En Moncloa cunde la indignación contra Pablo Casado. La última maniobra del todavía líder de las derechas españolas para que Bruselas bloquee el paquete de 140.000 millones en ayudas a la reconstrucción de nuestro país se ha interpretado en el gabinete Sánchez como una grave deslealtad, cuando no una traición a España, precisamente por parte de quienes en el PP se jactan de patriotas a todas horas. El “viva España, viva al rey” con el que Casado se llenó la boca durante los actos de celebración del Día de laFiesta Nacional no deja de ser un grito hueco, vacío, estéril, ya que en el fondo el jefe de la oposición parece dispuesto a todo con tal de derrocar al Gobierno, incluso a dejar que millones de españoles se queden sin el maná de las subvenciones europeas y se mueran de hambre. De seguir por esa línea frentista y conspiranoica, el eterno aspirante a presidente logrará su sueño juvenil de llegar a la Moncloa algún día, aunque para entonces España se habrá convertido en un país más parecido a la devastada Libia que al estado europeo avanzado que por momentos creyó ser. Y él, como líder que se negó a arrimar el hombro en medio de la pandemia, tendrá su parte alícuota de responsabilidad política y moral. Será la historia quien juzgue su ambición ciega y desmedida.
De momento, en el Ejecutivo de coalición descartan que la estrategia suicida y de “tierra quemada” del presidente popular pueda perjudicar a los intereses nacionales en la UE, aunque por si acaso la portavoz del PSOE en el Parlamento Europeo, Irache García, ha pasado a la ofensiva para contrarrestar las “mentiras” de Casado en Bruselas y explicar a los prebostes europarlamentarios que pueden estar tranquilos, ya que en España no se prepara ninguna revolución bolivariana (tal como anuncia agoreramente el mandamás de Génova 13), de modo que el apacible país del sol, la playa, el vino y la juerga seguirá siendo (a falta de que pase la pandemia) la California europea de siempre, el gran balneario del turista alemán, que a fin de cuentas es lo que le interesa a Angela Merkel.
Sin embargo, el líder del Partido Popular cree haber encontrado en su furtiva operación de desprestigio contra España la puntilla final para reventar la coalición PSOE/Unidas Podemos y la va a explotar hasta el final, así se vaya al garete el país. Visto lo visto, el lema de Casado es “o gano yo o rompo la baraja” y por eso anda inventando bulos y largando cuentos a los jerarcas arios de la UE sobre el desastre que es España, sobre la república bananera en que se ha convertido este país y sobre la amenaza para el mundo que supone el perverso Nicolás Maduro ibérico, que no es otro que Pedro Sánchez, un señor al que nunca hay que dejar suelto porque luego hace cosas como decretar una paguita para los pobres y por ahí no. La capacidad de Casado para reinventar la leyenda negra española es inagotable y cualquier día manda una carta a la Comisión Europea denunciando que estamos en manos de una pandilla de rojos-anarcos con rabos y cuernos que se comen a los niños, o sea el bulo franquista sobre el hombre del saco republicano de toda la vida. Indudablemente, Casado se ha convertido en el espía perfecto de Bruselas, nuestro hombre en La Habana madrileña, el soplón, el confidente o chivato de las élites suizas y del Club Bilderberg, y como en su partido tienen experiencia con la Kitchen y las cloacas, cada decisión que toma el Politburó monclovita es filtrada a los cinco minutos al despacho de Ursula von der Leyen, para que la señora esté al corriente, tome nota y le ponga un punto negativo a España en los informes sobre cumplimento de las obligaciones democráticas de los Estados miembros. Casado es como aquel eficiente delegado de parvulitos que iba de empollón y de primero de la clase cuando en realidad no era más que un mandado, un repelente acusica, un pelota de la maestra que se chivaba de todo, en este caso a la jefaza de la UE.
El sucesor de Rajoy ya trabaja para los supremacistas holandeses, finlandeses y escandinavos que cortan el bacalao noruego de las subvenciones y ayudas oficiales, o sea que se ha convertido también en un demócrata asintomático, frío, uno de esos conservadores del norte que se ponen muy exquisitos con los informes sobre respeto a las libertades y los derechos humanos en Europa pero que luego, a la hora de la verdad, tratan a patadas a los pobres refugiados africanos y asiáticos. Salta a la vista que Casado no es un tipo alto, rubio y titulado en La Sorbona (pertenece a la tribu morena mediterránea y su máster por Harvard-Aravaca sirve para dar el pego y poco más) pero él se esfuerza mucho por que le dejen entrar en el círculo supremacista europeo. Por eso se ha pasado a la moda “trumpista” y ha colocado a una destroyer como Díaz Ayuso en Madrid, para que vaya haciendo obra, o sea para que vaya demoliendo el Estado de bienestar, que eso gusta mucho en Bruselas.
Casado no sabrá cómo van los últimos experimentos con la vacuna ni si la capital de España cuenta con suficientes rastreadores y médicos (eso a él se la trae al pairo) pero en el arte del montaje político y de pasar informes secretos a las potencias del eje de Berlín es único. De hecho, no se le escapa una sobre Pablo Iglesias, que ya no puede ni ir a la cantina del Parlamento a tomarse un pincho de tortilla entre moción de censura de Vox e insulto de Teodoro García Egea sin que le saquen algún bulo del caso Dina. Está claro que el líder del PP ya trabaja como un agente, espía o enviado especial a un conflicto bélico. En este caso la guerra civil la ponen Santi Abascal y Martínez Almeida, que ayer mismo fusiló la escultura de Largo Caballero. Y eso que dicen que el alcalde de Madrid es un moderado. Anda ya.