Sánchez, atrapado entre dos fuegos

22 de Octubre de 2019
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Pedro Sánchez
Cuando estalla la violencia, la verdad es la primera víctima y al pacifista se le cuelga el cartel de traidor. Siempre fue así. Basta comprobar lo que le ha ocurrido a Gabriel Rufián este fin de semana, cuando bajó a las trincheras a tratar de poner calma y cordura entre los airados cachorros de Torra. No tardaron ni cinco minutos en abuchearlo y tacharlo de “botifler” (traidor en catalán), de modo que al brillante y joven político de ERC no le quedó otra que agachar la cabeza y volverse para Madrid. Pedro Sánchez, al pretender actuar con proporcionalidad y mesura en la crisis catalana, también se ha visto atrapado entre los dos fuegos rabiosos, entre los dos volcanes nacionalistas. Por un lado está la siempre africanista y exacerbada derecha española, los Rivera, Casado y Abascal, que le piden mano dura (y hasta durísima) contra Cataluña. En el otro flanco está Torra El Esloveno con su ejército infantil, esas milicias formadas por cachorros y brigadas de anarquistas extranjeros que mediante el sabotaje, la violencia y el caos pretenden chantajear al presidente del Gobierno y forzarlo a firmar un referéndum de autodeterminación.Ambos nacionalismos se necesitan y se retroalimentan para seguir existiendo en su espiral de odio. Ambos nacionalismos viven el uno del otro. Rivera, que no debe entender demasiado de separación de poderes ni ha leído a Montesquieu (tampoco le importa para su estrategia de crispación permanente) quiere “meter en la cárcel a quienes intenten romper España”, como si estuviera en la mano de un político dictar una orden de ingreso en prisión y como si hubiera cárceles suficientes en el país para recluir a dos millones de independentistas. A su vez, Casado sigue haciéndole el mobbing al presidente del Gobierno, día sí, día también, para que aplique ya el artículo 155, la Ley de Seguridad Nacional, la Ley de Cuerpos y Fuerzas del Estado y la Biblia en pasta. Qué diferencia con aquel PSOE que se puso de lado de Rajoy cuando, llegado el momento, hubo que aplicar el temido artículo de la Constitución.Y de Abascal qué se puede decir: llegó a la política en el papel de agitador de barra de bar para terminar de destruir lo poco bueno que queda de democracia en España y va camino de conseguirlo (las encuestas le dan un subidón de escaños el 10N que ni él mismo se esperaba). Lo último es que ha exigido a Moncloa la declaración del Estado de excepción en Cataluña, o sea la Legión desfilando por la Diagonal, con cabra y todo, una propuesta descabellada que tendría consecuencias dramáticas y situaría al país al borde de una confrontación civil.En general, el trío de Colón sabe que ha llegado su momento. A falta de un proyecto sensato para España solo le queda apelar a los instintos básicos para pescar votos entre los españoles aterrorizados o cabreados por el histórico brote de violencia en Cataluña. Pero mientras la derecha nacionalista aprieta a Sánchez, Torra hace lo propio desde su castillo gótico, donde domina el reino de fantasía multicolor, dragones, unicornios, fanfarrias y multitudinarios juegos florales que ha levantado en apenas cuatro días. El honorable, tras enviar a sus comandos de colegiales, utópicos anarquistas y gamberros a morir a las trincheras en la guerra contra los antidisturbios, se dedica ahora al género epistolar y no para de enviarle cartas a Sánchez (no correspondidas) en las que le invita a regresar a la senda del diálogo. El cinismo de Torra no tiene límites. Por la noche ordena quemar Barcelona de arriba abajo y por la mañana reclama negociación. En realidad las misivas del líder-activista no tienen otro sentido que poner en jaque al presidente del Gobierno, al que sabe presionado y apurado por la inminencia de las elecciones.Torra no piensa condenar la violencia desatada, entre otras cosas porque es él mismo el jefe de los CDR y quien marca los tiempos de la barricada, el adoquinazo, la pedrada al policía y el saqueo de comercios. Pero la celada es magistral, ya que pone entre la espada y la pared a Sánchez y le deja sin margen de acción a pocas semanas de los comicios. ¿Qué hace ahora el presidente socialista? ¿Aplica el 155 como le pide la derecha nacionalista española o se sienta a negociar la paz con Torra? Cualquiera de las dos salidas a esta encrucijada maldita es nefasta para el presidente en funciones. En ambos casos pierde, ya que se trata de medidas impopulares, cómo se está empezando a ver en las encuestas. El PSOE, que iba como un tiro antes de estallar la Semana Trágica, empieza a perder fuelle en los sondeos. Y mientras se revuelve y se retuerce en esa tela de araña que le han tendido sus enemigos, Vox crece poco a poco y el independentismo catalán se hace más fuerte en las calles. El escenario soñado por los extremistas de uno y otro bando, que en su ceguera ya no ven otra cosa que el verde y amplio campo de batalla en el que terminar de dirimir sus viejas rencillas seculares.
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