Alina, superviviente del infierno de Mariúpol: "Cada vez que un misil caía cerca, parecía que nos atravesaba"

01 de Mayo de 2022
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Más de 10.000 civiles de Mariupol detenidos en prisiones rusas

Alina Beskrovna narra los días que pasó en un sótano de la ciudad de Mariúpol antes de poder escapar. "La mañana de la invasión dejé mi casa y pasé casi un mes en un sótano en las afueras de Mariúpol, hasta que conseguí escapar el 23 de marzo. Los primeros días parecía como si estuviéramos en una extraña fiesta de pijamas, era como una reunión de amigos. Teníamos todo lo que necesitábamos... hasta que dejamos de tenerlo. Primero se fue la electricidad, cuando Rusia bombardeó el sistema eléctrico de la ciudad. Los ordenadores portátiles y los teléfonos móviles empezaron a quedarse sin batería".

Después, los rusos atacaron el sistema hidráulico, así que todos se quedaron sin agua. "Llenamos todos los cubos que pudimos mientras los grifos seguían funcionando, pero rápidamente nos dimos cuenta de que la falta de agua potable sería un gran problema. Entonces, oímos una gran explosión y nos quedamos sin gas, lo que significó que tuvimos que recoger, cortar leña y cocinar en hogueras frente a la entrada del sótano. Vimos gente saltar al vacío por la ventana".

El relato continúa. "Al final de la segunda semana, oíamos los bombardeos acercándose desde la parte norte de la ciudad. Eran continuos y atacaban barrios residenciales cercanos a nosotros. Dos misiles alcanzaron un edificio de nueve plantas al otro lado de la carretera, justo enfrente de nuestro sótano. Vimos el cuarto piso envuelto en llamas y gente saltando al vacío por la ventana, precipitándose hacia su propia muerte".

Alina, con su marido, antes de que estallara la guerra.

Cada vez que un misil caía cerca, parecía que atravesaba la tierra. Los vecinos sentían las ondas del golpe; las grietas en la pared y el suelo del sótano se abrían más con cada impacto, y se preguntaban si los cimientos del edificio podrían resistir. En los primeros días de la invasión, una estación de comunicaciones situada detrás de uno de los rascacielos residenciales fue blanco del ejército ruso.

"Yo sabía que lo hacían para dejarnos completamente indefensos y sin esperanza, desmoralizados y aislados del mundo exterior. Perdí el contacto con mi padre, y no estaba segura de si volvería a verlo, porque se encontraba en la otra punta de la ciudad. Solo podía esperar que él viniera hacia nosotros porque sabía dónde estábamos, pero nunca lo hizo. No sé si está vivo. No sé si se lo llevaron a Rusia por la fuerza", añade Alina.

Así que nadie se atrevía a escapar. Debido a la falta de comunicación con el mundo exterior, tenían la sensación de que se estaba produciendo una gran matanza en la ciudad, y que el mundo no tenía ni idea y "nunca se enteraría de la verdadera magnitud de lo que estaba ocurriendo".

"Me daban miedo dos cosas: una era que me violasen –los militares rusos utilizaban las violaciones como arma de guerra, y todos lo sabíamos–, la otra era que me llevaran a Rusia por la fuerza o a la llamada República Popular de Donetsk. O, simplemente, no poder salir nunca de Mariúpol, y que la ciudad fuera proclamada parte de la República Popular de Donetsk, por lo que nos quedaríamos atrapados allí para siempre". "No dejaba de pensar: ¿nos dejarán salir? ¿Tenemos escapatoria?"

Una oportunidad para huir

Quien no logró escapar durante los primeros tres o cuatro días, después ya no podía marcharse, debido a los combates y a que las fuerzas rusas se acercaban a la ciudad por los tres lados posibles. Los que intentaban marcharse se encontraban con el campo de batalla. "Lo único que podíamos hacer era esperar a que se abriera un posible corredor. En torno a la segunda semana de la guerra corrió el rumor en un canal ruso de Telegram de que había una columna organizada que se dirigía hacia Manhush, al oeste de Mariúpol".

Todos los que tenían un vehículo y suficiente combustible pusieron unos pedazos de tela blanca en sus espejos laterales para indicar que eran civiles que intentaban huir y se dirigieron al punto de encuentro. Pero no había nada. Resultó ser un rumor. El 20 de marzo, los rusos habían tomado toda la franja de tierra junto al mar de Azov, desde Berdyansk y Manhush, hasta las afueras de Mariúpol. "Tres días más tarde, decidimos huir a pesar de las informaciones que teníamos de que los civiles estaban siendo atacados, porque la ciudad estaba siendo completamente destruida por los bombardeos masivos y de precisión".

"Vi con mis propios ojos cómo se limitaban a apuntar a los edificios, como si fuera un videojuego. Nos estábamos quedando sin comida y sin agua. Llevaba un mes sin ducharme. Los residentes que se quedaron en Mariúpol compartieron una letrina de pozo mientras la ciudad seguía siendo bombardeada", explica.

"No podíamos creer que estuviéramos vivos". A las 7.00 de la mañana del 23 de marzo, los supervivientes salieron hacia Zaporizhzhia. "Tuvimos que pasar por 16 puestos de control rusos. Un camino que normalmente se hace en tres horas, nos llevó más de 14. El viaje en sí fue una locura. Los militares rusos nos desnudaron para registrarnos, comprobaron todos los documentos y pararon a todos los hombres. Fue horrible".

"Sin embargo, una vez llegamos a un puesto de control  cerca de la entrada a Zaporizhzhia, pudimos escuchar el idioma ucraniano. Sentí que lo habíamos logrado, que podía volver a ser yo misma, que estaba relativamente a salvo. Estaba saliendo de ese agujero negro de destrucción y muerte. Zaporizhzhia no era seguro, había constantes ataques aéreos. Aun así, sentimos que habíamos logrado escapar. No podíamos creer que estuviéramos vivos".

Las Naciones Unidas siguen prestando asistencia a las personas desplazadas por el conflicto, tanto dentro de Ucrania como en los países vecinos.

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