El caso Errejón ha sacudido como un terremoto a la izquierda española. La denuncia de Elisa Mouliaá contra el diputado portavoz de Sumar (hasta ahora la única formalizada ante las autoridades) tiene no pocas derivadas para el espacio a la izquierda del PSOE. ¿Llegaron a Yolanda Díaz los rumores que hablaban de un depredador sexual con doble cara? ¿Funcionaron los protocolos antiacoso establecidos en los partidos políticos? ¿Fue el perfil de “psicópata”, “maltratador” y “monstruo”, tal como dice la víctima en su espeluznante relato, la razón principal de que Errejón no llegará a ocupar un cargo de ministro al que estaba llamado por su prestigio como fundador de Podemos, por proyección mediática y social y como supuesta voz intelectual de la nueva izquierda española? Demasiadas preguntas sin respuesta.
Por supuesto, otra cuestión no menor provoca desazón: ¿va a quedarse callada Loreto Arenillas, la diputada de Más Madrid señalada ahora por haber tratado de mediar ante otra presunta víctima de Errejón para que no denunciara, o está dispuesta a tirar de la manta para que la responsabilidad caiga sobre sus superiores y no solo sobre ella como chivo expiatorio? Si se demuestra que Arenillas, tal como asegura, comunicó lo que estaba pasando y la cúpula no hizo nada para sacar del cesto la manzana podrida, estaríamos hablando de algo extremadamente grave, de una junta directiva formada por feministas de boquilla encubriendo al monstruo. La historia sería una triste repetición de esas sórdidas noticias que saltan de cuando en cuando a las primeras páginas de los periódicos y la televisión. Familias que hacen la vista gorda y los oídos sordos ante el maltratador. Amigos y compañeros de trabajo que están enterados de todo, pero que miran para otro lado por múltiples causas, para no meterse en problemas, para no tener que declarar ante un tribunal (que no es agradable), por convicciones políticas o religiosas o para no tener que romper relaciones o lazos personales con el machirulo.
Ese círculo de silencio se cierra férreamente alrededor del agresor, protegiéndolo, blindándolo y dejando sola a la víctima en medio de su sensación de terror. Se trata de un mecanismo social perfectamente estudiado en psicología social que ya se detectó en el caso Nevenka, donde todo un pueblo como Ponferrada cerró filas en torno al alcalde acosador, dando la espalda a la mujer acosada. El macho alfa de la tribu ostenta una posición jerárquica de prevalencia, prestigio y poder y pocos son los que se atreven a plantarle cara. De esta forma, el escándalo se “encapsula” (eufemismo muy de moda en Ferraz tras el caso Koldo), se diluye y se acaba enterrando hasta olvidarse. El grupo se blinda ante la amenaza, ante la mujer (a la que se cuelga la etiqueta de traidora) que con su grito de socorro hace peligrar la estabilidad de todo el grupo. Es una táctica de manual mil veces repetida cuando el rumor sobre el escándalo sexual empieza a propagarse boca a boca por una pequeña comunidad, grupo u organización política o social.
No queremos pensar, ni siquiera por un solo momento, que en la dirección de Sumar se optó por esa estrategia, la de echar tierra encima, la de proteger al líder, ocultando la realidad. De ser así, estaríamos ante un asunto capaz de corroer, de arriba abajo, los pilares mismos sobre los que se asienta el partido. De ahí que en el proyecto de Yolanda Díaz ya hayan aparecido voces que hablan de refundación, de regeneración, de empezar desde cero haciendo catarsis, acto de contrición y propósito de enmienda. Ese paso se antoja imprescindible, y no solo para hacer borrón y cuenta nueva, sino para reajustar el timón y marcar el nuevo rumbo del partido. Gaspar Llamazares apunta en esa dirección: “La clave es que la izquierda debe aprender a no tener el monopolio del feminismo, esa es la clave de cara al futuro para tomar las medidas preventivas y que no vuelva a ocurrir. Los partidos de izquierdas tenemos idearios feministas, pero no somos organizaciones feministas”, concluye.
A esta hora el sentimiento de confusión, desorientación y desánimo cunde en las filas yolandistas. Algunos ya sopesan tirar la toalla e irse a casa. Hay miedo a la deserción masiva como ya ocurrió con otros partidos emergentes como Ciudadanos o Vox, miedo a posibles defecciones, a divisiones internas y escisiones. A una guerra de dosieres entre los muchos cadáveres que van quedando en el armario. La izquierda es cruel en los ajustes de cuentas. La impostura de Errejón ha sido demasiado burda como para que pueda digerirse sin más como un caso de corrupción al uso. Y esa sensación de haber vivido en una ficción permanente, ese regusto a mentira organizada y a derrota, va calando a medida que pasan las horas. Provoca un sentimiento de orfandad de unos principios que han sido pisoteados por el líder, se traduce en la pérdida de credibilidad de una plataforma que nació como transversal, socialista y feminista, sobre todo feminista.
Conviene tener en cuenta que la crisis de Sumar no solo afecta al partido de Díaz. Es una bomba de relojería para toda la izquierda y quien piense que puede sacar rédito de esta debacle (Pablo Iglesias y Podemos están haciendo leña del árbol errejonista caído) se equivoca de raíz. Esto es una tragedia para la izquierda, para toda la izquierda. Pedro Sánchez, hoy de viaje oficial a la India, ha entendido perfectamente el escenario de tormenta perfecta que se avecina. De ahí que se haya apresurado a asegurar que Sumar ha reaccionado de forma “rápida y contundente”, depurando al machista. Un socio de coalición desgarrado y roto por algo así es una noticia tan nefasta como inquietante para la estabilidad del Ejecutivo. Sánchez, hábil estratega, sabe que toca cerrar filas con su vicepresidenta, aguantar y reformular el programa del espacio a la izquierda del PSOE. Una prematura implosión del mundo yolandista, envenenado en sus contradicciones internas, haría caer el Gobierno como piezas de dominó. Más que aprobar los Presupuestos, más que cerrar el caso Begoña Gómez o que se olvide pronto la incómoda foto de Sánchez con el conseguidor Aldama, actualmente en prisión, lo que necesita el presidente en este momento crítico es que no se le hunda el socio-muleta que lo sustenta. Si cae Yolanda Díaz, cae él. Y en esas está.