Isabel Díaz Ayuso es la paladina de los multimillonarios, de las grandes fortunas y de las multinacionales. El impuesto de solidaridad del gobierno la ha sacado de sus casillas y ha mostrado el verdadero rostro de la autodenominada «defensora de la libertad» cuando, en realidad, sólo utiliza a las familias más vulnerables como un elemento de populismo porque, en realidad, sólo le interesa mantener los privilegios de las clases dominantes.
Para Ayuso, el hecho de que los ricos paguen más impuestos «no es solidaridad, es una broma de mal gusto». Además, no ha dudado en quitarse la máscara y afirmar que «yo prefiero que los grandes patrimonios se queden entre nosotros para, entre otras cosas, mover la economía y ayudar a los más vulnerables, que es donde nos tenemos que centrar ahora».
Estas palabras demuestran la ignorancia de Isabel Díaz Ayuso en referencia a lo que significan las grandes fortunas para la economía real.
Según datos de Gestha, las grandes fortunas, las multinacionales y las compañías de mayor tamaño forman el grupo de los grandes defraudadores, con más del 73% del total, que puede ser hasta un 75%. Es decir, los ricos a los que defiende Ayuso evitan pagar más de 200.000 millones de euros al año con sus trucos financieros o con llevarse el dinero a paraísos fiscales. Con ese dinero que las grandes fortunas y las multinacionales dejan de pagar al Estado se sostendrían los sistemas nacionales de salud y de educación y aún sobraría dinero para políticas activas de creación de empleo.
Por otro lado, Isabel Díaz Ayuso olvida que los niveles de elusión o evasión fiscal de las grandes fortunas y de las multinacionales le cuestan al mundo más de 1 billón de dólares anuales.
Los «pobres ricos», como prácticamente le ha faltado definir a Ayuso a este grupo de privilegiados que llora cada vez que tienen que arrimar el hombro, no generan un impacto económico eficaz en favor de las rentas bajas y medias. Más bien al contrario, su efecto es prácticamente nulo. Ayuso debería estudiar el impacto positivo que tiene el hecho de que el duque de Alba tenga su domicilio fiscal en Madrid. Nada, no aporta nada.
En consecuencia, Ayuso se ha vuelto a meter en el papel de paladina del capital olvidándose de que la comunidad que preside no va a prosperar porque la convierta en un paraíso fiscal para las grandes fortunas y las multinacionales. Además, debe tener en cuenta que su defensa de los privilegios de unos pocos es baldía, puesto que este clan de millonarios no es fiel a nadie. Si mañana Extremadura, por citar un territorio, les da mejores condiciones, allí que se irán y la pobre Isabel Díaz Ayuso se quedará sin discurso por más que se pase el día hablando.