Operación Puigdemont: un plan de Estado que todos conocían

Los poderes fácticos de este país estaban informados de que el dirigente de Junts se entregaría el jueves, pero todo salió mal

11 de Agosto de 2024
Actualizado el 12 de agosto
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Sánchez y Feijóo en una imagen de archivo. Operación
Sánchez y Feijóo en una imagen de archivo.

Todo en la huida de Carles Puigdemont es una inmensa farsa, una pantomima en la que están implicados muchos más actores de los que en un principio podría parecer. Implicado el Gobierno de España porque hay razones suficientes para sospechar que Moncloa dio órdenes al ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, para que ni Policía Nacional, ni Guardia Civil, ni CNI, detuvieran al líder de Junts en la frontera; implicados el Parlament y la Generalitat (Pere Aragonès, como socio preferente del Gobierno de coalición, ha estado en permanente contacto con el Ejecutivo de Madrid); implicados los Mossos d’Esquadra porque tenían instrucciones claras para no arrestar al personaje; implicada la Justicia española que, pese a que ahora escenifique un enfado monumental, sabía lo que iba a ocurrir por las informaciones que le iban filtrando las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado (pese a ello, ningún juez movió un solo dedo para movilizar a la Policía Judicial, con competencia en todo el territorio nacional); implicada la Jefatura del Estado (¿alguien puede creerse que el rey Felipe no fue informado al minuto de toda esta gigantesca patraña o montaje?); e implicado, cómo no, el Partido Popular.

Feijóo puede decir misa ahora, pero nadie se cree que un partido como el suyo, que tiene confidentes y topos hasta en la policía local del pueblo más recóndito de España, no estuviera al tanto de la operación que se estaba tramando. El PP es el partido de la Policía Patriótica, de las cloacas del Estado, de los pinchazos telefónicos y de la guerra sucia. Es algo sabido que Génova tiene línea directa con no pocos agentes del Centro Nacional de Inteligencia. Puigdemont estaba en España desde el martes, dos días antes del día D, y ese movimiento lo conocía, sin duda, La Casa. Y si lo sabía el CNI, lo sabía Feijóo, probablemente también Vox, que en los últimos años ha fagocitado los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado con múltiples infiltrados. Por tanto, nada que ocurra en este país sucede sin que la derecha lo sepa (no en vano, Soraya Sáenz de Santamaría fue la mujer que más poder ha ostentado en las últimas décadas como jefa máxima de la organización del espionaje español y sus contactos permanecen en las agendas y despachos de los actuales dirigentes políticos populares). Intentar convencer a la opinión pública de que los servicios de inteligencia españoles no se han enterado de nada en el caso de la fuga de Puigdemont es tanto como tomar a la ciudadanía por idiota.

“Todo es realmente sorprendente”, dice Jorge Gómez, exmiembro del CNI, en el programa Todo es mentira de Risto Mejide. Y tan sorprendente, habría que añadir, ya que nada encaja salvo que se incluya en la ecuación la variante de que este episodio no es más que una gran operación de Estado en la que estaban al corriente muchos más actores de los que inicialmente nos están contando. Todo estaba pactado para la entrega de Puigdemont, todo estaba preparado, incluso con el consentimiento del primer interesado. El exgobernante catalán organizaría su última performance y con las mismas para comisaría. Muerto el perro, se acabó la rabia. El final de esta historia, quitar de en medio a un molesto personaje, le interesaba a todo el mundo con poder en este país. El problema es que el exhonorable se echó atrás en el último momento. Una vez más, tal como ya ocurrió cuando proclamó la declaración unilateral de independencia y la canceló a los ocho segundos, le pudo la indecisión, la falta de talento político, la cobardía. Cuando CP puso pies en polvorosa, tras dirigirse a sus adeptos junto al Arco de Triunfo en una imagen que ha dado la vuelta al mundo y que quedará para la historia, muchas piernas temblaron en este país. El plan había salido mal; el problema seguía estando más latente y vivo que nunca.

Hay demasiados agujeros, demasiados cabos sueltos, demasiadas preguntas sin respuesta en todo este affaire. Datos contradictorios y confusos que nos llevan a pensar que la historia tiene muchos más ingredientes de lo que nos han contado. Sospechas como el silencio revelador que PSOE y PP han mantenido en los días previos a la sesión de investidura, como si entre uno y otro partido se hubiese firmado un pacto de no agresión para no poner en peligro la caza de la pieza mayor (más que la caza, la inmolación que la propia presa podría haber aceptado como final de su alocada aventura de los últimos siete años). Una vez más, todo estaba atado y bien atado para que el incómodo fugitivo terminara ante el juez Llarena. Hasta que algo hizo clic en la mente de Puigdemont, que en el último instante sintió el vértigo de encontrarse al borde del abismo y decidió darse a la fuga por enésima vez.

Dimisiones fulminantes

Pese a todo lo dicho, el teatrillo continúa y cada cual vuelve a estar en su papel. Puigdemont no aparece y al Estado le interesa que siga estando en paradero desconocido, como un fantasma del pasado, como un espectro del independentismo. Uno de los que están haciendo el papelón es precisamente Feijóo, que se ha mostrado muy enfadado por “la humillación consentida” que ha sufrido España. Además, el popular ha exigido la comparecencia urgente del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el cese fulminante de Fernando Grande Marlaska y Margarita Robles por la negligencia del operativo policial y CNI. “Ante esta farsa, el Gobierno no puede seguir de vacaciones riéndose de los españoles”, aseguró. Todo postureo. El PP era el primer interesado en que el operativo saliera bien: mucho mejor y más rentable políticamente un Puigdemont amnistiado y haciendo política otra vez que allá oculto en Waterloo, donde no es más que una reliquia del pasado. Ahora los populares señalarán a Sánchez como principal responsable de la “patochada de teatro” escenificada por el retorno del líder de Junts. Lógicamente, Sánchez nunca reconocerá que todos lo sabían, que todos estaban en el ajo, ya que el primer damnificado por la verdad sería el. Así que se impone la ley del silencio. Todos callados y aquí no ha pasado nada.

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