Viaje al interior de la mente de Íñigo Errejón

Nadie sabe explicar cómo un hombre brillante e inteligente como el portavoz de Sumar puede haber caído tan bajo

28 de Octubre de 2024
Actualizado a la 13:32h
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Íñigo Errejón en una imagen de archivo.
Íñigo Errejón en una imagen de archivo.

El caso Errejón ha dejado en shock a la sociedad española. Nadie, salvo quienes le conocían en profundidad, podían sospechar que el ex portavoz de Sumar había desarrollado una psique machista. En público, soltaba solemnes discursos contra esta lacra y el patriarcado vigente. En privado, se comportaba agresivamente con las mujeres, demostrando un perfil de adicción al sexo. Una personalidad compleja agravada probablemente por cierta tendencia al consumo de drogas. ¿Cómo llegó una mente brillante a caer en ese pozo tan oscuro? ¿Hubo antecedentes genéticos, algún trauma de la infancia, una deformación producto del contacto con el poder y una excesiva sobreexposición a los medios de comunicación? ¿El machista nace o se hace? Demasiadas preguntas y escasas respuestas.

Según la revista especializada Psicología y Mente, existen numerosos tipos de machismos y es preciso saber cómo detectarlos. “El machismo no siempre se manifiesta del mismo modo, y eso es lo que hace que, en ocasiones, sea difícil de identificar. Es un patrón de comportamiento y de pensamiento que ha sido la costumbre y la norma general y hegemónica durante siglos”.

En primer lugar estaría el machismo influido por causas religiosas. “Muchas grandes religiones contienen en sus textos sagrados o de referencia un importante poso machista, si son interpretados literalmente. Eso hace que algunas personas, por ejemplo, exijan que la mujer permanezca en una posición de subordinación al hombre, en un rol de apoyo, cuyo único poder de decisión atañe a asuntos domésticos”, asegura la citada publicación.

El machista también puede serlo por tradición cultural. “Más allá de las influencias religiosas, existe un machismo que se expresa a través incluso de personas ateas o agnósticas y que tiene que ver con el valor positivo de lo que se ha hecho siempre”, publica Psicología y Mente. Esto, en realidad, no es una justificación de las actitudes sexistas, sino una descripción que intenta utilizarse como argumento. Por ejemplo, se puede mostrar rechazo a la idea de que una mujer no quiera ser madre porque por tradición las mujeres han intentado casarse y tener hijos.

La misoginia es otro factor. Es uno de los tipos de machismo más evidentes, ya que se expresa a través de un discurso agresivo contra todas las mujeres en general. Las personas misóginas se caracterizan por su odio hacia las mujeres, de modo que su trato hacia ellas tiende a ser discriminatorio, sin que se necesite una razón específica para ello: todo depende de las emociones y las pasiones. Normalmente esta visión de las cosas se fundamenta en el resentimiento y en malas experiencias personales.

En el machismo también se puede caer por simple desconocimiento o falta de educación en igualdad. Según Psicologúa y Mente, algunas personas caen en actos machistas en gran parte porque han estado poco expuestas al punto de vista de muchas mujeres, o bien han crecido en un entorno en el que ha habido muy poca variedad ideológica más allá del tradicionalismo. El resultado es que les cuesta empatizar con las mujeres y reconocerlas como seres humanos con los mismos derechos que cualquier persona.

Uno de los machismos más peligrosos es el machismo institucional. Es el machismo que queda recogido formalmente en leyes, códigos de conducta y estatutos. Según el grado de violencia, el machismo, como elemento dañino, es siempre algo que produce algún tipo de dolor, ya sea físico o psicológico. “Es por eso que se puede distinguir entre tipos de machismo según su proximidad a la violencia física o verbal”.

El machismo de confrontación física es, sin duda, el más cruento. Se trata de un patrón de comportamiento que lleva a la agresión de mujeres por el hecho de serlo. Los feminicidios son su consecuencia más palpable, pero no la única. Pero también está el machismo de legitimación de la violencia, compuesto por actitudes de condescendencia y de permisividad hacia las personas que agreden a las mujeres por el hecho de serlo. Por supuesto, esta actitud refuerza la impunidad de los crímenes machistas, ya sea normalizando este tipo de agresiones o ofreciendo protección a quienes las cometen. Y también el machismo paternalista, es decir, del tipo sobreprotector. “Podría ser interpretado como una actitud bienintencionada, pero esconde un trasfondo sexista, al basarse en la idea de que la mujer es algo que debe ser protegido por el hombre y, por consiguiente, no se posiciona contra la idea de que la mujer sea un ser humano de pleno derecho y con capacidad para tomar decisiones de forma autónoma”, añaden las mismas fuentes. “Por ejemplo, un marido que vigila constantemente a su esposa no solo evidencia que no confía en la capacidad de esta última a la hora de valerse por sí misma, sino que además alimenta una visión del mundo en el que la mujer es un bien preciado con el que, por consiguiente, se puede tratar como si la relación fuese la de usuario-comprador”. Hay muchas más clases y tipos de machismo, el de tipo narcisista, el generado por la inmadurez afectiva o déficit afectivo, el provocado por determinadas enfermedades o trastornos mentales, el originado por traumas infantiles (un niño que sufre abusos es un candidato perfecto a machista en su etapa de adulto), el que nace de un mal uso de la posición de poder o de estatus económico (el ejercicio abusivo del poder y del dinero contra las mujeres produce excitación en algunos hombres), el genético, etc. Los expertos tienen trabajo por delante para desentrañar qué ha pasado en la psique de Íñigo Errejón. O quizá su descenso a los infiernos no tenga una explicación lógica ni razonable.

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