Los escándalos económicos de Juan Carlos I, que no ha negado dado que en la carta que remitió a Felipe VI cuando hace un año huyó de España los enmarcaba dentro de su vida privada, son un caso más de corrupción y de aprovechamiento del trono para realizar negocios que están en el ADN de la institución monárquica.
Por más que se quiera desde el PSOE, el PP, Vox y Ciudadanos desvincular a la Monarquía de los actos de Juan Carlos I, la verdad es que la institución que ocupa la Jefatura del Estado por mandato de Franco siempre ha estado muy relacionada con la corrupción política y económica.
Es muy grave que Juan Carlos de Borbón esté siendo investigado por una fiscalía por el presunto cobro irregular de comisiones y, por extensión, por haber escondido dinero a Hacienda. Es muy grave que esas actividades se produjeran durante el tiempo en que ocupaba la Jefatura del Estado y es muy grave que la impunidad que da la inviolabilidad haya sido utilizada para acumular riquezas y ocultarlas en países con secreto bancario. El New York Times calculó, en base a una información de Forbes, que la fortuna de Juan Carlos de Borbón superaba los 2.000 millones de euros. ¿De dónde sacó todo ese dinero?
Aprovechando su posición de privilegio, el rey emérito ha participado, presuntamente, en diferentes tipos de negocios que han sido tapados por la connivencia de la clase empresarial (que se beneficiaba de su intermediación comercial) y de la gran mayoría de los partidos políticos de la Transición. Todo ello, además, con la ocultación de éstos en los principales medios de comunicación. Cuando los escándalos ya no podían taparse, la Justicia y el resto de organismos del Estado se pusieron a trabajar para ser benignos y dejar a Juan Carlos de Borbón al margen. No hay más que ver el papel de Hacienda respecto a las tarjetas black de Juan Carlos de Borbón o los millones de euros no declarados, hechos éstos que han sido reconocidos por el propio rey emérito al presentar dos regularizaciones de más de 5 millones de euros.
Además del AVE de La Meca, el rey emérito se estuvo embolsando, presuntamente, un sobreprecio que oscilaba entre 1 y 2 dólares por barril de petróleo importado. Así lo denunció Roberto Centeno, exconsejero delegado de CAMPSA. Si tenemos en cuenta que España importa cada día 1 millón de barriles, aproximadamente, no hay más que hacer la cuenta de lo que, supuestamente, se ha estado embolsando Juan Carlos de Borbón durante las últimas décadas.
Sin embargo, la historia de los Borbones en España ya ha estado protagonizada por monarcas que tenían negocios, incluso con el mercado de esclavos, y por escándalos de corrupción. Debe ser que la «sangre azul» da una querencia hacia el dinero fácil. Es complicado ver cómo en los últimos 200 años no ha habido ningún Borbón en los que no haya existido un gran negocio y el rey de turno no se haya beneficiado de él.
El negocio de la guerra
Hay acontecimientos históricos, como la guerra de Marruecos, que serían inexplicables sin la participación de Alfonso XIII, quien se benefició de la contienda por partida doble, ya que fue socio de los grandes empresarios que se beneficiaban de la explotación de las minas del Rif y cobró elevadas comisiones de los equipamientos comprados para el Ejército.
Fue el bisabuelo de Felipe VI quien se empeñó en que el Ejército interviniera en la construcción de una línea de ferrocarril para facilitar el transporte de fosfatos y hierro. Esta decisión fue una de las que provocó una guerra que terminó con la derrota de Annual y que dejó más de 20.000 soldados de reemplazo muertos, todos hijos de familias obreras, porque los vástagos de las familias ricas estaban exentos de ir a la guerra si pagaban 1.000 pesetas.
Esta guerra costó a España más de 5.000 millones de pesetas de la época. Una buena parte de ese dinero acabó en las cuentas en Suiza de Alfonso XIII.
Sin embargo, el negocio de las minas en Marruecos no fue el único del bisabuelo de Felipe VI, puesto que también tuvo intereses en empresas que gestionaban servicios públicos, como el Metro o la Transmediterránea. Además, también tuvo participación en el sistema de apuestas de las carreras de galgos. Fue la II República la que desmanteló el tinglado que tenían montado en los canódromos y se presentó una demanda contra Alfonso XIII por estafador.
Sin embargo, el bisabuelo de Felipe VI no fue el único Borbón que ganó fortunas gracias a negocios más o menos turbios. Fernando VII creó un sistema que luego ha sido utilizado por varios de sus herederos dinásticos. A causa de los levantamientos e insurrecciones en las colonias americanas, la Marina necesitó ampliar su flota. Para lograrlo en el menor tiempo posible, el gobierno de Fernando VII negoció con Rusia la compra de una parte de la flota del Zar. Esta operación multimillonaria llenó muchos bolsillos, los del rey incluidos. Sin embargo, cuando los barcos llegaron Cádiz se comprobó que eran para desguace y, por tanto, no podían navegar hasta el continente americano, por lo que fueron desechados. No obstante, el dinero no fue devuelto y Fernando VII se quedó con sus comisiones.
Los países americanos fueron independizándose y a España sólo le quedó el dominio de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. La explotación de los grandes recursos agrarios cubanos fue un negocio muy interesante para la burguesía de la época, sobre todo la catalana. Diferentes historiadores afirman que fue ahí cuando se selló una gran alianza entre los empresarios catalanes y los Borbones, algo que parece perdurar hoy en día por los presuntos negocios llevados a cabo entre Juan Carlos I y Jordi Pujol.
Tráfico de esclavos
El tráfico de esclavos fue uno de los nichos de negocio de los que se lucraron los Borbones. Las grandes haciendas cubanas utilizaban mano de obra esclava y ahí ganaron mucho dinero los grandes burgueses en el siglo XIX, principalmente familias vascas, cántabras y catalanas, fortunas que fueron el origen de empresas y bancos que hoy cotizan en el IBEX35. En el tráfico de seres humanos la dinastía borbónica también metió la mano.
La prohibición de la esclavitud en diferentes países europeos tras la Revolución Francesa dificultó los negocios de los esclavistas españoles, pero encontraron en los Borbones a sus mejores aliados porque se dio cobertura legal que permitió la continuidad del negocio hasta 1.886. A cambio de ello, Fernando VII cobró importantes cantidades de dinero. Su viuda, María Cristina de Borbón, estableció una cuota por cada esclavo que llegaba a Cuba que percibía ella directamente. Este sistema fue mantenido por su hija Isabel II.
El modelo de negocio creado por María Cristina de Borbón era un triángulo formado por la familia real, armadores catalanes, cántabros y vascos y las oligarquías coloniales en Cuba. Los barcos viajaban al golfo de Guinea y cargaban a los esclavos en puertos clandestinos que estaban dirigidas por traficantes franceses, holandeses y portugueses. Posteriormente, cruzaban el Atlántico hasta las islas sur de Cuba donde la permisividad de las autoridades permitía la descarga y el traslado de los esclavos africanos a las haciendas y, en algunos casos, su transporte a los estados del sur de los Estados Unidos.