Una señora ultraderechista ya impone el pin parental en Murcia con el beneplácito del popular López Miras. Tras la fallida moción de censura socialista, la consejera Mabel Campuzano, de Vox, ha abierto el camino del adoctrinamiento católico en las escuelas que en breve, previsiblemente, seguirán Madrid y Andalucía. Isabel Díaz Ayusopuede ganar las elecciones madrileñas con mayoría absoluta, pero si no lo logra tendrá que recurrir al partido de Santiago Abascal y Rocío Monasterio, que ya han exigido como precio innegociable de la gobernación el polémico pin reaccionario. Es la paulatina vuelta al crucifijo y al nacionalcatolicismo en los colegios. Pronto asistiremos a cosas que no se veían desde los convulsos tiempos de la Transición, cuando Blas Piñar trataba de conservar, en vano, las esencias del Antiguo Régimen. Segregacionismo por sexo en las aulas, abolición de la teoría evolucionista de Darwin, religión como asignatura obligatoria. El trumpismo importado de Estados Unidos y debidamente encajado, con calzador, en la realidad española.
Al igual que las fuerzas conservadoras y reaccionarias abortaron el intento de instaurar el laicismo en las escuelas de la Segunda República, hoy la muchachada ultra de Vox ha llegado a la política dispuesta a acabar con la educación pública avanzada, moderna y de calidad. Las élites de este país no consienten la separación Iglesia/Estado y pretenden que los curas sigan teniendo la sartén de la enseñanza por el mango. Desde hace dos siglos, todos los intentos de este país por avanzar hacia el progreso y la Ilustración han sido sistemáticamente saboteados. Ya sea en monarquía o bajo un sistema republicano, cualquier reforma hacia una educación en valores democráticos se topa sistemáticamente con las maniobras de los poderes fácticos en la sombra. Ya ocurrió en el 33, cuando el bienio cedista acabó con todo intento por sacar al pueblo de la oscuridad, el atraso secular y el atavismo. Las derechas acabaron con las Misiones Pedagógicas –aquellas caravanas de maestros voluntarios que llevaban la escuela, a lomos de mulas y sorteando ríos y montañas, hasta el último rincón del país–, y también con La Barraca, el teatro ambulante con el que Lorca pretendía culturizar a las masas analfabetas.
Hoy la historia se repite como una maldición bíblica. Vox ha retomado el testigo de aquella vieja CEDA ultraconservadora cuya misión era la “afirmación y defensa de los principios de la civilización cristiana” y que acabó por dinamitar las conquistas educativas de la Segunda República. El pin parental es solo el principio del nuevo plan ultraderechista para controlar las escuelas. Abascal sabe que la batalla para reinstaurar el añorado franquismo comienza por las aulas y que el pupitre siempre es la primera trinchera en el pertinaz proceso de demolición de la democracia. La ministra de Educación, Isabel Celaá, advierte de que cualquier intento por instaurar el pin parental en Murcia será recurrido en los tribunales, pero cualquiera se fía de una Justicia mediatizada por elementos falangistas. El riesgo de involución existe gracias a los pactos autonómicos de Pablo Casado con los camisas azules.
Según los expertos y pedagogos, el pin parental es una medida totalmente dañina para el desarrollo intelectual y cognitivo de los niños. El propio término recuerda a ese capataz marcando a sus reses para que quede claro que son de su propiedad. Pese a todo, constituye uno de los puntos más importantes del programa electoral de Vox, que apuesta por el “consentimiento expreso de los padres para cualquier actividad con contenidos de valores éticos, sociales, cívicos morales o sexuales” de sus hijos en los centros educativos. Es decir, no a la educación sexual; no a los valores como el feminismo y la igualdad de sexos o el respeto a las personas LGTBI; no a nada que tenga que ver con la liquidación de la hegemonía patriarcal y con la prevención de la violencia machista que ellos niegan.
Abascal no es un gran estadista, aunque desde luego tenga cierta habilidad para retorcer la realidad y cautivar como avezado engañabobos. Ha vendido el pin parental como la defensa de la libertad frente al supuesto adoctrinamiento que el socialcomunismo pretende llevar a cabo en las escuelas y ha propalado bulos y mentiras como que en los centros de enseñanza se promueve la pederastia, la zoofilia y los juegos eróticos. Maquiavelismo trumpista en estado puro; ideología retrógrada propia de cabezas enfermas. Hoy por hoy, en ningún colegio del país se imparte otra cosa que no sea una educación sexual acorde a los tiempos que vivimos y a los convenios internacionales para que los niños dispongan de buena información sobre lo que les espera cuando salgan al mundo exterior. Hasta Unicef advierte de que los cursos son fundamentales en el desarrollo posterior del niño como “sujeto de derecho” y no como mera propiedad de los padres.
Entre otras cosas, sin una educación sexual sana y equilibrada aumentan los embarazos no deseados, se dispara el sida y cunden las enfermedades mentales y fobias, como ocurrió en los oscuros años del franquismo, cuando España era un inmenso psiquiátrico repleto de reprimidos y acomplejados por el gobierno y por la Iglesia. Ya sabemos cómo acabaron los cuarenta años de censura, moralidad cristiana y cinturón de castidad: con un aluvión de trenes y autocares rebosantes de españolitos incultos en asuntos sexuales que viajaban a Perpignan para ver por fin El último tango en París, la película de Bertolocci que despertaba el morbo en la piel de toro. Los españoles fuimos, una vez más, el hazmerreír de una Europa incapaz de comprender la absurda idiosincrasia ibérica.
No sabemos cómo acabará la película de Madrid. Lo que sí sabemos es que Díaz Ayuso lo pactará todo con la extrema derecha con tal de seguir manteniendo el trono de musa libertaria de la derecha y Emperatriz de Lavapiés. Le dará las llaves de la escuela a la puritana Rocío Monasterio, que abrirá los catecismos de nuevo y todo volverá a ser como antes. Un blanco y negro esperpéntico, triste y decadente. Como en el NO-DO.