Leo en la web de un periódico de la derecha el siguiente titular: “Pillan a Alberto Garzón comiendo jamón y bebiendo cerveza en la Feria de Abril pese a desaconsejarlo”. Se nota que le tenían ganas al ministro. Ya puestos, podrían haber cargado un poco más las tintas: “Pillan al triste ecologeta Garzón poniéndose ciego de ibérico y alcohol como si no hubiera un mañana”. Si esto es lo que están enseñando en la Facultad de Ciencias de la Información, estamos perdidos. Tantas clases teóricas sobre lo que debe ser el periodismo de investigación, tantas horas perdidas sobre cómo se hilvana una información de calidad para terminar acusando a un político de haber cometido el gravísimo delito de echarse al coleto unas birras y unas lonchitas de buen jabugo. Y todo mientras la inocente presa ni siquiera se escondía de los periodistas, ya que compartía un rato agradable con unos amigos, a ojos de todos como cualquier hijo de vecino, en una caseta del recinto ferial. Patético.
No hay que ser muy listo para entender que el titular de nuestros colegas, tendencioso donde los haya, tenía dos objetivos. El primero, lógicamente, intentar convencernos de la supuesta incoherencia de un ministro que predica el veganismo pero le da al filete y al morapio. La segunda, quizá más censurable todavía desde el punto de vista de la deontología profesional, es tratar de sugerir que un rojo-comunista-bolivariano no tiene derecho a darse un placer gastronómico de vez en cuando. ¿Un bolchevique entregado a los deleites burgueses de las clases altas? ¡A dónde vamos a ir a parar!
En cualquier caso, ambos mensajes (dejar a Garzón como un hipócrita que predica el evangelio ecologista pero no lo cumple, o hacerlo pasar por un traidor al comunismo) constituyen un burdo ejercicio de periodismo torticero, cavernario y retrógrado propio de los tiempos decadentes que vive nuestra prensa patria. Para empezar, el señor Garzón jamás ha hablado de prohibir la carne y mucho menos el jamón, gran emblema de la cultura española. El ministro solo recomienda que el consumidor reduzca, en su dieta diaria, la ingesta de grasas animales, un abuso que está en el origen de la peligrosa epidemia de obesidad, infartos y cáncer que padecen las sociedades modernas. La ciencia, la salud y el más puro sentido de la lógica nos dicen que no podemos estar todo el día a base de hamburguesas y chuletones de macrogranja, como tampoco podemos beber cerveza y vino en las comidas como si fuese agua. Cientos de españoles mueren cada día por culpa de una mala dieta o alimentación y desde ese punto de vista Garzón no hace más que advertirnos, mediante campañas o declaraciones en los medios, de que estamos jugando con fuego. Resulta estúpido presentar al titular de Consumo como un inquisidor, o como un comisario político que trata de imponernos un menú marxista totalitario, o como poco menos que un dictador culinario al servicio de una ideología determinada. El ministro dice lo que tiene que decir como responsable de una Administración que debe velar por la salud pública. Si se desentendiera de su obligación de hacer campañas de difusión sobre los perjuicios de un consumo excesivo de carne y alcohol sencillamente estaría prevaricando u ocultando una realidad que cuesta muchas vidas cada año. A partir de ahí, que cada cual se mate como quiera, que para eso vivimos en un país libre.
Lo peor de este asunto no es que los queridos compañeros de la caverna arremetan injustamente contra un hombre solo porque es comunista y les cae mal o porque lo ven como un Torquemada podemita, cuando no un saboteador dispuesto a arruinar el floreciente sector cárnico español con sus recomendaciones sanitarias. Lo más grave, colegas, tíos, troncos, es que todavía no habéis comprendido que ser de izquierdas no está reñido con querer vivir bien, disfrutar de la vida y aspirar a lo mejor. El primer principio del socialismo real (no la socialdemocracia de baja intensidad que nos vende Pedro Sánchez) se basa en el reparto equitativo de la riqueza entre todos los miembros de una sociedad. De esta manera, mediante el contrato social entre pobres y ricos y pagando impuestos universales de forma equitativa y proporcional al poder adquisitivo de cada contribuyente, se logra el avance político y social, el progreso económico y un país más justo y cohesionado. Si no existiera lo común y el Estado de bienestar, el egoísmo y la codicia camparían a sus anchas y esto sería la ley de la jungla.
Uno cree que lo que os está pasando, queridos compañeros de la derecha mediática, es que habéis caído en una versión distorsionada o aberrante de lo que significa ser de izquierdas. Por eso os da un parraque con derrame cerebral cada vez que veis al hijo de un obrero metiéndose una loncha pata negra entre pecho y espalda. Vosotros creéis que para ser socialista es necesario vivir en una chabola, como el santón eremita JoséMujica, sin un duro en el bolsillo y leyendo El capital a la luz de una vela. Solo un tonto puede soñar con una vida de penalidades. Pensáis, seguramente por vuestra educación elitista, supremacista o de colegio de pago, que el pobre no tiene derecho a viajar en primera clase, que debe conformarse con un oficio de baja estofa sin aspirar a ir a la universidad y que su lugar natural está bajo tierra, o sea en el metro con los de su clase.
Lo que estamos viviendo estos días, la guerra, el subidón de la luz y la gasolina, la inflación desbocada, la asfixia de las clases humildes, no es más que parte de un plan mundial ultraliberal (neofascista también) para arrebatarle al proletariado sus derechos y conquistas del último siglo. No pararán hasta quitarle el coche al currante con la excusa de que contamina demasiado. Los hombres y las mujeres de izquierdas, queridos colegas periodistas al servicio del PP, de Vox, de la CEOE y del Íbex 35, sueñan con transformar la sociedad para acortar la brecha de la desigualdad, germen de todos los males de la humanidad. Por eso es perfectamente lícito que un rico vote al PSOE en España y al Partido Demócrata en Estados Unidos. Se puede ser millonario y al mismo tiempo tener afán filantrópico y conciencia social. Uno puede estar forrado y querer un mejor reparto de la riqueza entre todos sus paisanos. No sabemos si lo que no le perdonan a Garzón es que nos dé la turra con la carne y el vino, que sea un comunista que disfruta de la vida como cualquier otra persona o ambas cosas a la vez. Esta gente de la derecha carpetovetónica es que ni come ni deja comer. Deberían hacerse mirar los niveles de odio, que los tienen por las nubes. Como las transaminasas.