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Yuri Gagarin, entre la odisea espacial y la propaganda política

La gesta del astronauta soviético, el primer ser humano en salir al espacio el 12 de abril de 1961, sigue siendo uno de los grandes hitos de la historia

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análisis

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Suenan tambores de guerra en el mundo mientras se cumple el aniversario del primer viaje de un ser humano al espacio exterior. En efecto, tal que ayer, un 12 de abril de 1961, Yuri Gagarin, con su cápsula Vostok 1, completó una órbita completa a la Tierra. Aquello fue no solo un hito para nuestra especie, sino que escenificó el inmenso poderío tecnológico y militar de la Unión Soviética. Gagarin, héroe de la URSS, se convirtió en un icono del siglo XX, mientras Estados Unidos temblaba al ver cómo perdía el tren de la carrera espacial. La fama engulló a Gagarin de tal manera que llegó a decir: “Después de haber cumplido la misión espacial me era difícil pasear por las calles de Moscú y la Plaza Roja sin que nadie se fijara en mí y sin ser reconocido. La popularidad es una cosa irreparable. Uno se ve obligado a meditar: ¿a qué y a quién se debe?”

Nacido en 1934 de un carpintero y una granjera, el pequeño Gagarin, el tercero de cuatro hermanos, miraba al cielo estrellado de su pequeño pueblo Klúshino sin sospechar que algún día llegaría alto, nunca mejor dicho. Eran tiempos duros. La revolución amanecía como una incipiente promesa de una vida mejor y el sudoroso día a día en un koljós, una de aquellas explotaciones colectivas del régimen bolvechique, no invitaba a pensar en éxitos y glorias. Y en eso, los ejércitos de Hitler invadieron la Unión Soviética, ocupando su localidad natal cuando Yuri tenía solo siete años. Cuenta la historia que un oficial nazi se instaló en la casa de los Gagarin, echando a toda la familia, que tuvo que irse a vivir a una cabaña de barro de apenas nueve metros cuadrados situada en la parte trasera del caserío. Aquella humillación forjó un carácter aún más orgulloso, rocoso y tenaz en el protagonista de nuestro relato.

Tras la guerra, el joven Yuri se hizo piloto y más tarde fue admitido en el programa espacial. Después llegaron las pruebas más exigentes, los saltos en paracaídas, los test de hipoxia o falta de oxígeno, la insonorizada cámara anecoica que puede volver loco a quien la experimenta en absoluto y completo aislamiento, el simulador de vuelo de “fuerza G”. Finalmente, los médicos que lo examinaron vieron en él al humano candidato ideal para darse el primer paseo espacial. El informe clínico decía: “Modesto; se avergüenza cuando su humor es demasiado ácido; alto grado de desarrollo intelectual evidente en Yuri; memoria fantástica, se distingue de sus colegas por su agudo y amplio sentido de atención a su entorno; una imaginación bien desarrollada; reacciones rápidas, perseverante, se prepara minuciosamente para sus actividades y ejercicios de entrenamiento, domina la mecánica celeste y las fórmulas matemáticas con facilidad, además de sobresalir en matemáticas avanzadas; no se autolimita cuando tiene que defender su punto de vista si lo considera correcto. Parece que entiende la vida mejor que muchos de sus amigos”.

Gagarin superó a todos los candidatos hasta que finalmente fue seleccionado, junto a Titov, para los entrenamientos reales en la nave espacial. Un superhéroe de cómic, una estrella mediática, estaba a punto de despegar.

El 12 de abril de 1961, a las 6.07, la Vostok 1, a los mandos del astronauta Yuri Alekséyevich Gagarin, el hijo de aquel modesto matrimonio cuya casa fue ocupada por los nazis, calentaba motores en el cosmódromo de Baikonur. La carrera espacial entre soviéticos y yanquis había entrado en una fase decisiva y ambas superpotencias se mostraban dispuestas a todo para alzarse con la hegemonía. De ahí que la misión de poner al primer humano en órbita entrañara unos riesgos elevadísimos. No en vano, en la Agencia Espacial estadounidense estaban seguros de que el artefacto estallaría por los aires, haciendo papilla al imprudente cosmonauta y poniendo en evidencia la arrogancia soviética. Todo apuntaba a que los rusos habían ido demasiado deprisa para hacerse con la victoria, sin calibrar las posibles consecuencias (o calibrándolas a conciencia y asumiéndolas, ya que daban por bueno el coste de una vida, el todo por la patria según la concepción totalitaria del Estado).

“¡Vamos! Adiós, hasta pronto, queridos amigos”, proclamó Gagarin tras la cuenta atrás que puso en marcha los cinco motores de propulsión. Solo un insensato, o un loco suicida, o un patriota dispuesto a dar la vida por su país, o todo ello a la vez, hubiese sido capaz de subirse a ese montón de hierros, cables y tornillos que hoy seguramente no pasaría una mínima ITV. Ese aguerrido héroe sin miedo a correr el mismo destino fatal de la perrita Laika (el primer ser vivo en llegar al espacio, aunque terminó triturada por la presión y el calor) no era otro que Yuri Gagarin.

Contra todo pronóstico (ni siquiera los rusos estaban seguros de si el invento funcionaría), el vehículo se elevó a toda potencia, desprendiendo los impulsores laterales, separando la parte central de la cápsula del resto de la nave y poniendo en órbita a Gagarin durante 108 minutos. La propaganda comunista le atribuye una frase en pleno vuelo (“No veo a Dios aquí arriba”), que realmente nunca dijo, y finalmente volvió a atravesar la atmósfera terrestre para caer sin novedad (mientras entonaba la canción La patria oye, la patria sabe) en algún lugar de la árida región de Kazajistán. Más tarde, el piloto espacial relataría su experiencia mística en el espacio: “La sensación de ingravidez era algo desconocida en comparación con las condiciones de la Tierra; te sientes como si estuvieras colgado de correas en una posición horizontal, como suspendido”.

Una fiebre de exaltación nacional y orgullo rojo se desató por todo el país. La larga comitiva de vehículos escoltó a Gagarin hasta el Kremlin, donde Nikita Jruschov le otorgó el título de “Héroe de la Unión Soviética”. No obstante, la primera odisea espacial humana no estuvo exenta de polémica, ya que los organismos internacionales, para registrar el hito como válido, exigían que el astronauta tomara tierra con su nave y Gagarin fue expulsado de la cápsula, cayendo en paracaídas, a 7.000 metros de altitud. Lógicamente, aquella URSS donde no había transparencia de ningún tipo y la información era férreamente controlada por el Gobierno ocultó la verdad sobre la etapa final del viaje para poder apuntarse el tanto antes que los norteamericanos. Pese a todo, Gagarin sigue apareciendo en los libros de historia como el primer humano en el espacio y el primero en orbitar este enloquecido planeta. Nadie ha osado arrebatarle la gesta.

Nuestro hombre, el primer astronauta en surcar la frontera sideral, según la versión oficial, murió trágicamente en 1968, junto a otro piloto, durante un vuelo rutinario de entrenamiento. Se propagaron teorías de la conspiración de todo tipo, conjeturas que el KGB, en medio del secretismo oficial, desmintió siguiendo el viejo manual soviético. Pero esa, es otra historia.

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