Antonio Resines, la fuerza de la vida

16 de Febrero de 2022
Actualizado el 02 de julio de 2024
Guardar
Antonio Resines, en una imagen de archivo.

“Vives un mundo extrañísimo que tiene puntos en común con la realidad y se pasa muy mal porque no controlas”. Es el relato escalofriante de Antonio Resines sobre los días agónicos que pasó en la UCI, donde libró una durísima batalla contra la muerte tras caer contagiado por el covid. Cuando el mundo vive la ficción de que la pandemia ya ha quedado atrás, cuando volvemos a las calles y a los bares engañándonos a nosotros mismos con la falsa creencia de que el virus es cosa del pasado, llega un actor honesto y cabal para recordarnos que el infierno sigue estando ahí, a la vuelta de la esquina. Un descuido con la mascarilla en un ascensor, una fiesta alegre y distendida donde la gente se relaja, un abrazo o un beso imprudente y todo se acabó, el mundo se oscurece y uno termina en la cama de un hospital, entre fiebres delirantes y asfixias, entre cables y electrodos, paseando junto a sombras blancas, a caballo entre una realidad confusa que se desvanece y el Más Allá.

Una vez tuve la suerte de entrevistar al actor y a la persona (en Resines ambas facetas se funden en una, no hay personajes, intermediarios, ni artificios, lo que se ve es lo que hay). El protagonista de La buena estrella acababa de publicar Pa’habernos matao.Memorias de un calvo, una biografía grouchomarxista sobre el maestro de los escenarios que no va de nada. “No quiero decir que sea Laurence Olivier pero he hecho cosas que están bastante bien, otras que están bien y otras pues que no, o son simplemente lamentables”, me dijo con la naturalidad y la campechanía que le adornan. Acababa de superar un cáncer de colon, pero sacó un rato de su valioso tiempo para conversar conmigo y hacer un repaso a su vasta carrera artística. Me trató como si me conociera de toda la vida haciendo gala de un don, el de la cálida humanidad, que no suele abundar entre divos, divas y otros dioses del Séptimo Arte que creen haber alcanzado eso que llaman el éxito.

Cuatro años después de aquella entrevista, tenía que ser él, el actor de comedia por antonomasia, el artista que mejor encarna al español medio de hoy, el que viniera a alertarnos de que la enfermedad nos acecha donde menos lo esperamos. Tenía que ser un cómico optimista y vital sin nada que perder el que viniera a decirnos las verdades del barquero cuando otros tratan de convencernos de que esto del covid es una “plandemia” inventada por Bill Gates, una mala comedia o todo lo más una gripecita que solo se lleva por delante a viejos, achacosos, pobres tercermundistas e inmunodeprimidos. Pues de eso nada, señoras y señores. Con su relato sobre su temporada en el infierno, en plan Rimbaud, el locuaz Resines ha levantado el telón de la verdad para ponernos cara a cara ante la cruda realidad. El bicho sigue estando ahí aunque no queramos verlo; el depredador microscópico sigue dándose el festín de siempre aunque las calles se llenen de turistas y de niñatos enganchados al biberón del botellón suicida. El agente patógeno nos mira con desprecio desde la infinitud de lo pequeño esperando el momento de metérsenos dentro, como un alien, y convertir nuestro cuerpo en una cárcel de dolor, secuelas y miedo.

Los muertos inocentes siguen llegando a las morgues a diario, aunque ya nadie hable de ellos porque la prensa y la televisión han decidido que son solo números aburridos, rutinarios, un goteo tedioso que no da audiencias. Las redes sociales se llenan de bulos, la ciencia se desmorona como un frágil Coloso de Rodas y los políticos han enterrado la verdad y los valores de la Ilustración bajo su verborrea y su ruido. Alguien nos está engañando, alguien nos está construyendo una farsa, un decorado de cartón piedra, una falsa realidad que es cualquier cosa menos normal y segura. Hemos dejado de pensar para no sentir pánico. Bastante metafísica hay en no pensar nada, decía Pessoa.

Pero ahí está el bravo Resines para advertirnos de que no debemos bajar la guardia por mucho que nos digan que hay que convivir con el monstruo invisible, por mucho que traten de meternos en la cabeza que todo es como siempre, que hemos recuperado la vieja normalidad, que tenemos que ir a trabajar cada mañana para seguir produciendo porque la cruel maquinaria de la economía ha de seguir funcionando. Y lo hace con una integridad, una entereza y una sangre fría que asustan. “Que todo el mundo se vacune y se lo tome en serio, que es una cosa muy seria”, aconseja a todo aquel que tenga oídos y quiera escuchar. Sobrecoge comprobar cómo un hombre que podría salir del hospital cargado de odio contra la pandemia, contra la mala suerte, contra los políticos y sus mentiras, contra los haters que cada dos por tres le usurpan su perfil en redes sociales, habla desde la serenidad, desde la armonía y la paz de espíritu, desde la fraternidad de alguien que solo quiere el bien de sus paisanos y seguir apurando lo que queda de la copa.

En ese mes largo encamado en la gélida sala de la UCI, Resines ha visto morir a otros que estaban incluso menos graves que él, pero también ha asistido al milagro de los que han logrado sobrevivir. “Hay que apoyar la sanidad pública como sea, nos ha salvado la vida”, proclama con lucidez para que vaya tomando nota el señor Sánchez. Hay que escuchar a este hombre que ha escapado dos veces de las garras de la señora de la guadaña. Es importante aprender de alguien que ha estado al otro lado y vuelve para contarlo, aunque sea con una atrofia muscular del 80 por ciento y un andador para poder caminar al que sin duda le dará la patada en cuanto esté listo para rodar uno de sus jugosos spots sobre jamones ibéricos, embutidos y lo bueno de la vida. Me causa una inmensa alegría saber que alguien que es como de la familia, o un vecino del quinto, ha logrado salir del más peligroso y oscuro de los sueños. Bienvenido otra vez al mundo de los vivos, querido Antonio.

Lo + leído