Se levantó de la cama temprano, aprovechando que él aún dormía. Ella, sin embargo, no pudo pegar ojo en toda la noche; la oscuridad del techo le abrasaba los ojos con su negro colirio, con sus sombras pulposas, chapoteándole en las lágrimas.
Debía iniciar el camino. El suyo. Daba igual la...
Lo llaman “salir de la zona de confort”. Nuevo brebaje publicitario del que se sirven ahora para atraernos a su lindo panal. “Sal de tu zona de confort y serás más libre”, nos susurran. Además es un razonamiento bastante sencillo: “al ser más libre decidirás más cosas…”
No me cabe...
Anuló todas las citas pendientes antes de dar de baja sus (dos) líneas telefónicas. Después hizo hueco en el buzón para la correspondencia que estuviera por venir y arrojó al cubo de la basura las misivas del banco, los folletos de comida rápida o las promociones dentales que iban destinadas...
–¡Arriba!
–No puedo, maestro.
–¡Que te levantes te he dicho!
El dolor en las muñecas era todavía llevadero; el de los tobillos, sin embargo, hacía demasiado tiempo que le resultaba insoportable. La voz de su maestro conjugaba los imperativos de costumbre: glissade, grand plié, á terre… Pero ella se sacudía el cansancio en...
El último año de mis estudios en medicina, allá por el noventa y siete, yo tenía poco más de veintidós años. Aunque todos mis compañeros ya se habían estrenado en las lides amatorias –con división de opiniones respecto a la verdadera trascendencia del asunto– yo aún no había podido alcanzar...
Es sencillo juzgar a los demás sobre una piedra. Sólo hace falta un poco de equilibrio, para no caer de bruces…
Llevo casi cuarenta años, como Simeón El Estilita, viendo a los hombres y mujeres que pasan junto a mi piedra. Es una piedra enorme. Les intimida, o cuando menos les...
La libertad era soltar la cartera, coger la bici y salir a tirar piedras. Trepar la reja de la casa abandonada, tocar Day Tripper con una raqueta de tenis, fumar cigarrillos robados a mi padre y ver revistas guarras.
La casa aún sigue en pie, todavía abandonada, poblada de los tataranietos...
Mediaba marzo. Él le cedió el paso al entrar en el ascensor del museo; ella correspondió aquel gesto con una sonrisa. La guía de la exposición itinerante les sirvió de excusa para no tener que improvisar ningún comentario sobre el cielo de Madrid, que amenazaba lluvia por quinto día consecutivo....
Yo tenía apenas quince años, tal vez dieciséis, cuando el espectro apareció por primera vez en la cocina. Aquélla fue una visión demasiado vaga y fugaz, ya que tan sólo pude adivinar su reflejo en la porcelana de los azulejos, por un instante, mientras pasaba de largo a mi espalda....
Ante todo le seré sincera: le abriré antes del segundo timbrazo. Y después de dejarle entrar le tomaré el abrigo, y seré incluso amable si usted tiene algo de que hablar conmigo –cosa que dudo– porque usted me mirará a los ojos embobado y no a los labios, ni tan...
Almudena sabía leer las manos. Lo aprendió de los gitanos, en los alrededores del Sacromonte. No decía la buenaventura ni repartía romero. No ponía los ojos en blanco ni entraba en trance. Ella tan sólo leía las manos como si le pusieran delante las memorias del manco de Lepanto, aunque...
En cuanto al arte contemporáneo Nadia no era una entendida precisamente. Había entrado en aquel museo un poco por casualidad y a la buena de dios: allí podría hacer tiempo hasta que su hermana saliera del trabajo y, ya de paso, aprovechar para resguardarse de la lluvia. En la tienda...
Era un merodeador prudente hasta en su propia casa.
Subió al desván descalzo para no despertar a su esposa y ascendió los doce peldaños muy despacio, como un ladrón, deteniéndose ante cada crujido de la escalera como si le dieran el alto. La linterna parpadeaba moribunda, pero él no se inquietó...
Había comprado el truco a un mago hindú en su lecho de muerte. Se lo cambió por un cigarrillo arrugado –el penúltimo del paquete– pero no le acercó el mechero ni aunque el gran Lokesh se lo suplicara con los últimos estertores de muerte. Porque aquello no formaba parte del...
Soy de los que prefieren embelesarme con el azogue de la lluvia en el cristal del copiloto, simulando conquistas del óvulo o microscópicas revoluciones, aunque sean mentira.
Justo ahora recuerdo correr bajo la lluvia, de pequeño, y que calarse hasta el tuétano no supusiera entonces un gran problema. Empantanarse, que decía...