Un portal digital amenaza con un truculento serial íntimo sobre el exministro Ábalos. La información habla de mujeres, de fiestas privadas y hasta de un vídeo comprometido para el que fuera mano derecha de Pedro Sánchez en el Gobierno. Una hipotética exclusiva sensacional que se desmorona a las primeras de cambio cuando se le pide al director del medio que saque la cinta para que el público la vea y responde que no la tiene pero que la historia se la han contado otros. Lógicamente, Ábalos ya está preparando la correspondiente demanda al sentirse perjudicado en su honor, ya que nada de lo que se denuncia en el artículo apunta a delito alguno y huele más bien a montaje sensacionalista para sacarle algo de tráfico a la moribunda web. Así funciona la prensa de hoy. Todo por el clickbait.
Dicho lo cual, habría que dejar constancia de dos consideraciones. En primer lugar, conviene resaltar el nivel de baja estofa en el que ha caído el periodismo español, que no es periodismo sino pseudo, y que no duda en hurgar en la vida privada de las personas, como esos malos detectives o huelebragas del cine negro, cayendo en lo peor de los tabloides amarillos anglosajones para levantar las maltrechas audiencias. “Lo llaman periodismo cuando es basura”, tuitea Pablo Iglesias muy escueta y atinadamente. La profesión tiene que llevar a cabo una profunda reflexión porque mucho de lo que se está haciendo en este país no tiene nada que ver con la investigación seria y rigurosa ni con el periodismo convencional, sino con el panfleto político, el folletín rosa, la vendetta en la sombra ejecutada por sicarios del ultraderechismo patrio y el montaje infame y ruin para arruinar vidas ajenas.
No se trata aquí de sacar los trapos sucios del pasado, pero es preciso recordar lo que las cloacas del Estado le hicieron a Pedro J. Ramírez cuando aquello del vídeo sexual de Exuperancia Rapú, una nauseabunda grabación clandestina que circuló por las redacciones de periódicos de media España para tratar de acabar con la carrera profesional del director de El Mundo. Con buen criterio, los medios de comunicación evitaron publicar aquel feo asunto y al final el periodista ganó el pleito en el Supremo, logrando que los autores de la extorsión pagaran su atentado contra el derecho a la intimidad con penas de cárcel.
La diferencia entre lo que le hicieron a Ramírez en el 97 y la encerrona que ahora le tienden a Ábalos es que en aquellos años había prensa profesional que no compraba bulos, ni pescado informativo podrido, ni descarnadas campañas de desprestigio del terrorismo de Estado, mientras que ahora cualquiera monta un blog, lo adorna con una bonita cabecera y oropeles decimonónicos, lo disfraza de periódico y empieza a soltar bazofia por sus albañales o en las teles que, siempre controladas por desaprensivos, lo compran todo y lo emiten todo sin ton ni son en prime time. Tratar de hacer creer a la opinión pública que la historia de las supuestas juergas de Ábalos y su doble vida tienen interés público porque explicarían las razones por las que Sánchez decidió prescindir de él supone sencillamente un ejercicio de maquiavelismo periodístico insoportable.
Pero, en segundo término, y no menos inquietante, está el hecho de que últimamente se extiende por este país una peligrosa corriente de puritanismo propalada sin duda por los estilos y formas de la nueva extrema derecha y su caverna mediática. Si Ábalos participó en bacanales o no es algo que compete exclusivamente a su vida personal y no debiera interesarle a nadie. Y si es verdad que lo hizo en pandemia, saltándose el confinamiento (algo que está por ver), ya ha pagado por ello después de que el presidente lo depurara en la última purga o crisis de Gobierno. Mal vamos si unos supuestos periodistas se atribuyen el derecho a meterse en camas ajenas y a abrir una caza de brujas con tintes sexuales contra un político que ya ni siquiera ejerce. Ese tipo de mugre moralista gusta mucho en Estados Unidos, un país pacato que quita y pone presidentes en función de lo hiperactiva que sea su bragueta, pero hasta ahora tales escándalos de la ingle no formaban parte de nuestra cultura ibérica, que con las cosas de la carne siempre fue tolerante, indulgente y liberal. Cuestión aparte es el currículum sexual del rey emérito con sus amigas entrañables, que sí interesa porque con él se han podido evadir millones de euros de las arcas públicas. Aquí los vicios que se los pague cada cual. Faltaría más.
Hasta donde se sabe, el exministro Ábalos cumplió fielmente con las obligaciones de su cargo durante el tiempo que ejerció como servidor público. Entró limpio y salió limpio. Ni siquiera pudieron pillarlo por el escándalo Delcy Rodríguez, que ni fue escándalo ni fue nada, ya que todo quedó debidamente aclarado y archivado en los tribunales, como no podía ser de otra manera. En aquella ocasión los ventiladores digitales de la extrema derecha también funcionaron a pleno rendimiento en la tarea de arrojar porquería contra el político valenciano, pero no pudieron tumbarlo. Ahora, como el asunto Plus Ultra encalla igualmente en los juzgados, el periodismo amarillo entra de lleno en el porno duro como última bala, a ver si así consiguen arruinarle la vida a un hombre que ya no es nadie, ni en el Gobierno ni en el PSOE. Lo peor del caso es que hoy es Ábalos el linchado por vicioso pero mañana la víctima puede ser cualquiera de nosotros. Ese es el gran drama que empieza a vivirse en España: que nadie está a salvo de los guionistas del chantaje que trabajan siniestramente en la caverna.
En este país todo el mundo tiene derecho a su honor, a su intimidad y a que no se airee su vida privada, salvo que haya hecho daño a alguien, que no es el caso. La derecha mediática pretende convertir a Ábalos en el nuevo Luis Roldán del sanchismo y se ha abierto la veda contra él. El problema es que de Roldán había fotos de orgías pagadas con fondos públicos y lo que es mucho más indecoroso y abochornante: posados del propio director de la Guardia Civil en calzoncillos. De Ábalos no consta nada de eso y nadie puede decir que no se pagara sus saturnales como todo hijo de vecino. Pero eso qué más da. Cuando los plumillas del nuevo periodismo kamikaze y digital no tienen noticia para pillar cacho se la inventan y a otra cosa. Así funciona ahora el negocio.