Septiembre siempre huele a propósitos nuevos. Mucha gente vuelve al gimnasio, a las salas de entrenamiento y a ese optimismo ingenuo de que esta vez sí vamos a mantener la rutina. Pero hay una pregunta que nunca falla: ¿quién va a acompañar en este regreso? Y no se trata de quien paga la matrícula a plazos o si se posee la última pulsera de actividad. Se trata de la persona que está delante de ti, en carne y hueso, corrigiendo la postura, adaptando los ejercicios y escuchando tus dudas entre series.
Ese profesional cercano (monitor, entrenadora, técnico de sala) es el que marca la diferencia. Porque la salud y la motivación no se entrenan en un plató ni en un despacho ministerial, sino en el sudor compartido de una clase. La imagen de un “super-licenciado” impartiendo desde la tarima de una televisión puede quedar muy académica, pero en la práctica es un mal chiste: la gente real necesita proximidad, empatía y seguimiento, no sermones a distancia.
Mientras tanto, el lobby de los licenciados sigue empeñado en blindar reservas de actividad como si el deporte fuera su cortijo. Y lo hacen, además, a costa de recortar competencias en los certificados profesionales y en los grados de FP, tal y como se comprobó con el reciente RD 1021/2024. No es un simple ajuste burocrático: se eliminan módulos clave como la evaluación de la condición física o el diseño de programas, debilitando la formación de quienes sí están cada día con los usuarios.
Esta situación no va de calidad, va de poder. Calidad es que el monitor que sepa reconocer una lesión incipiente, ajustar el entrenamiento y motivar al deportista cuando la pereza te gana. Calidad es contar con profesionales formados y reconocidos, que se reciclan constantemente y que conocen a fondo la realidad del fitness. Eso no se garantiza con un carné exclusivo ni con un discurso corporativista, sino con formación accesible, experiencia práctica y una evaluación rigurosa.
La vuelta de vacaciones recuerda lo esencial: se necesitan personas, no hologramas. Profesionales que compartan objetivos y retos, que sepan escuchar y que tengan la suficiente formación para guiar con seguridad. Lo contrario es alimentar un modelo elitista, desconectado de la gente y de los gimnasios de barrio.
Al final, lo que está en juego no es un título colgado en la pared, sino la confianza. Y esa, ni se legisla en un BOE ni se compra en un congreso: se gana cada día, cara a cara, en cada entrenamiento.