qué nadie se pregunta dónde ha quedado el debate sobre lo que significa ‘ser hombre’? La respuesta es bastante clara: porque este ‘nuevo feminismo’ es como una foto de Instagram, como un retrato de Inteligencia Artificial: un ‘quiero y no soy’. El postureo del que antes le hablaba.
¿Cómo encaja el hecho de que una persona sea reconocida como mujer –o como hombre– por su propia autodeterminación, al tiempo que la ley imponga la presencia de un porcentaje de mujeres en órganos directivos? Me lo pregunto porque quizás, yo, mujer, tenga que tragarme una foto de las típicas que llevamos viendo durante toda la vida, esas llenas de hombres pero ahora, al mirarla, me tenga que contentar porque la mitad de los integrantes hoy se autoperciben mujeres, constando así en el registro civil. Ergo, la misma foto bien podría hoy cumplir con los estándares establecidos de paridad. Y ya llegados a este punto, díganme para qué se ha hecho esta ley de porcentajes de representación.
Como mujer, he tenido siempre ante mí los objetivos de luchas compartidas. He participado toda mi vida en acalorados debates sobre la prostitución, la gestación subrogada, la discriminación positiva. Todos ellos temas que, abordados desde posturas dispares, han generado siempre análisis radicales (de raíz) que son perfectamente comprensibles. Porque buscan alcanzar hitos en contextos muy contradictorios, donde los distintos factores inciden e influyen y no pueden quedar al margen para abordar toda la dimensión del problema a resolver.
El feminismo lucha por la igualdad objetiva de oportunidades. Por la no discriminación. Por la libertad, tanto del hombre como de la mujer. Reconociéndoles a ambos su existencia, que no puede ser definida como ‘la negación del otro’.
Se ha incidido demasiado durante estos tiempos del ‘nuevo feminismo’ en una tendencia hembrista que ha resultado profundamente ofensiva. Por absurda, intolerante, desubicada y retrógrada. Por revanchista e inútil. El feminismo no puede sustentarse en el odio al hombre. Y confundir al hombre con el machismo es tan simplista y erróneo como al hembrismo con el feminismo. Y esto es precisamente lo que se ha hecho.
No se ha conseguido establecer una estrategia inteligente para hacer comprender a esta enferma sociedad que la violencia es un problema de todos. Y que la que sufre la mujer por el hecho de serlo es una lacra que nos debería preocupar a todos. Como también lo es la violencia hacia personas inmigrantes, la violencia entre los más jóvenes, la violencia estructural.
De nuevo la incoherencia que nos lleva a escuchar un discurso y contemplar cómo se aprueban leyes absolutamente absurdas y contrarias a que el enorme problema que tenemos pueda resolverse. La ley del ‘sí es sí’ ha sido nefasta y devastadora. No ha conseguido agilizar los procesos, ni reducir las agresiones, ni mucho menos hacer comprender a la sociedad que tenemos un serio y grave problema. Todo lo contrario: ha generado rechazo, incomprensión y muchísima indignación al ver el tipo de sentencias que se han venido dictando.
Porque para hablar de la necesidad de consentimiento se debería haber empleado una estrategia general, que fuera a la raíz, al núcleo de nuestro entendimiento. Y analizar en común la importancia de asentir con consciencia. Ante lo que sea: el sexo, las drogas, la alimentación, el comportamiento respecto al medio ambiente, o ante una medicación. Reforzar los valores de responsabilidad y conciencia del individuo bien podría haber sido el modo de comenzar a sanar a una sociedad profundamente enferma.
El debate necesario sobre la regulación de la gestación subrogada fue otra de las gloriosas oportunidades destrozadas del ‘nuevo feminismo’. Lejos de contribuir a un debate sereno, racional y responsable, ha caído de nuevo en la falta de respeto, la humillación, la persecución y el ninguneo a las que proponían planteamientos sensatos y necesarios.
Como ocurre con la prostitución, que viene siendo otro debate eterno en el que las feministas podemos pasarnos la vida discutiendo.
No será por falta de asuntos que tratar, que han quedado patas arriba, y lo que aún es todavía más grave: han pasado a ser objeto de debates públicos sin la más mínima pedagogía, ni el más mínimo respeto por ellos. Siendo como son, todos, asuntos de mujeres, que afectan a mujeres y que las mujeres necesitamos solucionar.
Nos han llevado a un punto en el que una persona nacida varón, se autoperciba mujer, y sea la que decida por mí, como representante del feminismo, y quien consiga marcar las pautas de lo que debe parecerme correcto y deseable como mujer. Y como madre. Y como hija. Y como trabajadora. Y como ciudadana.
Llegadas a este punto, entiendan ustedes que esté indignada y que en el 8 de Marzo no tenga nada que celebrar.