El Ejército ucraniano sigue avanzando en territorio ruso. Quién lo iba a decir. Una de las grandes superpotencias mundiales invadida por un país más pequeño y, en teoría, peor armado. Las noticias que nos llegan de Rusia (que siempre deben ser cogidas con pinzas ante la falta de transparencia y de libertad de prensa que ha impuesto Putin) hablan de cientos de miles de ciudadanos evacuados de urgencia en la región de Kursk, de unos soldados rusos desbordados o huyendo a la desbandada, de un estado de caos, anarquía, pánico y terror como no se vivía en aquel país desde la invasión nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Por poner un ejemplo, lo que están haciendo los ucranianos es como si los franceses entrasen de nuevo en España (como en aquel fatídico año de 1808) para apoderarse de una extensión de territorio similar a la ciudad de Zaragoza. Poca broma.
No estamos hablando, por tanto, de una mera incursión ucraniana en suelo ruso. Hasta las autoridades de Moscú reconocen que les llevará semanas, incluso meses, echar al molesto enemigo del país y restablecer el orden. Nos encontramos, por tanto, ante una auténtica ofensiva militar que podría cambiar el curso de la guerra. Pero más allá de lo que pueda suceder en el futuro, cabría preguntarse dónde está la aviación rusa, el poderoso ejército terrestre exsoviético con sus carros de combate, los drones y misiles. Es evidente que Rusia ya no es aquella superpotencia que dominaba medio planeta, sino una gigantesca chatarrería repleta de armamento obsoleto y caducado. Ya sabíamos que, de un tiempo a esta parte, cualquier general díscolo o traidor, como el difunto Prigozhin, se levanta en golpe de Estado y se da un garbeo con sus tanques por la Madre Rusia, haciéndole pedorretas al presidente y poniendo en jaque al Gobierno putinesco. Ahora también sabemos que el régimen moscovita es incapaz de garantizar lo más elemental para sus ciudadanos, la seguridad e integridad de sus fronteras, que tienen más agujeros y grietas que la Operación Jaula puesta en marcha por los Mossos para capturar a Puigdemont. Solo los Estados fallidos, y por lo que se va constatando Rusia va camino de serlo, ven cómo cualquiera se le mete en su casa sin que puedan hacer nada por evitarlo.
Lo de Putin no tiene nombre. Iba de sátrapa poderoso, de nuevo Hitler de Europa, cuando dio la orden de ocupar Ucrania, y va a terminar escondido en su búnker como un conejo asustado. El cazador cazado; el invasor invadido. Y lo peor de todo es que, según cuentan los analistas expertos en geoestrategia militar, no parece que la situación vaya a mejorar para los rusos, al menos a corto plazo, sino más bien al contrario. Fernando Arancón, experto en asuntos de guerra, recuerda con acierto que Rusia comenzó esta guerra pensando que sería “cuestión de días” hacerse con toda Ucrania, un delirio que, lógicamente, no se ha cumplido.
Por momentos da la sensación de que Zelenski, rearmado por sus aliados occidentales de la OTAN, tiene capacidad operativa suficiente como para seguir avanzando en el espacio soberano ruso, de modo que en cualquier momento envía a sus tropas hasta el corazón mismo de Rusia para hacer desfilar a los soldados ucranianos por la Plaza Roja. No sabemos lo que está ocurriendo en el gabinete de Putin (ya decimos que el apagón informativo es total), pero no nos extrañaría nada que hayan saltado todas las alarmas, que esté rodando otra remesa de cabezas de generales incompetentes y que esté retornando el ruido de sables a los cuarteles. Sin duda, el jerarca está cada vez más debilitado, y prueba de ello es esta ofensiva de Kiev solo para vacilarle al nuevo zar de todas las Rusias, tocándole las narices ortodoxas.
A falta de información, habrá que esperar para ver cómo evolucionan los acontecimientos, pero ya se pueden adelantar unas cuantas derivadas de esta sorprende contraofensiva que ha puesto a los rusos contra las cuerdas. En primer lugar, que Zelenski es ahora más fuerte que hace un año para forzar un alto el fuego y una negociación para terminar de una vez con esta maldita guerra producto de una mente enferma. Está claro que Putin ve los mostachos de los cosacos enemigos asomando por el horizonte de la estepa rusa y solo un loco seguiría con un plan de invasión que ha devenido en auténtica chapuza con decenas de miles de soldados rusos muertos, la ruina de sus ciudadanos y el repudio internacional. En segundo lugar, que los movimientos insurreccionales y disidentes en el seno de la sociedad rusa, esos que exigen el final de la escalada bélica, van a ser más frecuentes y organizados a partir de ahora (la guerra solo aterroriza cuando la ves estallar a las puertas de tu hogar). Y en tercer lugar, la consecuencia que más nos afecta a los pacíficos europeos: que un dictador decadente y decrépito como el sátrapa de Moscú es más peligroso hoy (cuando se siente como una bestia acorralada) que nunca, y podría tener la tentación de apretar el botón nuclear como única salida a la crítica situación.
Queda por ver cuál puede ser el próximo movimiento del autócrata, aunque, sea cual sea, lo sabremos más pronto que tarde. Ningún tirano que ejerce de hombre duro y fuerte puede mantenerse en el poder mientras su pueblo cae en manos del extranjero. Una guerra invisible en la lejana Ucrania puede ser algo soportable (sobre todo cuando la información que se transmite sobre ella es falseada a diario por el Gabinete de Propaganda putinesco), pero tener que hacer los bártulos (maleta y colchón) y subir al carro, abandonando la amada tierra natal para vagabundear de acá para allá, son palabras mayores para un ruso de bien. Los días de Putin pueden estar contados.