El apagón que sorprendió a la gran mayoría del país ayer no solo interrumpió el suministro eléctrico: puso a prueba nuestra dependencia tecnológica. Sin redes, sin luz y sin conexión, la radio portátil, alimentada por pilas, se convirtió en el único vínculo con el exterior. Una lección silenciosa, pero contundente, sobre la importancia de preservar lo esencial en tiempos donde lo digital parece dominarlo todo.
En cuestión de minutos, la electricidad se cortó, los servicios de internet colapsaron, los teléfonos móviles dejaron de funcionar correctamente, y la vida digital que organiza nuestras rutinas diarias quedó en suspenso. En ese escenario de desconexión forzada, un viejo aliado resurgió con fuerza: la radio de pilas.
Mientras los dispositivos más sofisticados quedaban inutilizados por la falta de energía y señal, la radio analógica seguía transmitiendo. Quienes tuvieron la previsión o la costumbre de tener una radio portátil en casa, encontraron en ella no solo una fuente de información precisa y actualizada, sino también un sostén emocional en medio de la incertidumbre. La voz firme de los locutores, los boletines informativos y las recomendaciones prácticas ayudaron a calmar los ánimos y a orientar a la población.
Este fenómeno invita a una reflexión profunda sobre el equilibrio que debe mantenerse entre los avances tecnológicos y la preservación de medios tradicionales. No se trata de romantizar el pasado ni de rechazar la innovación; se trata de reconocer que en momentos críticos, las soluciones más simples suelen ser las más efectivas.
La radio, a diferencia de internet o la telefonía móvil, no depende de infraestructuras complejas que puedan fallar en cadena. No necesita routers, torres de señal, ni redes eléctricas estables. Su funcionamiento descansa en principios básicos de transmisión de ondas, y su accesibilidad, basta con unas pilas, la convierte en una herramienta al alcance de todos.
El apagón de ayer expuso una vulnerabilidad que va más allá de la falta momentánea de energía: evidenció la fragilidad de una sociedad que, al abrazar la hiperconexión digital, ha relegado a un segundo plano los recursos más robustos y fiables. La radio demostró ser, una vez más, un pilar fundamental de la comunicación en situaciones de emergencia.
Además, no puede soslayarse el componente humano que la radio aporta. Frente a la frialdad de las plataformas digitales, la radio ofrece una voz amiga, cercana, que acompaña y orienta. En medio de la oscuridad y el silencio, esa voz se convierte en un ancla emocional, en una compañía imprescindible.
Resulta urgente reconsiderar el lugar que ocupan los dispositivos analógicos en nuestras vidas. Así como se recomienda tener una linterna y un botiquín en el hogar, tener una radio de pilas debería formar parte del kit básico de preparación ante cualquier emergencia. No como una reliquia nostálgica, sino como un instrumento vital de resiliencia.
Los avances tecnológicos seguirán transformando el mundo, y está bien que así sea, pero no podemos darnos el lujo de olvidar las herramientas esenciales que garantizan la comunicación cuando todo lo demás falla. La radio, humilde y persistente, sigue siendo en pleno siglo XXI un faro en medio de la tormenta. Ayer, mientras la tecnología más moderna quedaba inutilizada, fue la radio la que mantuvo a la sociedad informada, acompañada.