Vacunar y esconder la cabeza debajo del ala, única estrategia política contra la sexta ola

22 de Diciembre de 2021
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Centro salud

Sobrevivir políticamente a la pandemia, he aquí la cuestión. Más claro que el agua queda ya que la covid-19quema en manos de los políticos, sean del color que sean, sobre todo si detentan un cargo de alta responsabilidad pública. El presidente Pedro Sánchez comprobó en carne propia durante el primer zarpazo del virus que la gestión de la pandemia desgasta políticamente una barbaridad y le hace lucir canas mucho antes de tiempo. Después, los presidentes autonómicos, que asumieron a continuación la responsabilidad de evitar que el sistema sanitario colapsara, también han sufrido en vena estos quebraderos de cabeza que no dan votos pero sí los quitan. Por eso es tan fácil gestionar una pandemia mundial desde la oposición política, no mancha las manos y resulta demasiado sencillo sumar no pocos votos de incautos mercenarios atentos al primer vendedor de crecepelo que les salga al camino. Acción versus pasividad, el ejemplo de la Cataluña de Pere Aragonès frente al Madrid de Isabel Díaz Ayuso. Por todo ello poco o nada se espera de esta cumbre de presidentes autonómicos con Sánchez de este miércoles, con la ciudadanía más atenta a cazar algún pellizco en el Gordo de Navidad o a que el marido de tu prima no haya tenido contacto contigo en esta brutal sexta ola tras dar positivo con un cotizado test de antígenos. La inacción política, para algunos dirigentes traducido como “libertad”, cotiza al alza y da sillones presidenciales, en detrimento de los que optan por imponer medidas restrictivas en beneficio de la salud pública.

Esta sexta ola, la que poco a poco va protagonizando la variante ómicron, vuelve a evidenciar, una vez más, que las distintas administraciones sanitarias públicas están ya solo a verlas venir y al chascarrillo de frentismo partidista puro y duro. O lo que es lo mismo: mientras los centros sanitarios y hospitales no colapsen sus servicios, la responsabilidad última de esta crisis sanitaria mundial debe recaer única y exclusivamente sobre los hombros de los ciudadanos. Es decir, en última instancia debemos ser nosotros los que obremos con responsabilidad y respetar a rajatabla las medidas sanitarias que las administraciones se limitan a ‘aconsejar’. Poco más.

Para no mancharse poco o nada las manos, Gobierno y autonomías escenifican, 48 horas antes del discurso de Nochebuena del rey Felipe, una reunión supuestamente convocada para articular nuevas medidas que frenen esta imparable y contundente sexta ola de la pandemia en España. ¿Nuevas medidas? Nada de nada.

Sin mover un dedo

Poco más que la implantación del pasaporte covid para poder entrar en centros sanitarios y establecimientos hosteleros y de ocio, además de reclamar la mascarilla también en exteriores y cumplir con la distancia de seguridad. La pelota está definitivamente en el tejado del ciudadano, nuestros gobernantes han optado ya por dejar pasar el muerto mientras le rinden respetuoso silencio a su paso, aunque los sanitarios lleven semanas, meses incluso, lanzando un SOS de agotamiento y hartazgo a partes iguales. Los centros de atención primaria son, hoy por hoy, una olla a ebullición que nadie quiere ver. Los gobiernos se contentan con que no colapsen las UCI y las camas hospitalarias. He ahí los miles de sanitarios despedidos a las puertas de esta sexta ola mientras los dirigentes políticos sanitarios se limitan a cruzar los dedos para que los profesionales que quedan en la lucha sepan soportar estoicamente el empellón como buenamente puedan con medios cada vez más precarios.

El hartazgo de los médicos y del resto de sanitarios de atención primaria es palpable a todos los niveles, pero paradójicamente nadie mueve un dedo a nivel político, casi como ocurre con la pasividad con la que hasta hoy mismo se han venido tratando las enfermedades mentales: todos sabemos que están ahí, que son una lacra incesante, pero se mira de soslayo a otro lado, y a otra cosa, mariposa. Hasta que la bola de nieve amenace con arrasarnos y ya sea tarde. El lobo nunca se ve hasta que se come las gallinas.

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