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Vox se desinfla

Las encuestas prevén una fuga de votos desde el partido de Abascal al PP de Feijóo

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análisis

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Vox está de capa caída. No lo decimos nosotros, lo dicen todas las encuestas, tanto de medios de comunicación de la izquierda como conservadores. Más de un 13 por ciento de votantes voxistas vuelven a votar al PP para preocupación de Santi Abascal. Quizá esos malos sondeos explicarían por qué el dirigente voxista ha recrudecido su discurso en las últimas semanas. Cada mitin, cada intervención pública, es más feroz que la anterior. Está soltando toda la bilis que le queda en el cuerpo, que aún es mucha. “Pero, ¿cómo tienes tanta jeta, Sánchez? ¿Cómo tienes tan pocos escrúpulos?”, le preguntó el pasado fin de semana al presidente socialista. Ningún demócrata de verdad habla de esa manera. Más allá de insultos e improperios, el líder nacionalpopulista aporta pocas ideas para el futuro de España.

Es evidente que Abascal está nervioso. La moción de censura que ha preparado, embarcando al catedrático Tamames, se está volviendo contra él. Feijóo, al anunciar que se abstendrá en la sesión, ha acertado a tenor de las encuestas (aunque nunca se sabe, este hombre puede cambiar de opinión en el mismo día y subirse al carro ultra en el último momento). El electorado de Vox no entiende cómo su líder ha elegido a un excomunista evolucionado a la derecha para defender el programa alternativo para el país. ¿Es que no había un españolazo de pedigrí? La maniobra no ha sido entendida por el mundo falangista hispano, ni siquiera como gamberrada parlamentaria para tratar de ridiculizar al Gobierno de izquierdas, y ya han empezado las primeras deserciones. El goteo es constante. El pasado mes perdieron un 7 por ciento del electorado. A fecha de hoy van por un 13 y subiendo. Simpatizantes de Vox empiezan a ver que el proyecto verde no pasa de ser una broma pesada. Un vómito antisistema contra la democracia, pero sin programa, sin cuadros profesionales preparados para gobernar, sin empaque ni fuste.

Antes al menos estaba Macarena Olona para levantar las audiencias cuando las cosas iban mal. Se plantaba en el estrado del Congreso de los Diputados, manos en jarra, y ponía a caer de un burro a la “ministra comunista” Yolanda Díaz. Ya no les queda ni eso. Desde que Olona abandonó el barco y va por los platós de televisión tirando de la manta, denunciando a los nazis encubiertos, las cuentas y el machismo imperante de Vox, el partido ha entrado en una fase de marchita flaccidez, de decadencia, de cuesta abajo y a tumba abierta. Es como si hubiese perdido el aura. No en vano, Olona era la musa que inspiraba buena parte del alma de Vox. Muchos se han ido con ella.

Tampoco ha ayudado demasiado la incoherencia política de no pocos dirigentes voxistas. Si se trata de ser ultraderechista hay que ir hasta sus últimas consecuencias, hasta el final. No basta con serlo para unas cosas y no para otras. Por ejemplo, si en un principio estaban con el totalitario Putin (gran patrocinador del movimiento ultra antisistema en toda Europa) debieron haberse mantenido fieles al presidente ruso cuando venían mal dadas. Pero renegaron del gran autócrata del nuevo fascismo posmoderno en cuanto empezaron los tiros en Ucrania. Condenaron la invasión con la boca pequeña y soliviantando al húngaro Viktor Orbán. Terminaron pareciendo activistas de una oenegé humanitaria. Hermanitas de la caridad. Fue una deserción bochornosa que vio España entera. Todo el mundo pudo comprobar entonces que el león no era tan fiero como lo pintaban. El partido que justificaba el alzamiento nacional y la guerra civil como forma de frenar el comunismo se acobardaba y se rajaba en cuanto empezaban a caer las primeras bombas rusas.

Y luego llegó el show de Gallardo Frings con su protocolo antiabortista en Castilla y León, una cruzada medievalista y anacrónica. ¿A qué venía esa patochada si aquí ya aborta hasta la niña bien de las familias más grandes de España? Nadie lo entendió, ni siquiera el conocido presentador radiofónico Federico Jiménez Losantos, que terminó ridiculizando, en antena y en directo, al vicepresidente voxista castellanoleonés. Si hasta el referente ideológico de la derecha ibérica más dura enmienda la plana a los novatos políticos ultras es que algo va mal en ese submundo.

Ahora a Abascal solo le queda una moción de censura surrealista y fake en la que ni él mismo cree. De tener fe en ella se hubiese subido a la tribuna de oradores de las Cortes para defenderla y no lo ha hecho. Le han temblado las piernas, ha enviado a un político jubilata quemado a morir por él. Hasta la prensa extranjera le está dando estopa por semejante espectáculo. El Frankfurter Allgemeine Zeitung, uno de los principales periódicos alemanes, califica a Ramón Tamames de “bicho raro de la izquierda” porque antes era un comunista que luchó contra Franco y ahora quiere ayudar a los populistas de derechas a derrocar a la coalición de izquierdas. Tamanes cree que en Vox no son fascistas en absoluto y tampoco racistas. “En todo caso, podrías llamarlos nacionalistas españoles”, zanja la cuestión. Muy bien, señor catedrático. Entonces, si Vox es una derecha constitucional y al uso, ¿en qué se diferencia de lo que ya hay en el mercado, en qué se distingue, por ejemplo, del Partido Popular? Vox no tiene ni pies ni cabeza, un proyecto absurdo formado por un grupo de políticos renegados del PP y fascinados con el nuevo trumpismo norteamericano, ese movimiento ideológico que ya vemos dónde ha terminado: en el vertedero de la historia. Por cierto, Trump vuelve ahora con otra de sus soberanas payasadas: “Yo en 24 horas resuelvo lo de Ucrania. Soy el único que puede evitar la Tercera Guerra Mundial”. ¿Y este es el tío que inspiró Vox? Así les va.

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