23J: las mujeres deciden el futuro de España

20 de Junio de 2023
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Manifestación del 8M en Madrid. Foto: Agustín Millán.

Abascal ha ofrecido un pacto a Feijóo para acabar con las políticas de igualdad entre hombres y mujeres en España. A la extrema derecha no le gusta el artículo 14 de la Constitución y no sorprende. Vox es un partido elitista que ha llegado para garantizar los privilegios de un perfil determinado de votante: hombre, blanco, español, heterosexual y macho, sobre todo muy macho. ¿Qué espacio, rol o papel le dejan a la mujer en ese planteamiento ideológico? Más bien secundario. Solo así se entiende esa foto que recoge la firma del bifachito en Valencia: un grupo de señoros con rictus severo alrededor de una mesa y ni una sola mujer. Con eso está dicho todo.

Últimamente algunas militantes de Vox, tras caer en la cuenta de que se habían metido en una secta extraña donde solo había gurús y discípulas, en plan Rancho Wako, han salido de allí como alma que lleva el Diablo. Es el caso de Macarena Olona, que en apenas dos años ha pasado de poner tuits del tipo “las feminazis de Podemos nos están llevando al borrado de las mujeres” a otros radicalmente distintos como “mujeres políticas hay muchas, pero mujeres políticas con poder muy pocas. En un ámbito de hombres, es hora de reventar un nuevo techo de cristal”. Algunos creerán ver un proceso de conversión casi místico, religioso, en esa especie de metamorfosis, propia de la mitología griega, de halcón a paloma. Otros, los más escépticos, pensarán que Abascal la echó a patadas del partido y que ella ha tenido que reinventarse creándose un nuevo personaje. Ambas interpretaciones podrían ser válidas e incluso coexistir (nadie sabe toda la verdad sobre el caso Olona), pero a uno siempre le quedará la sospecha de que a esta mujer le hicieron un bullying machista brutal, un mansplaining de libro, y decidió dejarse el vicio ultra para volver a respirar otra vez, para dejar de ser una androide perfectamente programada en el ataque verbal sistemático contra rojos y podemitas y, ya limpia del lavado de cerebro y como una rehabilitada, reencontrarse de nuevo a sí misma como mujer y como persona.  

Hay muchas Olonas en este país. Mujeres que se creen liberadas, reconocidas y respetadas en sus trabajos cuando en realidad todo es una ficción y en cuanto ellas dan la espalda a sus colegas de oficina estos las ponen a parir por llevar la falda muy corta, sueltan chistes machistas, propagan el rumor de que esta o aquella es una trepa o una puta o la tachan de incompetente sin justificación alguna. Esa es la España que pretende instaurar Vox tras las elecciones del 23J. Como ya no pueden impedir la liberación sexual y laboral de la mujer (el proceso, aunque incompleto, ha sido prodigioso e imparable en estas últimas cuatro décadas de democracia), ahora se trata de aparcarlas en un despacho y que no molesten mucho, de que se queden quietas y calladitas en la sede del partido y de que se dediquen a lo que se tienen que dedicar: a ejercer de bellos floreros decorativos en los pasillos de esos rascacielos como palacios de cristal donde el hombre decide el poder, la política y el dinero.

En los años setenta, o sea hace cuatro días, a la mujer se la confinaba en casa con los hijos, obligándola a renunciar a todo su potencial y talento. Aquel modelo franquista no volverá jamás. España ha cambiado tanto que ya no la reconoce ni la madre que la parió, como decía Alfonso Guerra y, por mucho que Vox se empeñe en retornar a aquellos tiempos del nacionalcatolicismo patriarcal, tiene esa batalla cultural perdida de antemano. Abascal y los suyos saben perfectamente que por ese camino no tienen nada que hacer. A ellos les gustaría enlutarlas de nuevo, enfundarlas en el negro burka de beata piadosa y devolverlas al rosario, al ganchillo y al costurero. Pero es un imposible, ya nunca más podrán recluir a la mujer en la cárcel del hogar, ni relegarla a la condición de coneja y cuidadora de la prole, ni volver a colocarle la cadena de buena esposa, de abnegada casada y sumisa, de esclava.

Sin embargo, aunque hoy por hoy la mujer ocupa todos los escalafones del mercado laboral, es dueña de su destino y se ha emancipado, los nostálgicos pueden seguir haciendo daño, y mucho. ¿Cómo? Acabando con las cuotas de paridad (Aznar ya ha bendecido la idea); promocionando a hombres en puestos de responsabilidad por encima de mujeres con más valía; confinándolas a ámbitos públicos de segunda categoría. En definitiva, reinstaurando un apartheid de género, de injusticia, de abuso y discriminación sexual; subiendo aún más el techo de cristal hasta hacerlo inalcanzable.

Yolanda Díaz, que estos días sigue incansable en su afán de construir un proyecto potente y serio con Sumar, acusa al Partido Popular de Feijóo de querer pisotear los derechos de las mujeres con sus pactos con Vox. Y eso es precisamente lo que se juega este país el próximo 23J. Querer construir un país negándole la igualdad a la mitad de su población, tal como pretende hacer el partido ultra, no solo es una quimera, sino un delirio. La española de hoy es una persona formada, inteligente, valiente. Libre para decidir su destino. La tuvieron demasiados años (tanto como cuarenta) secuestrada, subyugada y con el cuello bajo la bota del varón. Aquello, el cuarentañismo, sí que fue una extraña distopía que ni El cuento de la criada. Un régimen de militares y falangistas que violaba mujeres y las condenaba a la cadena perpetua del silencio. Ellas, nuestras parejas, nuestras madres y hermanas, jamás tolerarán que volvamos a aquellos tiempos oscuros. No lo permitirán; no habrá ni un solo paso atrás. Estas elecciones generales no son un plebiscito entre Sánchez o España, como engañosamente han querido vendernos la derecha y los supremacistas ultrapatriotas. En estos comicios se decide entre igualdad o patriarcado franquista; entre conquistar el futuro o retroceder a un terrorífico pasado; entre derechos humanos y fascismo machista. Así que a votar. Hermanas, compañeras y camaradas, a votar.

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