De Bukele a Bruselas: el espejismo Alvise

Entre viajes a El Salvador, bulos en redes y promesas evaporadas, el eurodiputado se ha convertido en un fenómeno desinflado que ni sus socios aguantan

27 de Agosto de 2025
Actualizado a las 10:51h
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De Bukele a Bruselas: el espejismo Alvise
Alvise Pérez en una imagen de archivo.

Lo suyo fue un estallido mediático sin cimientos políticos. Un año después, Alvise se mueve en los márgenes del Parlamento Europeo, acosado por las investigaciones, abandonado por sus compañeros y sancionado por esconder sus ingresos. Otro demagogo más, aunque con menos talento.

De los sorteos a las sombras: una deriva anunciada

Lo suyo empezó como un show y acabó en parodia. Aupado por un descontento social legítimo, Alvise canalizó frustraciones para convertirlas en espectáculo político. Jugó a Bukele de saldo, prometiendo cárceles sin gimnasios, limpiezas étnicas con retórica de Telegram y una cruzada contra la “corrupción” mientras acumulaba donaciones en efectivo y euros desde Patreon.

Pero el disfraz cayó pronto. Aquel eurodiputado que prometía transparencia ha sido sancionado por el propio Parlamento Europeo por ocultar ingresos. El que presumía de independencia política ha acabado solo, repudiado incluso por sus propios compañeros de lista. Y el adalid de la regeneración ha terminado imitando con torpeza los peores vicios de la casta que tanto denuncia.

Por no hablar de sus “donaciones”: anunció sorteos con su sueldo para luego cancelarlos sin explicaciones. Prometió ayuda a víctimas de la DANA de la que nunca más se supo. Y entre tanto, los billetes corrían de mano en mano —según sus propias declaraciones, 100.000 euros en efectivo dentro de un maletín negro—, sin dejar otra huella que el descrédito.

Una amenaza al Estado de derecho disfrazada de “outsider”

Lo más preocupante, sin embargo, no es el patetismo de su figura política, sino el fondo de su mensaje. Alvise no representa una crítica legítima al sistema, sino una amenaza corrosiva, un intento de deslegitimar las instituciones desde la mentira y el odio. Su retórica mezcla conspiracionismo, machismo y autoritarismo con una narrativa antisistema que, de revolucionaria, no tiene nada: se parece demasiado a la historia de siempre, donde el líder se forra mientras señala enemigos imaginarios.

Su admiración por Bukele, su negación del Estado de derecho, su intento de importar “megacárceles” a la madrileña, sus ataques sistemáticos a la prensa y a la justicia... Todo forma parte de un guion perfectamente reconocible en otras coordenadas de la ultraderecha internacional. Solo que, en su caso, mal ejecutado, sin solvencia, y con un punto de bufón trágico que ni siquiera hace gracia.

Hoy, Alvise se encuentra solo en Bruselas, sin grupo parlamentario, sin aliados políticos, sin proyecto serio, pero con un canal de Telegram como último reducto de su cruzada imaginaria. En él, todavía recoge donaciones de fieles creyentes que no saben —o no quieren saber— en qué se ha convertido su profeta.

La experiencia Alvise no ha sido más que otro episodio de esa vieja estafa de lo nuevo. Su año como eurodiputado confirma que los populismos reaccionarios no vienen a mejorar la democracia, sino a degradarla. Que quienes predican la transparencia, a menudo lo hacen para ocultar. Y que el grito antipolítico puede ser, también, una forma de vivir muy bien de la política.

Lo peor es que su caída no es el final del problema. Como señalan algunos investigadores, el malestar social que canalizó seguirá ahí. La clave está en ofrecer respuestas reales desde la política con mayúsculas, con rigor, con ética y sin demagogia. Porque si no será otro Alvise, u otro nombre parecido, quien vuelva a ocupar ese espacio. Y el precio, de nuevo, lo pagaremos todos.

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