sábado, 27abril, 2024
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Soledad

Joan Martí
Joan Martí
Licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona.
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análisis

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Tan llamativo es este fenómeno de la soledad, que en Gran Bretaña en 2018 se creó el Ministerio de la soledad y en 2021 a partir del marcado aumento de suicidios también Japón instituyó el Ministerio de la soledad.

La gente de la tercera edad es la que se encuentra más sola que el resto y nos obliga a considerar cómo tratamos a nuestros viejos como sociedad, pero aunque resulte sorprendente son los jóvenes los que se sienten más solos. La soledad es un estigma ya que reconocer sentirse solo o sola es considerado el producto de un fracaso personal.

Tradicionalmente se define a la soledad como la falta de amor, afecto o compañía o bien la sensación de sentirse abandonado o desatendido por la comunidad, excluido política o económicamente.

La soledad es un estado interior y al mismo tiempo un estado existencial, es decir, un estado personal, social, económico y político. Los móviles y las redes sociales habitualmente señalados como los culpables, son solo dos piezas de un complejo rompecabezas mucho más amplio.

La soledad contemporánea está alentada por la urbanización, la desigualdad, el cambio demográfico, el aumento de la movilidad, la aceleración tecnológica y las políticas de austeridad que disminuyeron espacios públicos de encuentro como parques, centros sociales, clubs de barrio, lugares destinados al encuentro, la comunicación con el otro, donde se practica la cortesía y la democracia aprendiendo a convivir con el diferente.

Sin duda hay que considerar factores como la discriminación estructural que existe en una sociedad, relacionados con el racismo o la xenofobia, pero a eso hay que sumar que cada vez hacemos menos cosas juntos. Hay menor tendencia a concurrir a una iglesia, a un sindicato, a una asociación civil o comunitaria y a esto debemos agregar la disminución del contacto físico y las relaciones sexuales.

Los orígenes de esta crisis de soledad se remontan a la década de 1980, momento en que arraiga una forma de capitalismo especialmente cruel, el neoliberalismo, que pone el acento en el concepto de libertad. Una libertad que idealiza la autonomía y rechaza toda intervención del Estado en un escenario de competitividad extrema donde el interés personal se pone por encima del bien común. La soledad sólo tiene tiempo para los triunfadores y abandona a su suerte a los perdedores. Los habituales refugios como el trabajo y la comunidad se desintegran y los mecanismos de protección se deterioran

Por supuesto que la soledad también alcanza los más ricos, pero los más pobres se encuentran más solos, el daño social generado por esta perspectiva de vida ya impuso su efecto y tardará mucho tiempo en desaparecer porque pensar que el neoliberalismo es meramente una simple política económica es un error.

Ya lo dijo Margaret Thatcher en 1981 “la economía es el método, el objetivo es cambiar el alma y el corazón de las personas”. En esta cultura actual el único que se preocupará por mí soy yo y entender que si no me cuido yo nadie me cuidará, lleva inevitablemente a una sociedad solitaria. El alma y el corazón de las personas han cambiado.

La soledad produce efectos físicos, por lo tanto no solamente nos referimos a mentes solitarias sino también a cuerpos solitarios. Existen lugares donde viven comunidades muy longevas como Okinawa y Cerdeña y se trata de lugares que no sólo tienen una adecuada alimentación sino también una sólida estabilidad de vínculos sociales.

Si bien las comunidades no son lugares en sí mismo ideales, porque suele entender a excluir al extraño, tienen efectos benéficos para sus integrantes, como son la protección y el apoyo que permiten una vida más tranquila pero no debemos establecer una relación directa entre la escasez de relaciones humanas y la soledad. La soledad no refleja sólo la carencia de relaciones sino que también está vinculada al grado de interacción de las personas en instituciones.

La soledad puede provocar sensaciones tan angustiantes que lleven hasta quitarse la vida y se puede deber a diversos factores: desde la exclusión que experimenta un niño marginado en el patio del colegio o en las redes sociales, hasta la sensación de aislamiento de un anciano que no recibe visitas de nadie o al desamparo de un adulto que no recibe una necesaria ayuda social.

Por eso la solución no es farmacéutica, sino que hay que buscarla en los planos políticos, económicos y sociales. Aparece la necesidad de una reforma estructural de lo laboral ya que para asistir a otros se necesita tiempo, más tiempo que el que nos deja nuestra dedicación al trabajo y también es necesario un cambio cultural que promueva la amabilidad, la dedicación y la caridad. Algo últimamente infravalorado.

Una particularidad positiva del problema de la soledad es que la solución puede encontrarse en los dos extremos, siendo receptor de ayuda o siendo dador de ayuda. La crisis de soledad, no solo impacta en los presupuestos de salud, sino también en las urnas, generando una falla en el sistema democrático que conspira contra una sociedad basada en la unidad, la inclusión y la tolerancia.

Para que la democracia funcione bien hay que reforzar dos tipos de vínculos: los que unen al estado con el ciudadano y los que unen a los ciudadanos entre sí. Cuando esos vínculos se rompen, cuando las personas no creen que pueden confiar en los otros y se sienten aisladas emocional, socials, económica y culturalmente. Cuando las personas no creen que el Estado vela por ellas y se sienten abandonadas, la sociedad se fractura y polariza y como resultado pierde la fe en la política.

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