Aprovechando la sangre todavía fresca de las víctimas de Orlando y el repudio internacional por un crimen masivo execrable, Donald Trump volvió a mostrar lo peor de sí mismo: el todo vale en política para ganar votos y la manipulación de los hechos ocurridos en aras de obtener rentabilidad electoral de hasta lo más macabro. La causa gay, a este hombre ultraconservador y derechista, le daba exactamente igual hasta hace unos días, le es ajena y sus ideas con respecto a este tema tienen más que ver con los cavernícolas del Tea Party y la extrema derecha, contraria a los matrimonios entre personas del mismo sexo y a la adopciones en parejas homosexuales, que con la visión mucho más liberal que tienen los demócratas. Pero a Trump le beneficia, paradójicamente, este atentado, supuestamente legitima sus tesis antimusulmanas.Dice Donald Trump que quiere volver a hacer América grande y expone a quien quiera oírle un proyecto de corte racista, xenófobo y excluyente, como si para dar el gran salto en algo haya que pasar por encima de los callos de media humanidad y granjearse un enemigo político que dote de credibilidad a su proyecto. Utiliza el miedo al otro, al diferente, sea mexicano, polaco o musulmán, para atraer el voto del malestar en una sociedad cansada, pero no paralizada, por algunos aspectos que supuestamente no funcionan.Pero Estados Unidos no es el cuadro apocalíptico que ha dibujado durante los últimos meses de larga campaña electoral el candidato Trump. Pese a haber tenido éxito en un electorado conformado por clases medias descontentas o que han visto disminuido su poder adquisitivo, junto con otros sectores sociales que quedaron al margen del crecimiento económico de los últimos años, la realidad es que la economía norteamericana sigue siendo líder en el mundo, el desempleo tiene las tasas más bajas de su historia, el 22% del producto interior bruto mundial está en sus manos -menos del 5% de la población del planeta es norteamericana-, el bienestar y la prosperidad están generalizadas en la sociedad y la nación sigue siendo un referente social, cultural y económico en todo el planeta.Trump, que siempre fue un tramoyero de marca mayor y un farsante, que incluso llegó a ocultar su apellido alemán y sus orígenes para medrar, sabe que sus cifras maquilladas son falsas, que su discurso populista y racista puede tener éxito en el corto plazo y que el Muro de México es una entelequia, una chaladura. Pero a Trump no le importa utilizar esos argumentos si con ellos consigue captar la atención de sus futuros votantes y hundir a todos sus contrincantes, uno tras de otro, del campo republicano.Luego están sus carencias claras. Desconoce lo que es la política exterior, la importancia de mantener alianzas con los aliados occidentales y con sus amigos en la región, la búsqueda de grandes consensos para sacar adelante propuestas ante los importantes retos que tiene ante sí la sociedad global, la necesidad de mantener los vínculos transatlánticos a través de la OTAN y, sobre todo, Trump carece de un proyecto para hacer frente a un mundo en caos que tiene sobre la mesa una de las más graves crisis de su historia. El terrorismo internacional de carácter yihadista, que nuevamente ha mostrado su carácter global al atacar en Estados Unidos de una forma brutal, la caótica situación que padece Oriente Medio -guerras en Afganistán, Irak, Libia, Siria y Yemén- y la nueva oleada migratoria, con millones de seres humanos desplazándose por medio mundo, conforman un cuadro muy complejo que requiere verdaderas propuestas técnicas y no recetas de librillo populista al estilo de las que boceta Trump.
Lo + leído