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El tramabus y otras chorradas posmodernas

22 de Junio de 2017
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Podemos Tramabus
Anda estos días el panorama político patrio revuelto ante el nuevo autobús que ha fletado Podemos y con el que la formación morada pretende recorrer todo el país explicándole a la población española qué es eso que han dado en llamar “La Trama” y que, si bien con matices, nos recuerda mucho a “la casta”, términos ambos utilísimos, es imposible negarlo, para explicar cómo ha funcionado el equilibrio real de poder en España y todas las democracias occidentales  desde el siglo XIX, pero especialmente desde la caída del comunismo, cuando la ausencia de miedo hacia el que parecía eterno enemigo del comunismo desató a los neocon.La reacción de los demás partidos no se ha hecho esperar: calificaciones de pantomima, indignación en el PSOE porque la figura casi sacrosanta de Felipe González aparezca al lado de la de personas como Eduardo Inda, Bárcenas o José María Aznar, y suma y sigue. Justo lo que, por otra parte Podemos esperaba y deseaba.No voy a negarle a Podemos que la idea de explicar qué es la casta, la trama o como queramos llamarla es muy necesaria y es una apuesta valiente y seria y que, obviamente, ningún medio de comunicación le compraría,  pero sí que creo que hay varias cosas que, al menos, deberían hacernos pensar al respecto:La primera, es obvio, es que está muy bien que cualquier partido político quiera generar su espacio en el espectro ideológico y en los corazones de los votantes y, para ello, recurra a la identificación por oposición: “nosotros NO somos como estos”. Nadie podrá negar que es una jugada inteligente y sencilla, por supuesto, mucho más sencilla que explicar qué quieres hacer y, por otra parte, algo muy español, pues es sabido que no hay cosa más carpetovetónica que identificarse con lo que no somos. Pero un partido que aspira a gobernar, o así debería hacerlo, como Podemos, no debería caer en la trampa de jugar a ser la eterna oposición cabreada recordando a los demás lo que han hecho mal. Sí, ya lo sabemos, ha habido cagadas, delitos, corrupción, desigualdades, una transición quizás no tan modélica como nos han vendido, pero ya está: ya se ha dicho, se ha repetido y ha calado. La consecuencia natural de asumir ese mensaje sería preguntarse: ¿Y ahora qué? Puede que fuese una coincidencia casual, pero tras la derrota de Íñigo Errejón en la pugna por la Secretaría General de Podemos la formación morada parece haberse convertido en el enano gruñón que, según ellos, estaba devorando a IU: un partido sin ambición de ganar, que desfruta de su posición en la oposición donde es simplísimo criticar desde la torre de marfil de la ortodoxia.Pero la realidad es que, si alguna vez, desde los albores de la Revolución Industrial, ha hecho falta una izquierda creadora de mensaje y de alternativas, que anticipe soluciones a problemas futuros además de poner los inevitables parches al presente, es ahora. En sus inicios, Podemos era una fuerza embriagadora,  un partido que parecía dispuesto a generar nuevas sinergias, nuevas formas de cooperación y de creación de tejido social que no repitiese las anquilosadas formas de los partidos de izquierda tradicionales. Sin embargo, la maquinaria electoral y el culto a la personalidad han transformado el partido en un partido tradicional, reduciendo a los círculos, antaño, al menos para mí, la gran esperanza de regeneración democrática y de absorción de ideas de la sociedad civil a la política en una mera herramienta organizativa.Por eso el Tramabus no es en sí mismo más que la constatación de unos tiempos políticos presididos por la mediocridad y la idea del político estrella, que practican todos los partidos y de la que algunos teníamos la esperanza de que Podemos pudiesen sacarnos.  Nadie se imagina a Olof Palme montado en un autobús para denunciar el mundo de desigualdades previo a la puesta en marcha del modelo del estado del bienestar. Estos tiempos de mediocridad política son los que han permitido que un partido centenario y protagonista de los casi últimos 150 años de historia de España se desangre estos meses con la pugna entre dos líderes que tienen que recurrir a la sangre, la mierda y el circo para hacerse distinguir del rival, mientras que sacrifican en el itínere a unos militantes que más que confianza demuestran tener ya una fe ciega y casi dogmática en unos líderes que no les respetan.Estos tiempos de mediocridad política son los que han permitido que un pelanas que, políticamente hablando, no tiene ni medio asalto como Gabriel Rufián se convirtiese de la noche a la mañana en una especie de Cid Campeador, solo porque vierte con rabia y enojo opiniones sobre sus compañeros y compañeras de hemiciclo que, pese a no ir desencaminadas la mayor parte de las veces, pierden toda su validez cuando se hacen buscando el momento de gloria, el tweet, el canutazo.Estos tiempos de mediocridad política son los que han permitido que se hable más de los hábitos alimenticios de algunos diputados y senadores (léanse las famosas mariscadas y Coca Colas) que de el que, cada vez más claramente,  es el mayor caso de financiación ilegal y de trama económico – empresarial de nuestra historia y que, en una democracia decente, tendría al gobierno al menos contra las cuerdas. Estos tiempos de mediocridad política nos han llevado a la política espectáculo, una versión posmoderna del pan y circo romanos, cubiertos por unos medios de comunicación ávidos de llenar minutos con lo que sea, en los que el debate de ideas se acaba convirtiendo en una suerte de lanzamiento de dogmas e ideas malparidas.Estos tiempos de mediocridad política sientan muy bien a la derecha, que alimenta polémicas vacías para que desde la izquierda nos sintamos moralmente superiores pero descuidemos el campo en el que un día triunfamos: el económico; así, se nos llena la boca a hablar de los límites del humor, Carrero Blanco, las banderas a media asta, y un sinfín de polémicas más. Todos esos temas que tanto gustan a los “enfants terribles” de la izquierda, que pueden desde su torre de marfil asegurar que ellos no son así y que España es vieja, fea y paleta. Sin embargo, nadie planta batalla en ese sector. Nadie ha presentado alternativas reales a un sistema económico y financiero que va a terminar por devorarnos y provocar las mayores desigualdades e inestabilidades sociales de los últimos 300 años; ni los que se llenan la boca hablando de militancia, ni los que pasean en autobuses anti-trama. Los viejos políticos andan como pollo sin cabeza, sin líder y lo que es más importante, sin plan, y los jóvenes políticos viven en esa relación de porno duro que tanto anhelan con la visibilidad, la polémica y las frases altisonantes que, después, no dicen nada. Prueba de ello es el escasísimo interés que se les está dando, entre los políticos más jóvenes, a la política europea y a la local, siendo especialmente ésta con la que más fácil es empezar a construir transformaciones sociales.Y sí, amigos, España será más vieja, más fea y más paleta en parte gracias a todos.
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