“Si os miento no solamente os pido que me echéis del Gobierno, si miento os pido que me echéis del partido”, dice Feijóo en un concurrido mitin en Madrid. Y acto seguido, pum, cómete esa, la trola del día. El dirigente gallego ha prometido que, caso de llegar a la Moncloa, se asegurará de cambiar la ley electoral para que los españoles no tengan que votar en los meses de julio y agosto. ¿Podría hacerlo? Solo reformando la Constitución, algo que, nos jugamos lo que quieran, ni piensa hacer ni va a hacer.
Nuestra Carta Magna establece que las elecciones tendrán lugar entre los treinta y los sesenta días desde la terminación del mandato (artículo 68.6). De este modo, si una legislatura se acaba en junio por cualquier razón, no hay más remedio que atenerse a esos plazos y fechas. Es inviable suspender los comicios si antes no se procede a una reforma constitucional, un melón que, mucho nos tememos, el dirigente gallego jamás abrirá. Pero es que además puede ocurrir que las elecciones caigan en Navidad, en Semana Santa o en puente, así que el problema seguirá estando ahí. ¿Qué piensa hacer Feijóo, reformar la Constitución cada vez que al señorito le venga mal una fecha? Todo ello por no hablar de que él mismo, siendo presidente de la Xunta, arrastró a los gallegos a las urnas en pleno verano. Una mentira tras otra. Una incoherencia tras otra. Y luego va de absolutamente sincero y honesto. Ja.
Una vez más, el dirigente conservador demuestra que anda pez en conocimientos sobre nuestro ordenamiento jurídico. Para nosotros que el hombre se mete él solito en los charcos con tal de no hablar de lo realmente importante, o sea, del narco Marcial Dorado. Primero dijo que no conocía al oscuro personaje, después que sí pero que solo de refilón y más tarde que no sabía que era traficante, cuando todos los medios de comunicación gallegos llevaban años hablando del capo, y no en un simple breve o en una noticia perdida en páginas interiores, sino en primera plana, a portada de cinco columnas, con careto y todo del menda, para que se le viera bien la jeta. ¿Es que Feijóo no leía periódicos en aquella época? Hoy mismo, en la Cope, ha puesto una nueva coartada tan increíble como las demás al asegurar que creyó que el tal Dorado era “contrabandista” de tabaco, nunca un peso pesado de la droga. A otro perro con ese hueso.
Cada día de campaña que pasa, el líder del PP se enreda un poco más en este feo asunto. Y todo por no reconocer de una vez por todas que tiene un turbio pasado, una agenda de amistades peligrosas. La familia viene impuesta de cuna, al amigo se le elige. Felipe, por ejemplo, se rodeó de la biuti financiera y no pasó nada; Aznar de los halcones del Pentágono y señores de la guerra; Zetapé de la élite cultural; Rajoy no se sabe y este hombre, por lo visto, viene confraternizando con el patriarcado de la coca. Él trata de quitarle yerro a un episodio que, según dice, ocurrió “hace treinta años”. Por lo visto, para Feijóo el caso del narco es un asuntillo personal sin importancia. Claro que sí, Alberto, ¿quién no ha tenido alguna vez un amigo camello con el que darse un garbeo en un lujoso yate? Si eso es lo más normal del mundo, hombre. Si eso está a la orden del día. Cualquier españolito de hoy se codea con un Pablo Escobar de la vida y con total naturalidad. Cualquier ciudadano medio se da cremitas con su vecino macarra del cártel.
El siglo XXI ha terminado con la decencia. Se impone el hedonismo, las costumbres relajadas, el todo vale. Esa filosofía ayusista del carpe diem. Hoy cualquiera tiene un charlín en el armario para sus juergas y francachelas. Y no solo colegas traficantes. Gente variopinta y de todo pelaje y condición. ¿Quién no alterna de vez en cuando con un atracador de gasolineras y farmacias, con un butronero enmascarado, con un estafador profesional o blanqueador de capitales en algún lejano paraíso fiscal? Si es que eso es el pan nuestro de cada día, oiga. Si es que eso está ahí, flotando en el ambiente, impregnando esta sociedad española nuestra degradada moralmente tras años de picaresca, corrupción y frívola posmodernidad. Desde ese punto de vista, Feijóo no es sino el símbolo perfecto de una época convulsa y decadente. Así que en eso se identifica bien con buena parte del electorado gamberro.
Qué mala es la prensa izquierdista aireando la foto de Feijóo en el yate de Dorado a cuatro días para las elecciones. Si seguimos por este camino bolivariano, va a llegar un momento en que uno no podrá verse con sus entrañables amigos criminales, con su banda del barrio, con su clan de gánsteres de la infancia. Estos diabólicos sanchistas van a acabar con las relaciones humanas. ¿Qué será lo siguiente? ¿Que uno no pueda quedar a comer tranquilamente con su carterista de siempre, con su hermano ladrón, con su camarada bandolero y forajido de confianza? ¿A qué niveles de falta de libertad estamos llegando? Que dejen ya en paz al pobre Alberto. Quien tiene un amigo tiene un tesoro. Y si es narco, mejor que mejor.