Resulta vomitivo comprobar cómo las derechas están haciendo sangre con el caso Errejón. Los prebostes de PP y Vox se han apresurado a salir a la palestra para quedar como los nobles y dignos, los que avisaron contra los depredadores sexuales de la izquierda, los buenos de la película. Isabel Díaz Ayuso lanzó el primer dardo al asegurar eso de “otra pancarta que se les cae”, en clara alusión a la causa del feminismo, tradicionalmente defendida por la izquierda. Más tarde, fue el líder de Vox, Santiago Abascal, quien cargó contra los partidos del bloque de coalición a cuenta de la dimisión de Íñigo Errejón, acusado de violencia sexual por varias mujeres (entre ellas la actriz Elisa Mouliaá), y volcó toda su bilis al calificar a los líderes rojos como “un hatajo de miserables que quieren enseñar educación sexual” a los niños. Por su parte, Elías Bendodo y Miguel Tellado, salivando, decidieron ejercer su función de mamporreros siempre dispuestos a arañar unos votos con el odio –para la que fueron contratados–, y lanzaron las habituales declaraciones descarnadas tendentes a deshumanizar al adversario. “Lo de Errejón es el caso Ábalos de Sumar”, esa era la consigna deslizada desde Génova 13. Por supuesto, FAES, la fundación de Aznar, no iba a perder la oportunidad de hacer las veces de carroñera con el caso Errejón al señalar la “hipocresía” de la izquierda y las “vergüenzas” del Gobierno. “Esto se descompone”, añaden las fuentes de FAES en referencia al daño que el affaire hará a la izquierda a corto plazo.
Era evidente que las derechas iban a hacer leña del árbol caído y ya lo están haciendo. Pero resulta patético que formaciones políticas conservadoras y ultras que jamás se han preocupado por defender los derechos de la mujer, ni de legislar para avanzar en igualdad, traten de sacar pecho del nauseabundo asunto de agresión sexual que persigue al exdirigente de Sumar. La gran diferencia entre ambos mundos (izquierda y derecha) queda patente cuando se comprueba cómo el partido de Yolanda Díaz ha gestionado el asunto, cesando a Errejón en cuanto aparecieron las primeras denuncias públicas de Mouliáa, que destapaba el escándalo al calificar al diputado de “maltratador”, “psicópata” y “monstruo”. La dirección de la coalición sacó a la manzana podrida del cesto, se puso de lado de la víctima y de las mujeres maltratadas de este país y dio todas las explicaciones pertinentes en aras a la transparencia. Todo lo contrario que PP y Vox, que acostumbran a tapar casos semejantes en lugar de depurar responsabilidades. No hay más que tirar de hemeroteca para verificar la tesis de este artículo.
Así, en junio de 2023, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, puso en evidencia su propio machismo residual cuando, para justificar sus pactos con Vox, defendió al candidato de Vox, Carlos Flores, condenado por maltrato. En diciembre de 2022, este diputado nacional por Valencia fue elegido por el partido de Abascal como candidato a presidente en las elecciones a las Cortes Valencianas de 2023. El periódico Levante-EMV reveló que había sido condenado en 2002 por violencia psíquica habitual y faltas de coacciones, injurias y vejaciones a su exmujer, de quien se había separado en 1999. Feijóo no tuvo reparos en echarle flores a Flores. “Hace 20 años, es verdad. Es un catedrático de Derecho Constitucional, es verdad. Ha cumplido la sanción, es verdad. Se ha producido hace veinte años, es verdad. Tuvo un divorcio duro y conllevó un abuso verbal hacia su ex mujer”, dijo el dirigente conservador.
Vox siempre se ha caracterizado por ser un partido machista, un discurso que al PP nunca le ha importado lo más mínimo. No hay más que ver cómo los partidos democráticos cumplen con un minuto de silencio por el último asesinato machista mientras los políticos voxistas se sitúan fuera de la foto y de la pancarta institucional contra la violencia de género. Vox relativiza el terrorismo machista allí donde ocupa cuotas de poder, y la difumina o diluye llamándola violencia “intrafamiliar”. Es bien conocido que han prometido derogar la Ley contra la Violencia de Género, en vigor desde 2004, así como el Ministerio de Igualdad, cuando lleguen al Gobierno, si es que llegan algún día. Todo lo morado produce alergia y urticaria a las derechas españolas: critican y ridiculizan el 8M, Día de la Mujer, retiran la publicidad institucional pensada para concienciar a la sociedad ante el grave problema del machismo, suprimen programas de educación en las escuelas y liquidan los puntos seguros para la mujer en zonas peligrosas como grandes aglomeraciones y fiestas, donde suelen actuar los violadores y acosadores.
Por tanto, ni una lección del mundo conservador sobre derechos de la mujer. Deberían taparse un poco y no salir tan ufanos y arrogantes a descuartizar al presunto acosador Errejón, porque ellos no son precisamente un ejemplo de lucha contra el machismo. Al contrario, presumen de machos en público y en privado. Borja Sémper, portavoz del PP, ha tenido que hacer algún que otro malabarismo cuando se le ha preguntado por el escabroso affaire. “Quienes han dado tantas lecciones en el espacio público deben dar explicaciones ahora, aunque huyendo del ventajismo y el politiqueo fácil”. Hipocresía al poder.