Broncano acaba con el monopolio conservador televisivo de Pablo Motos

El programa La revuelta disputa el liderazgo de las audiencias a El hormiguero, algo que no ocurría en los últimos años

13 de Septiembre de 2024
Actualizado el 16 de septiembre
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Broncano durante la emisión de su programa La revuelta.
Broncano durante la emisión de su programa La revuelta.

Tras la politización de la Justicia llega la politización de las televisiones. En las cadenas privadas se ha desatado una brutal batalla por las audiencias nocturnas en la franja prime time, una guerra sin cuartel donde lo ideológico prevalece incluso por encima de los contenidos. Las hostilidades se han desatado tras la irrupción en las parrillas de La revuelta, el nuevo programa de David Broncano puesto en marcha por Televisión Española que está arrasando entre los espectadores. El late show revoltoso –un espacio de humor milenial, irreverente y políticamente incorrecto acorde con los tiempos de zozobra y crisis social que vivimos–, tenía un objetivo principal: desbancar del liderato a El hormiguero, el espacio de Pablo Motos que ha monopolizado las noches de televisión en los últimos años. Y, por lo que se va viendo, parece que lo está consiguiendo.

La apuesta de TVE ha sido, sin duda, arriesgada, ya que introduce un formato nuevo inspirado en las plataformas que triunfan en Internet y en las redes sociales. Desde ese punto de vista, era un experimento temerario que podía acabar de cualquier forma. Sin embargo, Broncano ha terminado por imponer su estilo personal (y original) de entender el humor y las entrevistas a personajes destacados, y ahí es donde está captando la atención del público, mayormente entre la juventud ya abducida por las tecnologías digitales. Muchos jóvenes que habían huido de la televisión para darse con fruición al móvil, al ordenador o la tablet (algunos de ellos ni siquiera sabían que había una cadena pública pagada por todos en este país, no la veían nunca) han dejado de darle a la tecla durante esa hora agitadora de La revuelta y se han sentado delante de la pequeña pantalla (hoy no tan pequeña, ya que quien más y quien menos tiene en el salón un pantallón propio de las salas de cine). ¿Estamos asistiendo a un cambio sociológico, a una nueva tendencia a la hora de consumir producto de ocio audiovisual? Podría ser, aunque es pronto para saberlo. De momento, en otra noche gloriosa, Primera Plana, el clásico de Billy Wilder, cosechó magníficos datos, por encima del cine basura que se emite a esa hora. No todo está perdido en la búsqueda de una televisión de calidad que saque a este país de la burricie general, el atontamiento en TikTok y el encefalograma plano.

Si bien es cierto que el primer día de emisión Broncano pinchó en hueso con su audaz programa, quizá debido a una mala campaña de promoción o por aquello de que los comienzos siempre son difíciles, la segunda noche empezó a recuperar cuota de pantalla hasta colocarse líder de audiencia, adelantando a Trancas y Barrancas, los himenópteros morados del poderoso conglomerado empresarial de Antena 3 que han dominado las noches de este país durante años. Broncano hizo historia con casi un veinte por ciento de audiencia (lo cual es una auténtica barbaridad) y lo que es mucho más interesante: ofreciendo un contenido altamente cultural, ya que el triunfo quedó sellado con la entrevista a dos invitados de calado, el escritor Juan José Millás y el científico paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga.

Hoy, el bipartidismo televisivo parece plenamente consolidado, abriéndose una rendija al pluralismo, al espíritu crítico y a la creatividad. La televisión vuelve a ser fiel reflejo político y sociológico de lo que es este país, que por momentos parecía dominado por el espejismo de un conservadurismo asfixiante. Han sido demasiados años de dictadura del hormigueo reaccionario, de catecismo ultraliberal y fobia a la izquierda, clichés que se nos colocaban, muy subliminalmente, entre entrevista y chistecillo amable de las peligrosas hormigas. Ya estaba bien del monopolio catódico, de las tertulias derechizantes de Motos, de las tonterías de colegio mayor de la repija Tamara Falcó, de las horteradas familiares del dúo Nuria Roca/Juan del Val y de las traiciones de alguna que otra analista conservadora disfrazada de progre. A partir de ahora habrá un partido mucho más competido y equilibrado. La izquierda en torno a las provocaciones, boutades y gamberradas de La revuelta; el mundo conservador alineado (más bien alienado con el rey Midas del capitalismo salvaje audiovisual).

Las demás fórmulas quedan a gran distancia de los dos monstruos de las audiencias. El Intermedio del Gran Wyoming –uno de los mejores programas de entretenimiento que ha dado nuestra televisión y que siempre llevaremos en nuestro recuerdo y en nuestros corazones, ojalá no lo cancelen nunca– ha entrado en una fase de cierto agotamiento hasta quedar convertido en un reducto para minorías inteligentes, intelectuales de izquierdas (si es que queda alguno), comunistas en vías de extinción y nostálgicos boomers con artrosis. Y, por desgracia para quienes están hartos del bipartidismo, el Babylon Show del gran Carlos Latre (el Ciudadanos televisivo, o sea la tercera vía o fórmula liberal, centrista, blanquita y equidistante) ha fracasado a las primeras de cambio. No es España país para liberalismos moderados, tampoco en cuestiones de televisión, y menos en un momento de cruenta polarización como el que nos encontramos.

Broncano es un tipo con innegable talento, de eso no hay ninguna duda. Su programa de madrugada en la Ser, La vida moderna, con el dinamitero Ignatius Farray y el siempre eficaz Héctor de Miguel Quequé, fue un ejercicio de sana sátira en tiempos de meapilismo y pacatismo ultra. Marxismo de los hermanos Marx en estado puro. Podrá gustar más o menos la forma de entender el humor del muchacho gallego (mezcla de sarcasmo, provocación post-punk y cierta dosis de surrealismo, más ese toque descreído y pasota que conecta tan bien con la juventud desnortada de hoy), pero su destreza para el oficio está más que acreditada. Por eso ha desatado la ira de las hordas conservadoras y de la extrema derecha, que desde que se lanzó el primer programa de La revuelta no han dejado de acosarlo con sus dentelladas en las redes sociales. Se le ha llamado de todo, incluso de apesebrado por estar en nómina de Moncloa, algo estúpido por otra parte, ya que por TVE han pasado presentadores de todo pelaje y condición, desde el mismísimo Carlos Herrera (que se levantaba 300.000 euros de vellón por programa pese a su pírrico cuatro por ciento de audiencia) hasta Javier Cárdenas, que también dio el pelotazo. Y no solo en el share.

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