Las historias del médico Janusz Korczak y la enfermera Irena Sendler, que transcurrió paralelamente en la Varsovia ocupada por los nazis (1939-1945), tiene muchos puntos en común, sobre todo a su papel en lo que se refiere a ese periodo siniestro caracterizado por la persecución de millones de judíos en su país. Ambos se negaron a colaborar con los genocidas y dieron lo mejor de sí mismos en unos tiempos en los que la delación, la traición y el colaboracionismo con los ocupantes estuvieron al orden del día.
Aunque es un tema recurrente, el de la colaboración de miles de polacos y algunos judíos con los ocupantes nazis en la puesta en marcha de la solución final, también es cierto que algunos centenares de polacos no se dejaron seducir por el pérfido juego nazi de, a cambio de cierta tranquilidad y algunos privilegios, informar e incluso delatar a los judíos que casi con toda seguridad acabarían siendo deportados y más tarde asesinados sin contemplaciones. Mención aparte están los centenares de judíos que se enrolaron en la policía formada por los ocupantes para vigilar s los suyos en los guetos, e incluso, como ocurrió en Varsovia, Cracovia y otras ciudades, colaborando con ahínco en las deportaciones hacia los campos de exterminio camino a una muerte segura.
No es este el caso de los dos personajes heroicos que nos ocupan, Janusz e Irena, que con su ejemplo para la posteridad y me atrevería a decir que para la eternidad constituyen la Polonia digna que no se arrodilló ni se rindió ante el nazismo, sino que fue parte de una resistencia frente a un enemigo atroz y cruel que no mostraba ningún atisbo de piedad.
Un héroes silencioso y casi inédito
Antes de la Segunda Guerra Mundial, en los años veinte y treinta del siglo XX, Janusz Korczak (nacido en 1879) era una figura destacada de la sociedad polaca, famoso por sus escritos y sus emisiones radiofónicas sobre la educación y el desarrollo infantil. En 1935, tras la muerte de Jozef Pilsudski, se suspendieron sus emisiones debido al creciente antisemitismo en Polonia pero, aun así, su reputación literaria perduró. En esos años, pese a que ser judío era un obstáculo, era ya un eminencia en Polonia y una figura pública plenamente integrado en la sociedad de Varsovia.
Por todo ello, sus obras y escritos antes del ataque alemán a Polonia, en 1939, eran muy conocidos, tanto en el terreno teórico como práctico, y fue un gran innovador en el terreno pedagógico. Janusz Korczak puso en práctica sus ideas respecto a los derechos del niño: la organización del orfanato era como una república y tenía tintes revolucionarios.
Como tantos otros hombres y mujeres de su tiempo, el 1 de septiembre de 1939 fue un antes y después en su vida; nadie esperaba que la ocupación alemana iba a significar la destrucción física y espiritual de Polonia, pero también de los más de tres millones judíos que vivían en territorio polaco. La guerra truncó toda su vida profesional y familiar.
La creación del gueto de Varsovia
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, en 1939 con la ocupación alemana de Polonia, Janusz Korczak se negó a acatar las disposiciones nazis y fue encarcelado por un tiempo. Más tarde, en una vuelta más de tuerca, los judíos de Varsovia fueron obligados a trasladarse a un gueto. A partir de entonces, Janusz Korczak concentró sus esfuerzos, como siempre, en los niños de su orfanato. Sus amigos polacos estaban dispuestos a ocultarlo en el sector «ario» de la ciudad, pero él se negó y se fue con todos sus niños al oprobioso e insalubre gueto de Varsovia.
Las condiciones en el gueto de Varsovia eran terribles para todos, pero especialmente para los más vulnerables, como los ancianos y los niños. Las enfermedades se propagaban por el gueto y centenares de personas morían a diario por las enfermedades, el hambre y la brutalidad de las fuerzas nazis y sus fanáticos colaboradores contra los judíos. Korczak, en estas terribles condiciones, se empeñaba en sacar todas sus fuerzas para ayudar a los niños bajo su custodia, lo cual no resultaba nada fácil y sin apenas ayuda de aquellos que ya no le podían ayudar.
La situación, sin embargo, se empeñaba en empeorar y, muy pronto, los tozudos hechos demostrarían que todo es susceptible, incluso en las condiciones más adversas, de ir a peor, tal como sucedió. En agosto de 1942, durante la “Gran Deportación” del gueto de Varsovia, los nazis dirigieron su atención a los orfanatos y los liquidaron uno por uno. A pesar de que se le ofreció relativa seguridad, Korczak decidió acompañar a los huérfanos a su cargo, llevándolos a la plaza de Umschlagplatz (punto de deportación en Varsovia que es recreado en la película El pianista de Polasnky), desde donde fueron deportados el 5 o 6 de agosto de 1942. No hay forma de saber con certeza por qué decidió hacerlo, pero sus escritos constantemente sitúan las necesidades de los niños por encima de todo.
Aquella fue la última batalla de Korczak contra la barbarie. «El hecho de que Korczak renunciara voluntariamente a su vida por sus convicciones da una idea de su grandeza. Pero eso no es nada comparado con “la fuerza de su mensaje», dijo del personaje el escritor Bruno Bettelheim. Como decía el propio Janusz Korczak, «es inadmisible dejar el mundo tal y como lo encontramos». Korczak murió en Treblinka casi con toda seguridad un 6 o 7 de agosto del año 1942 acompañado por sus doscientos niños.
Una enfermera polaca que lo arriesgó todo por los judíos
Irena Sendler nació en Polonia en 1910, en un pueblo llamado Otwock, a 23 kilómetros al sudeste de Varsovia. Su vida discurría tranquila, como la de todos los polacos, hasta que Alemania invade Polonia. En esos fatídicos días de octubre de 1939, que cambiarían su vida, Irena trabajaba como administradora superior en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia, que operaba los comedores comunitarios de la ciudad.
Una vez conquistado el país, la mayoría de los polacos asistían atónitos y aterrados ante la brutalidad de los conquistadores alemanes. Muy pronto, también los judíos conocerían inimaginables penalidades, suplicios y torturas hasta que finalmente se consumó la “solución final” y millones serían exterminados en los campos de la muerte.
Irena, mientras el mundo anterior se derrumbaba a su alrededor, muy pronto comenzó a trabajar y dar todas sus fuerzas por los que más estaban sufriendo. Irena Sendler aprovechó su puesto para ayudar a judíos, pero esto se volvió prácticamente imposible cuando el gueto donde fueron recluidos todos los judìos fue sellado en noviembre de 1940. Cerca de 400.000 personas habían sido hacinadas dentro del área estrecha que había sido adjudicada al gueto y su situación se deterioró rápidamente. En el superpoblado gueto las pésimas condiciones higiénicas y la falta de alimentos trajeron como resultado el estallido de epidemias y un alto índice de mortandad. Irena Sendler, asumiendo un gran peligro personal, concibió métodos para entrar al gueto y prestar ayuda a los moribundos judíos. Se las ingenió para obtener un permiso de la municipalidad que le facilitaba la entrada al gueto para inspeccionar las condiciones sanitarias.
Poniendo en riesgo su vida y perseguida por los alemanes, que ya estaban detrás de sus actividades y penaban con la muerte la ayuda a los judíos, Irena, que se movía dentro del gueto con bastante libertad engañando como podía a los nazis, pronto se las ingenió para comenzar a sacar niños del gueto y entregárselos a otras familias polacas. Pronto se puso en contacto con familias a las que ofreció llevar a sus hijos fuera del gueto, tal como hizo muchas veces jugándose su vida.
A lo largo de un año y medio, hasta la evacuación del gueto en el verano de 1942, consiguió rescatar a más de 2.500 niños por distintos caminos: comenzó a sacarlos en ambulancias como víctimas de tifus, pero pronto se valió de todo tipo de subterfugios que sirvieran para esconderlos: sacos, cestos de basura, cajas de herramientas, cargamentos de mercancías, bolsas de patatas, ataúdes... en sus manos cualquier elemento se transformaba en una vía de escape. Otros métodos incluían una iglesia que tenía dos accesos, uno del lado del gueto y el otro en el lado ario de Varsovia. Los chicos entraban a la iglesia por un lado como judíos y salían por el otro como cristianos.
Finalmente, y como era de prever, sus actividades no pasaron desapercibidas para los alemanes e Irena ya estaba en el punto de mira de la maquinaría criminal nazi. Los alemanes se dieron cuenta de sus actividades y, el 20 de octubre de 1943, Irena fue detenida y encarcelada por la Gestapo. Aunque era la única que sabía los nombres y las direcciones de las familias que albergaban a los niños judíos, soportó la tortura y se rehusó a traicionar a sus asociados o a cualquiera de los niños ocultos. Le quebraron los pies y las piernas. Irena pasó tres meses en la terrible prisión de Pawiak donde fue sentenciada a muerte.
Sin embargo, no queda claro cómo consiguió salvar su vida. Algunas fuentes hablan de que la resistencia polaca sobornó a algunos alemanes para que la pusieran en libertad, mientras que otras hablan de que un soldado alemán se apiadó de ella y le salvó la vida. Sea como sea, Irená pudo vivir para contar después todos sus avatares, entre los que destacan en primera persona el alzamiento del gueto de Varsovia, del que fue testigo. Sobre los niños salvados, Irena tenía un único registro de sus verdaderas identidades y lo conservaba en frascos de compota enterrados debajo de un árbol de manzanas en el patio de una vecina.
Después de estos hechos heroicos la vida de Irena Sendler y su gran gesta cayeron en el olvido. A las nuevas autoridades comunistas polacas no les interesaba que se hablara del Holocausto, que lo consideraban un “asunto alemán”, y el tradicional antisemitismo polaco impregno al nuevo régimen. Para la larga dictadura comunista (1945-1989), la cuestión judía era un tabú y las malas relaciones con Israel convirtieron al pueblo judío en invisible en la nueva Polonia, algo que casi era cierto si tenemos en cuenta que de los 3.300.000 millones de judíos polacos apenas sobrevivieron unos 300.000 a la guerra y el Holocausto.
Incluso durante el periodo comunista, Irena tuvo problemas con la policía secreta, siendo relegada por las autoridades a puestos secundarios, y sin que le reconocieran sus labores durante la Segunda Guerra Mundial.
Pese al olvido intencionado en que había caído su figura, en 1965, la institución Yad Vashem de Jerusalén le otorgó el título de Justa entre las Naciones, y se la nombró ciudadana honoraria de Israel. Y, en noviembre de 2003, el presidente de la República de Polonia (ya democrática), Aleksander Kwasniewski, le otorgó la más alta distinción civil de Polonia, cuando la nombró dama de la Orden del Águila Blanca.
Irena Sendler falleció en Varsovia, el 12 de mayo de 2008. Tenía 98 años.