Se abre el Parlamento de Vitoria, se somete a votación una reforma de Bildu sobre el autoconsumo energético y, tachán tachán, ¿qué es lo que ocurre? Que PP y Ciudadanos votan a favor. El Partido Popular se ha pasado la campaña taladrándonos el cerebro con los supuestos acuerdos de Sánchez con los herederos de ETA. Que si el sanchismo bilduetarra, que si los socialistas traidores a España, toda esa verborrea trumpista vacía y sin sentido y ahora resulta que también se toman sus cafés con los abertzales. Esta gente tortuosa y bronquista de la gaviota va a terminar por reventarnos la cabeza.
No es la primera vez que ocurre. PP y Bildu acostumbran a coincidir en iniciativas y propuestas legislativas. Concretamente, de los 22 proyectos de ley que se han debatido en lo que llevamos de legislatura, ambas fuerzas políticas han ido de la mano en el trámite parlamentario en al menos diez. Y no en materias de poca monta. Populares e indepes, votando a favor o absteniéndose, han confluido a la limón en leyes como la de gestión y patrimonio documental de Euskadi, la ley contra el dopaje en el deporte, la ley de igualdad de mujeres y hombres y la ley de empleo público. Además, el PP vasco ha apoyado dos proposiciones no de ley presentadas por esos a los que ellos llaman, despectivamente, batasunos. Y ambos han votado no a los presupuestos de Urkullu, consumando una magnífica pinza al lehendakari que ni hecha a propósito.
¿Quiere decir esto que en el Partido Popular son etarras, enemigos de España, pistoleros y cómplices de los asesinos? Ciertamente no. Hay que ser muy bipolar, o muy fanático, o ambas cosas a la vez, para pensar así. Los partidos constitucionales, y uno y otro lo son, se reúnen en el Parlamento, debaten, dialogan, sopesan pros y contras, y votan a favor o rechazan un borrador en función de si consideran que es positivo o negativo para sus paisanos. En democracia, es lo que toca. Pedro Sánchez no ha cometido más pecado o delito a lo largo de esta legislatura convulsa que ahora toca a su fin que hacer política. El Gobierno de coalición llevaba las leyes a las cámaras, las sometía a votación y cada grupo votaba lo que creía conveniente. Tal como hace el PP en el País Vasco. Ni más ni menos.
El presidente del Gobierno jamás se ha ido a cenar con Otegi, ni de pintxos y txikiteo con Txapote por las herriko tabernas de Bilbao, tal como insinúa el ayusismo rampante. Es más, siempre ha sido claro y rotundo a la hora de exigir a Bildu que complete hasta el final su evolución hacia la condena total de la violencia. Sin embargo, el Partido Popular ha visto cacho y filón y ha montado un enloquecido culebrón o psicodrama con todo este asunto. El presidente del PNV, Andoni Ortuzar, ha definido el monumental montaje como “circo mediático”. Y va más allá al desvelar que “en Euskadi el PP no tiene remilgos a pactar con Otegi si con ello consigue obstaculizar o bloquear al gobierno vasco”. Qué calladito se lo tenían.
Sería imposible contabilizar las veces que ambas formaciones han votado en la misma dirección sobre una ley, pero sin duda esas votaciones, llamémoslas sincronizadas, son habituales, sistemáticas, más que frecuentes. Destacados dirigentes populares vascos están acostumbrados a dialogar con aquellos a los que llaman “herederos de ETA”. Y lo hacen por rutina parlamentaria o simplemente porque forma parte de la estrategia de acoso y derribo al PNV. Borja Sémper ya ha admitido que “está bien que Bildu esté en las instituciones, entre otras cosas porque lo ha dicho el Tribunal Constitucional”. Y hasta el bueno de Maroto se ha visto obligado a reconocer, en su etapa como alcalde de Vitoria, que “es necesario hablar entre todos”. “Yo lo hago en el ayuntamiento. Hablo con el PSE, con el PNV y hablo también con Bildu. Porque creo que excluir en este momento no está en la agenda”, añadió. Cuidado Javier, que por ahí se empieza y los ultras terminan colgándole a uno el sambenito de batasuno.
Por tanto, ¿tienen los prebostes del PP las manos manchadas de sangre, tal como espetó Pablo Casado en su día, solo por hacer política con Bildu en las instituciones vascas? Escuchando las cosas que dice Ayuso y viendo dónde la lideresa castiza ha colocado el listón en esta materia, habría serias dudas. La hipocresía del PP con el monotema vasco no tiene límites. Hasta las víctimas del terrorismo le han pedido a la presidenta madrileña y a Feijóo que por favor paren ya de manosear a los muertos de ETA para sus fines partidistas. De las derechas ibéricas podemos esperar casi cualquier cosa. Ayer mismo, PP y Vox votaron en contra de una directiva europea que busca evitar la explotación laboral y el trabajo infantil. ¿Se puede ser más miserable que eso? La razón que esgrimieron: creen que acabar con el esclavismo laboral en el siglo XXI puede perjudicar la competitividad de las empresas. Definitivamente, la deriva trumpista les ha llevado a un punto tan surrealista como delirante.