Estados Unidos está dispuesto a guardar en un cajón la orden de busca y captura contra Nicolás Maduro, por narcotráfico internacional, si cede y convoca elecciones democráticas (las que se han celebrado hasta hoy en Venezuela no dejan de ser una sucesión de pantomimas sin ninguna validez jurídica, ya que se han vulnerado derechos, se han escamoteado actas electorales y no se ha dejado pasar a los observadores internacionales, entre otras irregularidades).
Maduro se ha convertido en el nuevo enemigo público número 1 mundial de USA, por delante incluso de los ayatolás de Irán, de los barbudos de Hamás, del coreanito de los misiles y de los piratas somalíes. Desde los tiempos de los primeros pioneros, la conquista del Far West y todo aquello, el vaquero yanqui no es nadie sin un indio al que confinar en la reserva o un forajido al que llevar ante el sheriff del condado para colgarlo de un árbol. La violencia va en la esencia fundacional de ese pueblo bravucón e imperialista empeñado en consumar, bajo el dominio de las barras y estrellas, el eterno proceso de colonización del planeta.
Hoy es Maduro el que ostenta el peligroso privilegio de aparecer en el cartel de wanted (se busca) de norte a sur del país, desde Boston a California. Desde hace años, los estadounidenses ofrecen una recompensa de 15 millones de dólares a cambio de cualquier tipo de información sobre él, como en los tiempos de Billy el Niño. Imagínese el lector de esta columna lo cotizada que está la cabeza del hombre del chándal y la gorra de béisbol que mueve las caderas, a ritmo de merengue, en sus mítines políticos. Quince kilos de los del Tío Sam por llevarle a los de la CIA una pista, una evidencia, un algo sólido que pueda servirle a la Administración de Washington para darle un golpe de Estado al autócrata zumbón de Caracas. Lógicamente los teléfonos de las comisarías echan chispas y no pasa un solo día sin que llame a los federales algún testigo o soplón que cree saber cómo atrapar al narco mayor de Sudamérica.
La acusación de los gringos contra Maduro data de 2020 y la foto de su ficha policial se publicó en 2021 bajo la acusación de “narcoterrorismo, corrupción y tráfico de drogas”. No vamos a ser nosotros quienes defendamos la dictadura bolivariana, una auténtica infamia, un inmenso engaño al pueblo que se muere de hambre y emigra a cualquier parte, pero un poquito de por favor: que no nos den lecciones de democracia los estadounidenses, que han sido capaces de sentar en el despacho de la Casa Blanca (y pueden volver a hacerlo tras las presidenciales de noviembre) nada más y nada menos que a Donald Trump, un delincuente acusado de 34 cargos penales (no vamos a citarlos todos aquí porque necesitaríamos varias páginas).
EE.UU. es ese país que pretende asumir el papel de faro y guía de Occidente, de gran referente de las democracias liberales, pero ya no es más que una gran decadencia, una gran fiesta de la mafia y la corrupción, la gran mentira de la historia de la humanidad. No están en condiciones políticas ni morales de impartir cátedra sobre derechos y libertades, sobre Estado de derecho, sobre nada. Hace ya mucho tiempo que USA se convirtió en un régimen autoritario personalista (que no presidencialista) donde un solo tipo, el Amado Líder, tiene el poder omnímodo sobre el maletín nuclear, sin que sus ciudadanos puedan votar si quieren abolir la venta de armas en supermercados, invadir un país o dar comienzo a la Tercera Guerra Mundial. Desde ese punto vista, no hay demasiada diferencia entre Maduro y Trump, dos villanos de manual, y habrá que esperar a ver qué ofrece Kamala Harris, la candidata de la ilusión demócrata de la que por desgracia no esperamos demasiado, más que otra gigantesca operación de mercadotecnia política, otra decepción como lo fue en su día Obama.
En Washington manda quien manda: los halcones del Pentágono, el lobby judío y los tiburones de Wall Street. Ahora se han inventado esta nueva película de acción fácil de colocar entre la infantilizada opinión pública norteamericana, la del malvado cuatrero Maduro acariciando un gato negro, en su rancho de oro, mientras los porteadores de la selva van metiendo fardos de coca, en fila india, en el Palacio de Miraflores. El mundo se ha convertido en una gran conjura de necios. Ya no hay buenos ni malos, la mayoría de gobernantes pertenecen a la gran logia de la corrupción y no se salva ni uno. Este sarcasmo de pretender quitar a Maduro del Gobierno para instalar en el poder a María Corina Machado (nueva musa de la oposición contra el chavismo), a una sucursal del trumpismo bananero y caribeño, a la derecha reaccionaria y caciquil ansiosa por saquear el país y vendérselo a los yanquis a precio de saldo, no es más que otra patraña propagandística muy bien tramada por la CIA. Corina (qué malos recuerdos nos trae ese nombre a los españoles) ha asumido el papel de la liberal moderada dispuesta a despenalizar el aborto en algunos casos, a legalizar la marihuana y a reconocer el matrimonio homosexual. Pero en el fondo no es más que otra mentira, el primer paso para el desembarco de la escuela Milei, o sea capitalismo salvaje, libre mercado a calzón quitado, liquidación de las políticas públicas y sálvese quien pueda. Así no extraña que la Machado lleve en su programa la privatización de PDVSA (la empresa estatal de petróleos de Venezuela), el jugoso caramelo que puede terminar con la devolución de lo expropiado a los ricos. Si USA sueña con convertir Cuba en un gran lupanar para los marines puteros de la Sexta Flota, Venezuela va camino de convertirse en el gran surtidor de combustible, la gasolinera barata que necesita para seguir con la industria de la guerra pese a la profunda crisis del crudo. No, en USA ya no queda nada de democracia real, más allá de una Estatua de la Libertad que se tapa los ojos llorando ante tanta ignominia.