Cada vez son más las voces del PP que reclaman un congreso extraordinario para derrocar a Casado

20 de Febrero de 2022
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Casado, entre García Egea y Maroto, en una imagen de archivo.

Pablo Casado ha caído en la cuenta de que ha cometido una grave equivocación atacando a Isabel Díaz Ayuso por tierra, mar y aire al denunciarla por corrupción. El problema es que este nuevo error de cálculo puede ser el último en que incurra como máximo dirigente del principal partido conservador. Si hace apenas dos días acusaba públicamente a la presidenta madrileña de haber perpetrado tráfico de influencias en la adjudicación de contratos públicos a su hermano, ayer reculaba y daba por archivado el expediente disciplinario interno que debía depurar responsabilidades. A Casado el impulso regenerador le ha durado apenas 48 horas, el tiempo que ha tardado en comprobar que la expulsión de Ayuso del partido suponía el final del PP y que buena parte de la militancia está con la lideresa (entre ellos pesos pesados como Esperanza Aguirre y Cayetana Álvarez de Toledo).

Así, mientras el presidente popular contemplaba desde su despacho de la planta noble cómo iba creciendo la marea de votantes indignados a las puertas Génova 13 –con banda de mariachis incluida–, debió pensar que quizá había llegado el momento de echar el freno en su cruenta ofensiva contra su archienemiga o de lo contrario estaba en peligro su propio pellejo. Solo así se explica que fuentes de su equipo directivo confirmaran ayer que “concluirán satisfactoriamente” el expediente informativo abierto contra Díaz Ayuso por el polémico contrato de las mascarillas, una bandera blanca en toda regla, una humillante petición de cese de las hostilidades cuando no una penosa asunción de la derrota. No cabe otra interpretación a ese nuevo cambio brusco de estrategia –desde la guerra sin cuartel contra Ayuso a la mansa petición de tregua–, ya que mientras el entorno casadista entregaba la cuchara, el de la presidenta madrileña seguía apuntando con sus fieros cañones hacia las murallas genovesas al revelar que Casado le habría llegado a ofrecer a la presidenta una paz consistente en que ella niegue que se han contratado fontaneros y detectives privados para espiarla a cambio de que el expediente sobre el turbio affaire de su Hermanísimo quede debidamente guardado en un cajón.

Así las cosas, a Casado se le presenta un negro panorama con la posibilidad de un congreso extraordinario del PP, una medida quirúrgica que ya reclaman con urgencia algunos cargos como única salida a la guerra interna entre casadistas y ayusistas y que no tendría otra finalidad que deponer al actual presidente popular y elegir a un nuevo líder. Sería algo así como convocar un cónclave para matar el César coincidiendo con los idus de marzo. A esta hora, el barón Núñez Feijóo parece el elegido, una especie de mesías que descendería del gallego monte Sinaí, tablas de la ley en mano, para apaciguar el partido, cerrar heridas y ponerse al frente de la travesía en el desierto de las tribus del PP. Ayuso sabe que esa es la única salida que le queda ya, y a ella se aferra como a un clavo ardiendo. ¿Un congreso extraordinario en el que ruede la cabeza de Casado y ella salga reforzada? ¿Dónde hay que firmar?, estará pensando la lideresa castiza, que lleva meses mendigando un congresillo regional que Casado le ha negado por activa y por pasiva como forma de cortarle su meteórico ascenso como faro y guía indiscutible del PP madrileño. Desea tanto ese evento, ya sea nacional o regional, ordinario o extraordinario, que Ayuso va deslizando por ahí que con una mayoría de dos tercios sería suficiente para que se convoque el cónclave del que debe salir el sumo pontífice Feijóo, tal como recogen los estatutos del PP. Ese hecho explicaría por qué de los tejados de la Puerta del Sol, sede del Gobierno regional, últimamente emerge un sospechoso humillo blanco vaticano. Habemus papam.

Lo terrible para Casado es que cada vez son más las voces que se revuelven contra él pidiéndole que acabe con el “daño irreparable” que está haciendo al partido y escenifique una imagen de renovación y unidad. El propio Feijóo deja abierta esa puerta al advertir públicamente al todavía dirigente popular que si no soluciona esta “hemorragia” puede haber un congreso extraordinario, porque no se puede llegar al ordinario (a celebrar en julio) con “esta herida abierta”. “Sería muy malo” dejar ese asunto pendiente durante meses, avisa el barón orensano.

En las últimas horas, a las voces que piden la cabeza del dúo Casado/Egea se han unido Aguirre y Cayetana, antes mujer de la máxima confianza del presidente popular y hoy la más furibunda anticasadista. Ambas exigen el ansiado congreso para que sean los militantes quienes tomen la palabra y porque la actual crisis interna pone en riesgo la propia existencia del PP y su papel dentro del espacio político como alternativa al Gobierno de Pedro Sánchez. O dicho en otras palabras: Aguirre y CAT están dispuestas a ser dos de las que le claven el puñal al César a la salida del Senado.

El runrún crece, la conspiración se propaga por los pasillos de Génova. Mientras tanto, todos los dardos de los ayusistas se dirigen contra Teodoro García Egea, mano derecha del líder popular. Según publica el diario El Mundo, implicados en el presunto espionaje a la presidenta de la Comunidad de Madrid confiesan que la 'operación Ayuso' se fraguó en “sala de guerra” del lugarteniente murciano. Así pues, parece claro que la primera fase del golpe a Casado pasa necesariamente por eliminar al secretario general del partido. Muerto el alfil, jaque mate.

Y conviene no olvidar que la prensa conservadora, pieza clave para terminar de derribar el casadismo, empieza a ver en Feijóo a la gran esperanza blanca del PP. Pedro J. Ramírez advierte que el escándalo que ha vivido España estos días ya está “teniendo consecuencias políticas” y cita un sondeo de su digital El Español “en el que Vox aparece por primera vez por encima del Partido Popular”.  Según Pedrojota, la crisis descarnada de esta semana le habría costado nada más y nada menos que 20 escaños a los populares. Un auténtico suicidio político propiciado por un dirigente como Casado cuyos impulsos irreflexivos y su mala cabeza para la estrategia han terminado por llevar al partido a lo más profundo del abismo.

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