De la cultura del miedo al manual de emergencia: ¿nos prepara Europa o nos asusta?

La UE insta a tener agua, comida y una mochila lista para huir en 72 horas. Mientras, crece una sensación colectiva de pánico que convierte el miedo en herramienta de control social

26 de Marzo de 2025
Actualizado a las 18:29h
Guardar
De la cultura del miedo al manual de emergencia: ¿nos prepara Europa o nos asusta?

La presidenta de la Comisión Europea,Ursula von der Leyen, lo dijo sin rodeos: “Europa debe prepararse para la guerra”. No se trataba de una frase aislada, sino del preludio a un documento oficial que insta a los ciudadanos europeos a prepararse para resistir tres días sin ayuda externa. Comida enlatada, agua, una radio con pilas y medicamentos esenciales. Una mochila con lo básico. Como si en cualquier momento pudiera estallar una guerra o sobrevenir un desastre. La imagen es potente. Pero también es inquietante.

Detrás de esa campaña institucional para fomentar la preparación ciudadana ante crisis, guerras o catástrofes se encuentra una dinámica más profunda: la consolidación de una cultura del miedo. Un fenómeno social en el que la percepción de amenaza constante condiciona la vida cotidiana. En este contexto, las medidas de autoprotección, lejos de tranquilizar, pueden alimentar la ansiedad colectiva.

Del kit de supervivencia al relato del pánico

Suecia ya ha repartido entre su población un folleto titulado “Si llega una crisis o la guerra”. La UE quiere extender esta iniciativa al resto del continente. La idea: que cada hogar pueda sobrevivir 72 horas en soledad, antes de recibir ayuda. Para ello, recomienda almacenar alimentos no perecederos, linternas, ropa de abrigo, medicamentos, y hasta pastillas de yodo por si se produce un ataque nuclear.

Lo que se presenta como una medida de responsabilidad cívica tiene otra lectura: la normalización del colapso. Es como si la inestabilidad ya no fuera una posibilidad remota, sino una certeza que debemos asumir. Y ahí es donde entra en juego la cultura del miedo. Una sociedad que interioriza el mensaje de que lo peor puede ocurrir en cualquier momento es una sociedad paralizada, desconfiada y, sobre todo, más fácil de controlar.

¿Nos prepara o nos paraliza?

Prepararse para una emergencia es sensato. Pero preparar a toda una sociedad para vivir en estado de alerta permanente es otra cosa. Es construir un ecosistema donde el miedo se convierte en el lenguaje dominante. Donde la sospecha y la ansiedad sustituyen a la calma y la confianza. Como explicaba Naomi Klein, “en una sociedad dominada por el miedo, la libertad se convierte en un lujo que pocos pueden permitirse”.

El miedo como norma y no como excepción

La cultura del miedo no surge de la nada. Se alimenta a través de los discursos políticos, los medios de comunicación y las narrativas corporativas. Hoy es la guerra. Ayer fue la pandemia. Mañana será el colapso climático o el ataque cibernético. Las amenazas cambian, pero el mensaje se mantiene: prepárate para lo peor. Vive alerta. Vigila.

En este clima de inseguridad constante, conceptos como “libertad”, “privacidad” o “autonomía” se diluyen. La vigilancia se convierte en rutina. Y la autocensura también. Ya no hace falta que el Estado observe directamente: basta con que internalicemos las normas y temamos ser juzgados, señalados o excluidos. Es lo que el filósofo Michel Foucault definió como “poder disciplinario”. El miedo no sólo nos limita por fuera, sino también por dentro.

Y eso ocurre cuando la lógica del “por si acaso” se convierte en política pública. ¿Hasta qué punto el derecho a la seguridad justifica que vivamos bajo la amenaza constante? ¿Qué consecuencias tiene esta forma de entender la protección ciudadana?

El riesgo como emoción política

El sociólogo Ulrich Beck lo definió con claridad: vivimos en una “sociedad del riesgo”. Una sociedad donde los peligros no son visibles ni inmediatos, pero sí omnipresentes. Donde el miedo ya no proviene de depredadores naturales, sino de fenómenos complejos: ciberataques, pandemias, terrorismo, colapsos financieros. Y ese miedo difuso se convierte en emoción política. En una herramienta para tomar decisiones sin debate. ¿Quién se va a oponer a medidas restrictivas si están justificadas por una amenaza inminente?

Cuando la UE nos pide preparar mochilas de emergencia no está haciendo sólo prevención. Está moldeando una idea del mundo: un lugar hostil, donde el caos está a la vuelta de la esquina. Está sembrando una semilla de pánico que puede crecer en cualquier dirección. Porque el miedo tiene una capacidad de contagio brutal.

El miedo como negocio y como control

Las campañas de preparación, los discursos bélicos y las alertas climáticas no son inocentes. Se mueven en un ecosistema donde el miedo también es rentable. Cuantas más amenazas percibimos, más seguros contratamos, más gadgets compramos, más aceptamos perder privacidad o ceder derechos. Lo vemos con el auge de la industria de la seguridad, de la defensa, de las big tech que vigilan en nombre de la protección.

Y además, el miedo divide. Fragmenta a las sociedades. Nos enfrenta entre nosotros. Nos hace sospechar del vecino, del extranjero, del diferente. No es casual que muchos discursos de odio se camuflen bajo el lenguaje de la autoprotección. El miedo, bien canalizado, es una herramienta de control social poderosa.

¿Cómo resistir sin vivir atemorizados?

Frente a esta espiral de inseguridad institucionalizada, urge recuperar una mirada crítica. La prevención no puede ser sinónimo de paranoia. Prepararse no debe equivaler a vivir atemorizados. Hace falta una alfabetización emocional colectiva, que nos permita distinguir entre el riesgo real y el simbólico. Y, sobre todo, hace falta recuperar la esperanza como motor de acción.

Porque una sociedad que sólo actúa por miedo es una sociedad que renuncia a imaginar alternativas. Que se encierra en sí misma. Que deja de confiar. Y sin confianza, no hay comunidad posible. Ni democracia real. Ni libertad duradera.

Los kits de supervivencia que la UE promueve pueden salvar vidas. Pero también pueden reforzar un relato de resignación, donde la ciudadanía se convierte en rehén de amenazas inminentes que nunca terminan de materializarse. El reto no es prepararse para el fin del mundo cada semana, sino construir una cultura del cuidado que no dependa del miedo, sino de la cooperación, la información veraz y el compromiso colectivo.

Europa no necesita solo más mochilas de emergencia. Necesita menos discursos del pánico y más políticas de esperanza. Porque si la única respuesta a la incertidumbre es el miedo, lo que está en juego no son solo nuestros víveres, sino nuestra libertad.

Lo + leído