Ciudadanos nunca fue un partido, solo una agencia de colocación para oportunistas de la política

22 de Marzo de 2021
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Ciudadanos nunca ha sido un partido político, sino más bien una agencia de colocación de personal o una empresa cazatalentos (ahora los modernos lo llaman headhunters, o sea el negocio de los oportunistas de toda la vida). Desde que Albert Rivera tuvo su famosa visión mística que le hizo verse a sí mismo como presidente del Gobierno de España, en la formación naranja han recalado personajes de todo pelaje y condición: abogados losers; actores de cine en horas bajas; técnicos del marketing; coachs con mucho morro; autodidactas de la oratoria, la retórica y el piquito de oro; asesores en mala racha; exbanqueros arruinados; directivos de la Coca Cola (véase Marcos de Quinto, que llegó a ser número 2 de la lista por Madrid al Congreso de los Diputados); arrimados al buen árbol de la política y rebotados de otros partidos dispuestos a hacer lo que fuese, incluso vender a su madre, a cambio del éxito personal.

Todo aquel con aspiraciones a medrar en la cosa pública terminaba en el proyecto riverista; todo aquel que estaba en su casa parado, sin hacer nada, molestando a la familia y pisándole lo fregado a su madre, veía en Cs una buena salida con futuro. O sea, eso tan español que todavía dicen nuestros mayores: tengo al niño y a la niña bien colocados. Para subirse a ese barco no hacía falta poseer grandes dotes como estadista ni convicciones políticas. Bastaba con algún título (no siempre superior), un cursillito acelerado de algo y un par de másteres debidamente tuneados para engordar currículum. Eso sí, el aspirante al puesto debía tener anchas tragaderas para convertirse en esclavo del aparato, siervo de su amo, pelota adocenado o criado de panllevar del líder o gurú de turno.

Con todo, lo de la falta de preparación y talento no era lo más grave en los cuadros improvisados de Ciudadanos; lo peor es que muchos se metían en política como quien prueba suerte en el negocio de la estafa piramidal, sin vocación, sin creer en nada ni en nadie, sin ser de izquierdas ni de derechas, ya lo decía el propio Rivera en uno de sus eslóganes más famosos (“nosotros no somos rojos ni azules”, en realidad una farsa porque todos ellos eran más retrógrados que José Mari Aznar). Ese es el canceroso legado que nos deja la secta comercial de Ciudadanos, un partido de aventureros y buscadores de oro fácil con muchas ansias de poder y de ir para arriba pero con escasa ideología, pocas inquietudes políticas y ningún espíritu de servicio público. Ya lo dijo Elías Canetti, la ambición es la muerte del pensamiento, y en la política española de hoy proliferan las especies ambiciosas invasoras, mayormente trepadoras, en un mercadeo despiadado y enloquecido donde principios platónicos como lealtad, decencia, honestidad o bien común no tienen cabida.

Fue así como la muchachada yupi de Rivera quiso convencernos de que ellos eran el futuro, el nuevo centro liberal, cuando todo el mundo sabía que el centro no existe. Así se consumó un casting de supuestos independientes (guapos y guapas, chulazos y chulazas de alta costura) a los que metieron en la cabeza un mensaje único, un mantra, una idea fuerza: que llegaban para salvar España del viejo bipartidismo trasnochado y la galopante corrupción. Sin embargo, a los cinco minutos se vio que los supuestos renovadores solo soñaban con regenerar sus languidecientes biografías y sus precarias carteras. Los elegantes buscavidas habían llegado para consumar la caza y captura de la asignación o chupito del Estado (el caramelo de los 50.000 euros anuales como cargo parlamentario), para salir en la tele porque en su pueblo no los conocía nadie y para hacerse un nombre a golpe de tuit. De la noche a la mañana, cómicos como Felisuco y Toni Cantó dejaron los platós del cine malo para enrolarse en la mala política. Rivera defendió los fichajes y criticó a los que mostraban “prejuicios” contra sus estrellas, de quienes llegó a decir que “conocen España mejor que muchos políticos”.

Hoy pagamos las nefastas consecuencias de aquella forma de entender la política no como un sacrificio por la sociedad sino como una inversión, un emprendimiento, un negociete de autónomos. La desastrosa prostitución de la política que deja Ciudadanos ha estallado definitivamente en forma de transfuguismo a calzón quitado. Los tres diputados murcianos naranjas que han trashumado desde las dehesas del invierno frío de un partido a punto de la muerte por congelación al verano más apacible y cálido del PP murciano –frenando la moción de censura contra López Miras–, son dignos representantes de aquella escuela de actores, castings y pasarelas de la nueva moda política. Francisco Álvarez, Isabel Franco y Valle Miguélez (o sea Francisco Franco Valle) vienen de esa cantera de arribistas y pancistas que se mueven más por la dieta y el carguete que por unos ideales políticos, por unos votantes que depositaron en ellos su confianza o por la dignidad de la democracia.

Tristemente, los últimos acontecimientos vienen a demostrar que aquello del “Murcia qué hermosa eres” no pasa de ser un eslogan manido, ya que en los estratos sedimentarios inferiores de la sociedad, bajo las tórridas y voluptuosas playas, los palmerales, los suculentos zarangollos y paparajotes y las lujuriosas fiestas huertanas, hay todo un submundo en imparable proceso de putrefacción. Murcia, al igual que otras regiones de España donde el mal naranja ha prendido con fuerza, es ya una pequeña Sicilia donde la camorra, el gansterismo político y la ley del silencio de la Cosa Nostraha terminado por convertir el bello marjal de la democracia en un pudridero infecto.

Todo eso se lo debemos a unos muchachos guaperas bien trajeados, depilados y de peluquería que parecen salidos de una agencia de modelos más que de un partido con ínfulas de gobierno. Personajes sin conciencia política ni ideología alguna (salvo el egoísmo como filosofía); seres pragmáticos por educación y faltos de escrúpulos por genética que hoy están a punto de terminar de liquidar lo poco que nos queda ya de democracia. Lo ha dicho muy acertadamente Adriana Lastra: “Los dirigentes de un partido de Gobierno deberían ser ejemplo de la mejor política, no como el PP, que corrompe la política con tránsfugas y pactando con la extrema derecha”. A Pablo Casado y Díaz Ayuso el desmoronamiento estrepitoso de esa ETT o casa de contratación de la política que era Cs les ha llegado como una milagrosa tabla de salvación ahora que van apurados en las encuestas y Vox aprieta fuerte. Pero que no se engañen: todo lo que se construye con el barro de la traición es efímero. Un tamayazo es pan para hoy y hambre para mañana.

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