Casado tampoco tiene ni idea de cómo frenar el coronavirus, pero va de listo y enterado

24 de Agosto de 2020
Actualizado el 02 de julio de 2024
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foto Pablo Casado

Definitivamente, Pablo Casado es el gran maestro de la ambigüedad, del bandazo y el ilusionismo político, del donde dije digo, digo Diego. Un día le pide a Pedro Sánchez que tome el mando de la crisis y al siguiente le critica que interfiera en la gestión de las comunidades autónomas gobernadas por el PP, sobre todo en el feudo madrileño de Díaz Ayuso. En las peores horas de la pandemia, primero apoyó el estado de alarma decretado por el Gobierno y luego le retiró el apoyo, votando no a las sucesivas prórrogas que todos los científicos consideraban esenciales para controlar el brote epidémico. Por supuesto, no perdió de vista la posibilidad de pescar unos votos del río revuelto ni dejó de fustigar sin piedad al presidente en aquellas infames sesiones de control que quedarán en los anales del Congreso para su oprobio parlamentario y ejemplo de hasta dónde puede llegar un político en su obsesión por llegar al poder. Si entonces confinar a los españoles era una medida inconstitucional, la libertad era lo primero y había que dejar en paz a los españoles −que no necesitaban que papá Estado intervencionista viniera a proteger su salud como en un vulgar país policial, paternal y estalinista−, hace solo unos días pedía reformar la Ley Orgánica Sanitaria (¡de 1986!) para que esa norma se pueda usar para confinar a la población e incluso retocar la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa para cuando se decida la “reclusión forzosa en un domicilio” o el “internamiento hospitalario obligatorio de un enfermo”. Es decir, que venía a proponer, de alguna manera, un nuevo confinamiento si la cosa se pone fea y los rebrotes se extienden como está ocurriendo este verano.

A Casado ya no se le entiende. Es el perfecto capitán a posteriori, el hombre que dice una cosa y su contraria, el que espera que el otro aporte soluciones para criticarle después, y el que siempre queda a salvo e impoluto porque nunca se moja ni equivoca, ya que él juega con todas las fichas del dominó y las va sacando a conveniencia según el momento. Casado siempre va por su cuenta y cuando le apetece ganar una partidita se hace trampas al solitario.

En realidad, todos los expertos juristas ya han dejado claro que la única forma de mantener un mando único y coordinado de confinamiento y una limitación de la movilidad de las personas entre territorios es aplicando la norma constitucional del estado de alarma, por mucho que Casado juegue al populismo barato y agite al pueblo advirtiéndole contra un espantajo (el Gobierno chavista que según él pretende secuestrarlo en su casa) que no existe. Hoy mismo, sin ir más lejos, el presidente del PP ha salido con que tiene un plan alternativo que pasa por “no dejar abandonada a la gente”, aunque es cierto que en lo referente al estado alarma sigue manteniéndose en sus trece, ya que sería “ruinoso para el empleo, la educación y las libertades” (de nuevo una cosa y su opuesta).

En un mensaje publicado en su cuenta de Twitter, el líder de la oposición ha criticado que Sánchez se niegue a aprobar la proposición de ley registrada por el Partido Popular para controlar la pandemia, insistiendo en que los españoles, tras 45.000 muertos, no merecen “más incompetencia y mentiras”. “Hay un plan alternativo entre dejar abandonada a la gente y otro Estado de alarma ruinoso para el empleo, la educación y las libertades: la proposición de ley que registramos y Sánchez se niega a aprobar. Tras 45.000 muertos, los españoles no merecemos más incompetencia y mentiras”, ha escrito Casado en la red social.

Sin embargo, cuando llega el momento de explicarse, de aportar los pormenores de su supuesto plan, el líder popular pasa a otra cosa, evita entrar en el detalle, esquiva el bulto, aunque eso sí, sigue jugando a la ambigüedad calculada. No se entiende que esté en contra del intervencionismo del Estado y al mismo tiempo pida que no se deje abandonada a la gente a su suerte. Como tampoco se comprende que ni él ni el propio Santiago Abascal (el otro gran adalid en la defensa de las supuestas libertades y derechos amenazados) hagan tanto ruido pero no digan cómo piensan limitar la propagación del virus sin aplicar la eficaz herramienta del estado de alarma, una medida que ya sea de forma total o parcial mediante confinamientos puntuales de núcleos poblaciones concretos no anula ningún derecho fundamental, ya que se adopta bajo control del Parlamento y de los tribunales ordinarios de Justicia. ¿Piensan los líderes de PP y Vox meter a cada español en una burbuja rodante de látex y enviarlos al trabajo o al infierno vírico del Metro cada mañana? ¿Han descubierto por fin la teletransportación para que cada ciudadano vaya y venga, como por arte de magia, sin tener que cruzarse con potenciales contagiados? Mucho mejor sería que dijesen la verdad, que no engañaran al pueblo, que reconocieran que ellos tampoco tienen ni idea de cómo afrontar esta plaga bíblica, tal como ocurre con la mayoría de los políticos del mundo entero que están fracasando en la contención del virus.

Mucho más coherente ha sido Inés Arrimadas a lo largo de esta pandemia ya que, si bien ha denunciado que el Gobierno ha cometido “grandes errores”, siempre ha apoyado al Ejecutivo en su aplicación del estado de alarma porque la primera opción debía ser “salvar vidas”. Lamentablemente, y para desgracia nuestra, los científicos ya han asegurado que a falta de una vacuna eficaz solo nos queda el confinamiento en el hogar, meternos en nuestras respectivas madrigueras como única forma de frenar los contagios y detener la pandemia. Por mucho que Casado juegue −en un puro ejercicio de demagogia que no ayuda en nada a superar la mayor crisis de nuestra historia desde la guerra civil−, a gran defensor de los derechos de los españoles contra una amenaza comunista que solo está en su delirante imaginación.

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