Feijóo ha convocado el “cónclave” del PP (así lo ha definido él mismo) para trazar las líneas maestras de la oposición en la segunda parte de la legislatura. En realidad, se trata de un congresillo extraordinario que de cónclave tiene poco o nada. Los cónclaves se organizan cuando se ha muerto un papa y los cardenales se reúnen para elegir al nuevo pontífice. Y no parece que este sea el caso, salvo que Feijóo se considere el Francisco I de la derecha española y ya se dé por muerto políticamente él mismo (una tesis que tampoco resulta descabellada teniendo en cuenta que la espada de Damocles de Ayuso pende todo el rato sobre su cabeza y en cualquier momento puede haber otro “casadicidio”).
Es obvio que el líder popular quiso hacerse el gracioso al convocar el congreso (la política de hoy es pura broma), pero le ha salido una mala metáfora católica. En los cónclaves no se habla de posiciones ideológicas o teológicas, ni de renovación de ideas, ni del sexo de los ángeles o la castidad de la Virgen María. A la Capilla Sixtina se va a lo que se va: a elegir al nuevo representante de Dios en la Tierra entre los numerosos papables. No calibró Feijóo su gracieta cuando comparó el próximo congreso de este verano con un cónclave. Sin duda, fue un error de comunicación, un fallo de concepto que se puede volver en su contra porque si la militancia, las bases y los cuadros se toman al pie de la letra el símil fallido del cónclave, pueden llegar a pensar que allí se va con la daga preparada bajo la sotana y dispuestos a elegir al sucesor, dando por muerto al gallego. Sería la primera vez en la historia que un papa de la política convoca un cónclave en vida para poner a otro en su lugar. No se entiende.
Lo que supuestamente ha querido decir Feijóo es que el congreso va a servir para debatir sobre ideas y nombres. Pero, tal como muy bien apunta Eduardo Madina, eso no es un cónclave, en todo caso un concilio o sínodo, que no es lo mismo. Obviamente, el líder popular ha confundido los términos, y eso que es verdad que el PP necesita una renovación, un impulso, savia nueva, ya que se enfrenta a un toro/tótem como Sánchez al que le está resultando imposible derribar (cada vez son menos los votantes que van a Colón a manifestarse, cuatro gatos, lo cual que la estrategia de la calle tampoco le está funcionando al actual jefe de la oposición).
Este congreso popular, llámese como se llame, va a ser muy necesario, y esperemos que ahí los cardenales genoveses le dediquen tiempo y talento a las diferentes ponencias para aclararle al rebaño o grey hacia dónde va el partido, si más hacia la derecha o hacia el extremo centro, si está a favor o en contra de los aranceles de Trump, por qué vota contra la subida de las pensiones, el SMI y el bono transporte y, sobre todo, y por encima de todo, qué opina la curia del PP sobre la existencia del Demonio, en este caso Vox. Si hay un asunto que debe abordar este mal llamado cónclave es el de la naturaleza del Diablo voxista. Y no basta con discusiones bizantinas para cubrir el expediente o escurrir el bulto. Ahí hay muchas preguntas por responder y muchas posiciones teológicas por abordar. ¿Es Abascal, esa perilla diabólica bajo unos ojos de fuego y odio, el gran Mefistófeles de nuestra maltrecha democracia? ¿Es cristiano y lícito pactar con el Maligno, al contrario de lo que hace la derecha europea convencida del cordón sanitario? ¿Hasta qué punto puede un partido político vender su alma al Satán ultra? De todo eso debe ocuparse la curia pepera.
Cuenta la historia que el Concilio Cadavérico celebrado en el año 897 –también conocido como el Sínodo del Terror– terminó con el papa Esteban VI llevando a juicio el cadáver de su predecesor, el papa Formoso. El cuerpo fue desenterrado, vestido con túnicas sagradas y colocado en el trono para ser acusado formalmente de haber usurpado el gobierno de la cristiandad. Tras el juicio, el difunto fue mutilado y arrojado al Tíber. Uno cree que la sangre no llegará al río en este concilio del PP, que no cónclave, aunque el evento puede ser histórico, trascendental. Pero no como primer paso para acabar con el sanchismo, que eso está por ver, sino para aclararle a los españoles, de una vez por todas, las posiciones doctrinales hoy en el limbo. Feijóo bromea mucho con el cónclave, pero cuidado, que los cónclaves de tiempos pasados fueron cruentos, sangrientos, y hay aspirantes dispuestos a todo, como la futura papisa madrileña Isabel, que está deseando pillar la tiara, el manto, el báculo y hasta el anillo del Pescador para darle el giro trumpista a la Iglesia aznariana, como diría El Gran Wyoming.
Si algo demuestra la historia es que los cónclaves los convoca Dios pero los carga el Diablo, y siempre surgen movimientos más o menos heréticos y cismáticos, como el encabezado hoy por el papable iluminado Francisco Camps (Paco I), que se ha rodeado de una corte de ángeles caídos (los Fabra, Rus y Castedo) para fundar una especie de Iglesia del Palmar de Troya a la valenciana. En la Ciudad del Turia hay un cisma en ciernes de padre y muy señor mío, un incendio religioso que ni las mentiras y bulos de Mazón El Antipapa va a poder sofocar a corto o medio plazo. De todo eso, y de mucho más, va a tener que hablarse en ese cónclave que es más falso que uno de esos miles de santos prepucios repartidos por todo el orbe católico. Cuenta la prensa que Aznar y Rajoy ya han recibido el tarjetón para dirigirse cuanto antes a la Roma genovesa. Pablo Casado no. A ese obispo lo excomulgaron, cruz y raya, y nunca más se supo. Pobre.