El decrecimiento: un cambio necesario para salvar el planeta

Más allá del PIB: repensar la economía en un mundo en crisis climática

05 de Enero de 2025
Actualizado el 13 de enero
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El decrecimiento: un cambio necesario para salvar el planeta

La crisis climática avanza con una urgencia que ya no admite más dilaciones. Las olas de calor extremo, las inundaciones devastadoras y la pérdida acelerada de biodiversidad son solo algunas de las consecuencias que vivimos hoy. En este contexto, una corriente económica ha cobrado fuerza en los últimos años: la teoría del decrecimiento. Esta propone repensar el modelo económico actual, basado en un crecimiento constante del producto interior bruto (PIB), para priorizar el bienestar humano y ambiental por encima de la acumulación de riqueza material.

El crecimiento económico ha sido, durante décadas, el principal indicador de éxito de un país. Sin embargo, esta métrica ignora aspectos clave: no distingue entre actividades económicas beneficiosas o perjudiciales, no mide la desigualdad y, sobre todo, no tiene en cuenta el impacto ambiental. El PIB puede aumentar debido a la deforestación, la construcción desmedida o la explotación de recursos naturales, a pesar de que estas actividades sean insostenibles y dañinas a largo plazo.

Una economía insaciable en un planeta finito

El modelo económico actual funciona como si los recursos del planeta fueran infinitos. Según la Global Footprint Network, en 2023 consumimos los recursos de 1,7 planetas Tierra al año, lo que significa que estamos agotando nuestras reservas naturales mucho más rápido de lo que pueden regenerarse. Este nivel de consumo no es sostenible y empuja a las generaciones futuras hacia un futuro incierto.

El decrecimiento plantea una alternativa radical: reducir la producción y el consumo en los países ricos para vivir dentro de los límites ecológicos del planeta. Esto no implica volver a la Edad de Piedra, sino replantear prioridades. En lugar de centrar los esfuerzos en la producción masiva de bienes que, en muchos casos, terminan desechados, la teoría del decrecimiento aboga por fortalecer servicios esenciales como la educación, la sanidad y el transporte público, así como por valorar actividades que no generan beneficios económicos directos pero sí contribuyen al bienestar social, como el cuidado de las personas y el medio ambiente.

El coste oculto del crecimiento

El crecimiento económico no solo está destruyendo el medio ambiente, sino que también está perpetuando la desigualdad global. Un informe de Oxfam revela que el 1 % más rico de la población mundial emite el doble de carbono que el 50 % más pobre. Además, mientras los países desarrollados disfrutan de bienes de consumo baratos, las naciones del sur global pagan el precio en forma de deforestación, contaminación y explotación laboral.

El decrecimiento propone redistribuir los recursos de manera más equitativa. En lugar de que unos pocos acumulen la riqueza generada por el crecimiento, se busca garantizar que todas las personas tengan acceso a los recursos necesarios para vivir dignamente, desde alimentos y vivienda hasta energía y agua potable.

Más allá del PIB: medir lo que importa

Una de las críticas más importantes al modelo actual es el uso del PIB como métrica principal de éxito. El PIB mide el valor monetario de todos los bienes y servicios producidos en un país, pero no dice nada sobre la calidad de vida de las personas. Países con altos niveles de desigualdad o con graves problemas medioambientales pueden tener un PIB elevado, pero eso no significa que su población esté mejor.

Alternativas como el Índice de Desarrollo Humano (IDH) o el Índice de Progreso Social (IPS) han intentado llenar este vacío, pero aún no han sustituido al PIB como referencia global. Estas métricas tienen en cuenta factores como la esperanza de vida, la educación y la sostenibilidad ambiental, ofreciendo una visión más completa del bienestar.

La crisis climática exige una respuesta radical

El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) advierte que, para evitar los peores efectos del calentamiento global, las emisiones de gases de efecto invernadero deben reducirse a la mitad para 2030. Sin embargo, las políticas actuales son insuficientes para lograr este objetivo. Muchas de estas medidas buscan soluciones tecnológicas como las energías renovables o la captura de carbono, pero no cuestionan el modelo de crecimiento continuo que alimenta la crisis climática.

El decrecimiento, en cambio, reconoce que no basta con cambiar las fuentes de energía; también debemos consumir menos energía en general. Esto implica transformar profundamente sectores como el transporte, la agricultura y la construcción, y abandonar la lógica de "usar y tirar" que domina la economía actual.

¿Es posible un mundo sin crecimiento?

Los críticos del decrecimiento argumentan que la reducción del consumo y la producción provocaría un colapso económico. Sin embargo, investigaciones como las de Tim Jackson, autor de Prosperidad sin crecimiento, demuestran que es posible mantener un alto nivel de bienestar sin depender del crecimiento económico. Esto requiere cambios estructurales, como jornadas laborales más cortas, impuestos progresivos y un enfoque en la economía circular, donde los residuos se minimicen y los recursos se reutilicen.

Ejemplos de políticas alineadas con el decrecimiento ya existen. En países como Nueva Zelanda y Bután, se están adoptando medidas para priorizar el bienestar por encima del crecimiento económico. Nueva Zelanda ha implementado presupuestos centrados en mejorar la salud mental y reducir la pobreza infantil, mientras que Bután mide su éxito con el Índice de Felicidad Nacional Bruta.

Un cambio inevitable

El decrecimiento no es una opción fácil ni popular, pero es una respuesta necesaria a una realidad que no podemos seguir ignorando. Nuestro planeta tiene límites y estamos peligrosamente cerca de superarlos. La pandemia de COVID-19 fue una prueba de lo que sucede cuando la economía global se detiene, pero también mostró que es posible vivir de otra manera. Durante los confinamientos, la contaminación disminuyó y la naturaleza recuperó espacios perdidos.

La transición hacia un modelo económico sostenible requiere valentía política y un cambio de mentalidad en la sociedad. Debemos dejar de medir el éxito con cifras de crecimiento y empezar a valorar lo que realmente importa: un planeta habitable, comunidades saludables y un futuro digno para todos.

En un mundo de derroche, el decrecimiento no es una utopía, sino una necesidad urgente. Si queremos evitar el colapso climático, ha llegado el momento de dejar atrás el PIB y construir un nuevo paradigma económico basado en el respeto por los límites del planeta y el bienestar de las personas.

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